¿Ha llegado el fin de Israel?

¿Ha llegado el fin de Israel?

La pregunta llena la portada de la edición de mayo de la revista The Atlantic y en un sesudo artículo su autor Jeffrey Goldberg plantea que el número de árabes bajo control israelí pronto será mayor que la cifra de judíos en tierra palestina, alimentando temores de que Israel llegue a ser igual que África del Sur en la época del apartheid pre-Mandela, con una minoría sojuzgando a la mayoría.

No me agrada referirme al tema de Israel desde que hace seis años su embajador aquí reaccionó muy airado a varios artículos míos comentando la exitosa propaganda israelí que pretende afirmar que ellos financian los viajes de decenas de dominicanos que viajan anualmente a ese país para recibir entrenamiento y participar en cursos, cuando en realidad la vasta mayoría cubre personalmente el viaje y otros gastos.

En aquella ocasión, el embajador de Israel evadió responder la simple pregunta que he formulado varias veces: ¿Cuál es el monto de la muy publicitada “ayuda” de Israel a República Dominicana? En lugar de esclarecer a este pobre y poco imaginativo articulista respondiendo de manera inequívoca: “Israel gasta tanto en su asistencia a los dominicanos”, la reacción parecía extraída de una vieja tradición del Medio Oriente: eliminar, si no físicamente entonces su credibilidad, al mensajero de noticias desagradables.

No es ningún secreto que Israel recibe de parte de los Estados Unidos una ayuda financiera y militar que durante muchos años ha excedido el monto total dedicado a toda América Latina y África (excepto Egipto y Colombia).

Si esas cifras, de miles de millones de dólares, son públicas, no veo por qué la alegada “asistencia” israelí a los dominicanos deba ser secreta, sobre todo si serviría para sustentar su cacareada propaganda.

Al leer con tristeza el excelente artículo de The Atlantic, veo cómo esa misma arrogancia del estado israelí, que es curiosamente el único país democrático de su región, está llevando a sus propios ciudadanos a meditar sobre sus contradicciones internas.

Como señala Goldberg, al arribar a su séptima década de existencia, el moderno Israel es una nación segura para el judaísmo pero mortíferamente insegura para los judíos. Perpetuar las injusticias que resultan de la negación del derecho a existir como nación al pueblo palestino, es la mayor contradicción judía, y el implacable tiempo lo confirma.

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