Guloyas, sí… pero no

Guloyas, sí… pero no

La afirmación de la identidad cultural de un pueblo no es cuestión de estímulos del mercado que interviene y marca  la acción de los hacedores originarios de una manifestación folklórica en una comunidad. Es reconocimiento de sus valores, práctica y apropiación de la gente que habita en ese lugar.

La población de inmigrantes de las islas del Caribe colonizadas por ingleses que se asentaron en San Pedro de Macorís, trajo su cultura comprendiendo la importancia de la unidad y el compromiso en la diversidad. Un grupo social con estos antecedentes no se aniquila como enclave cultural por falta de motivación externa o ayuda para modificar su estilo de vida, sino por la injerencia de oportunistas que se acercan para inflarse con el trabajo y el éxito de otros, sin darse cuenta que con sus intervenciones inadecuadas y extemporáneas en su territorio los inhabilitan.

Preservar las tradiciones que representan para el país los Guloyas y los Congos de Villa Mella no es cuestión de planes externos, sino de protección y apoyo a sus iniciativas, dentro del marco de sus costumbres.

La tradición y la proyección folklórica

Las manifestaciones tradicionales que no son rituales pueden ser llevadas a otros escenarios en lugares y fechas distintas a las que han forjado la costumbre o tradición. No ocurre lo mismo con manifestaciones folklóricas que se fundamentan en ceremoniales, como es la Cofradía del Espíritu Santo de los Congos de Villa Mella, cuya función está muy bien definida: cumplir con la iglesia en las fiestas del Espíritu Santo y de la Virgen de Nuestra Señora del Rosario y en los ritos funerarios de los miembros de la cofradía.

La manifestación más significativa de los Guloyas está representada en sus recorridos mañaneros los 25 de diciembre, 1 de enero y el 29 de junio, Día de San Pedro y San Pablo,  con su música y bailes pero, si se le “organiza” un festival en una de esas fechas, en otro horario escogido, no se está contribuyendo con la salvaguarda de una tradición, sino contaminándola, drenando su valor folklórico.

Y si este estímulo para el rompimiento de esa tradición llega de la mano de un funcionario comprometido oficialmente con la salvaguarda del patrimonio que representan para la sociedad dominicana los Guloyas de San Pedro de Macorís y los Congos de Villa Mella, el golpe pega más fuerte.

La tradición  que conforma y representa el Teatro Cocolo Danzante  es de su comunidad y ésta es que debe establecer sus normas, y el Estado y el resto de la sociedad, respetárselas.

Es evidente que hacen falta manos amigas interesadas en apoyar el trabajo de grupos como los Guloyas, los Congos y otros que han hecho de sus manifestaciones folklóricas locales, atractivos sociales y culturales por excelencia en sus comunidades.

El apoyo de la Secretaría de Estado de Cultura.  ¿Preocupación y denuncias por las condiciones de pobreza en que viven los integrantes de los Congos y los Guloyas?  Es más pertinente, constructivo y responsable gestionar medidas de protección y cooperación y valorar el seguimiento a las tareas que desarrollan el Coordinador de Programas de Apoyo a Grupos Folklóricos y Populares, Edis Sánchez, y el director del Sistema Nacional de las Escuelas Libres, Ángel Mejía, quien contrató desde principio de año a los guloyas Fidel Norberto Erazo (Coloso) y Jesús Castro (Chanflín), facilitadores docentes para trabajar con  niños y niñas que se interesan por continuar la tradición.

Estuvimos cerca de Daniel Henderson -Linda-, acompañándolo en sus últimos días, que por presión de los “tirapiedras” presentamos ante el público el monto de la pensión otorgada por el Estado y que tenía más de un año recibiéndola y su seguro médico de SENASA.

Otra muestra de sentido de responsabilidad y preocupación por lo que ocurre con nuestros monumentos universales de la cultura tradicional es la solicitud de asesoría técnica a la UNESCO para la sostenibilidad y salvaguarda de los Congos de Villa Mella y los Guloyas de San Pedro de Macorís, tras el  fallecimiento de los líderes de las dos agrupaciones Patrimonio de la Humanidad (Sixto Minier el 29 de abril de 2008 y Daniel Henderson –Linda- el 12 de julio 2009 y ahora Rudy, el 8 de noviembre de 2009), por el temor de que “algunas personas intenten involucrarse con los mismos en provecho propio”, como expresó el Lic. Lantigua, cuando en nombre de la Secretaría de Cultura, como su titular, hizo la petición al Director General de la UNESCO, Koichiro Matsuura, en audiencia especial solicitada con ocasión de celebrarse la 35ava. Asamblea General, quien respondió de inmediato positivamente.

Ni los Guloyas, ni los Congos merecen una defensa  tan maniqueísta. Su trayectoria de vida y trabajo no debe asociarse al estigma de la mendicidad. Si necesitan un punto de apoyo hay que preocuparse y ayudar a proporcionárselo, más si se está en posición de compromiso y obligación de articular acciones que faciliten su desarrollo.

La salvaguarda del patrimonio cultural

En el 2005 la UNESCO declara Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad al Teatro Cocolo Danzante por su práctica conservacionista de las tradiciones de su pueblo y por su capacidad para mantener la unidad en la diversidad, a tal punto de que asociaron sus tradiciones familiares a la identidad nacional.

En la Convención de la UNESCO 2003 sobre salvaguarda, en su artículo 2, abordando  el tema de las definiciones, se establece lo siguiente: “A los efectos de la presente Convención:

1. Se entiende por “patrimonio cultural inmaterial los usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas -junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes- que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades”.

Esta definición o concepto de salvaguarda del patrimonio inmaterial no deja dudas con relación a la línea de trabajo y respeto por las “condiciones de singularidad y autenticidad” que deben preservar las comunidades cuyas manifestaciones culturales han sido favorecidas con este reconocimiento y al mismo tiempo compromete a los pueblos donde se originan con su conservación y los convida a la “adopción de medidas legales, institucionales”, que le brinden sostenibilidad a la práctica tradicional.

La convención no define normativas para calificar “el valor y la  autenticidad” de los bienes culturales, pero “propone que éstos sean evaluados en el contexto al que pertenecen, establece que la responsabilidad de la protección y el manejo del patrimonio corresponden a la cultura que lo produce” y que la conservación de un patrimonio de una comunidad local o universal debe mantenerse en su espacio originario y estar conducida por sus hacedores.

Y, sobre todo, si se trata de expresiones rituales, como en el caso de la Cofradía del Espíritu Santo de los Congos de Villa Mella.

En ninguna Conferencia o Convención de la UNESCO se ha observado un trato  maniqueísta a la condición  social o económica  para el merecimiento de una distinción de esta naturaleza.

Incluso hasta se contempla   “…el riesgo de desaparecer -de una manifestación  de la cultura tradicional de un pueblo o comunidad-, debido a la falta de medios para salvaguardarlas y protegerlas… de los procesos de cambios rápidos… o de aculturación”, tal y como lo reseña Carlos Hernández Soto en su obra  “Morir en Villa Mella: ritos funerarios afro dominicanos”.

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