Ha llegado la hora de reformar el gasto público

Ha llegado la hora de reformar el gasto público

POR RAMÓN FLORES
En la inauguración del Foro Presidencia por la Excelencia de la Educación, el Dr. Leonel Fernández pronunció un discurso que pudiera ser calificado como el primer informe presidencial sobre el estado de uno de los sistemas educativos mas precarios del Hemisferio Occidental.

En el se refirió a las implicaciones de un sistema en el cual demasiados estudiantes abandonan antes de alcanzar un nivel de escolaridad aceptable, la escuela no enseña las competencias para bregar con las complejidades de la sociedad actual y los alumnos no aprenden.

Pocos después, el Dr. Enrique Iglesia pronunció una conferencia sobre América Latina en la sede de la OEA en Washington. Tras revisar los retos y las oportunidades, el Dr. Iglesia, optimista de profesión, expresó su pesar, no por una región que requiere grandes inversiones en transporte, energía y otras infraestructuras sino por una América Latina que al quedarse rezagada en educación, ciencia y tecnología va perdiendo la capacidad de competir en la economía internacional.

Ambos discursos coincidieron con la publicación de los resultados de las pruebas internacionales de matemática, ciencia y lengua que organiza la OECD, los cuales hicieron recordar los resultados de varias evaluaciones orientadas a determinar las mejores universidades del mundo. Y tal como ha venido ocurriendo desde que se iniciaron esas evaluaciones internacionales, aquellos resultados generaron reuniones de gabinete, encendidos debates parlamentarios y apasionadas discusiones públicas al interior de los países industrializados.

En el caso particular de Alemania, país que enfrenta serios problemas de desempleo y de crecimiento, el Dr. Horts Kohler, antiguo director gerente del FMI y actual Presidente de la República Federal, pronunció un enjundioso discurso en el cual instaba al gobierno alemán a superar la dispersión para concentrar la atención política y el gasto publico en unas pocas líneas de trabajo, entre las que destacaba la atención e inversión en educación e investigación y desarrollo.

Sin embargo, esos temas que concitan la atención de pueblos elites y gobiernos del mundo industrializado, como si en las escuelas, en los politécnicos, en las universidades y los centros de investigación se jugara el honor y el futuro de las naciones, no logran colocarse en el centro del debate político latinoamericanas o dominicano. El atraso perpetua el atraso, y un pueblo pobremente educado e institucionalizado no genera grandes presiones en favor de servicios públicos de calidad para todos. Además, las elites de estos países, aun las mas instruidas, no perciben la educación, la ciencia, la tecnología y la institucionalidad como temas dignos de una gran pelea. Finalmente, aun cuando conocen las consecuencias sus gobiernos se sienten muy cómodos con una educación y una institucionalidad de bajo presupuesto que mantiene a la población en un estado de indefensión.

Por ejemplo, hay una media isla que sus gobernantes aspiran a convertir en Taiwán, Singapur, Hong Kong, Nueva York, Miami o Irlanda. Pero en lugar de copiar las privaciones, los sacrificios, la austeridad en la vida publica y privada, la racionalidad en el gasto y el sentido de propósito en las políticas publicas, necesarios para conducir naciones pobres hacia la riqueza, los gobiernos prefrieren copiar la vida loca de las sociedades opulentas. Por eso, mientras el discurso establece la educación, la ciencia, la tecnología y la institucionalidad como la prioridad de siempre, siempre aparecen con un el mega-proyecto o un mega-subsidio.

Y no es que se trate de algo pecaminoso. Financiar o promover la construcción de presas, canales, acueductos, centrales termoeléctricas, aeropuertos, autopistas, carreteras, caminos, calles, túneles, elevados, faros y metros, y subsidiar la producción, los alimentos, las medicinas, la energía eléctrica, los combustibles, el transporte y otros bienes y servicios son parte de la acciones que justifican la existencia del Estado. Sin embargo, comenzar hablando de competitividad internacional y el TLC, de educación, ciencia, tecnología, de institucionalidad, de salud y seguridad social, de seguridad publica y justicia, y terminar con el subsidios indiscriminado, el RENOVE, la total apertura de las bóvedas del Banco Central o la propuesta de construcción de de un Metro, cuestiona las prioridades, los procedimientos y la prudencia.

En lo que concierne a las prioridades, aprobados varios acuerdos de libre comercio, el Gobierno tendrá que dedicar sumas importantes al mejoramiento de la competitividad de sectores económicos y sociales claves. En el caso de la educación, superar las deficiencias educativas que ha enumero varias veces el Presidente de la Republica pasa inevitablemente por la rápida asignación del 4% del PBI que la Ley asigna a la educación preuniversitaria y mucho mas del 5% del presupuesto nacional que la Ley consigna para educación superior, ciencia y tecnología. Excepto que dispongan de una desconocida montaña de dólares, solo una reorientación y racionalización radical del gasto publico y privado y una clara definición de lo que va primero y lo que va después, permitirán al país financiar las inversiones y los gastos esenciales para su reinserción provechosa y oportuna en una economía internacional regida por normas cada vez más despiadadas.

En lo que concierne a los procedimientos y la prudencia conviene hacer memoria y extraer lecciones. Recuerde las Presas Jiguey y Aguacate y otras obras de su época. El protocolo técnico aconsejaba más estudio y diseños. Y la firma de dos acuerdos con el FMI aconsejaba un manejo más delicado del gasto público. Pero el gobierno, que siempre sabe mas, lanzó el grito «e`palante que vamos». Las obras están ahí. Y todas pueden ser calificadas como necesarias en un país lleno de necesidades. Pero no todas eran prioritarias y no era necesario pagar tanto por ellas. Algunos asignan los altos costos a la premura con que se emprendieron. Pero su verdadero costo fue la severa crisis de finales de los 80, la cual empobreció al país y dejo huellas que no se borran todavía.

Recuerde la Ave. Jacobo Majluta. Una obra necesaria en un país lleno de necesidades. Pero el Gobierno, que siempre sabe más, quería inauguraciones. Y si bien la obra se inauguro, el proceso de construcción ha pasado por cuatro gobiernos distintos y todavía no concluye. Se estima que con la inversión y los intereses sobre la inversión destinados a esa avenida se pudieron construir a tiempo varias obras similares.

Recuerde los muchos proyectos eléctricos. Atendiendo a una crisis energética que nunca termina, diferentes gobiernos, que siempre saben más, se embarcaron de urgencia en docenas de costosos proyectos que permitirían superar el desabastecimiento de electricidad antes de las siguientes elecciones. Para descubrir una y otra vez que los parámetros técnicos suministrados no eran los correctos, que los montos de inversión no eran los correctos, que los costos finales no eran los correctos, que las plantas no entrarían antes de las elecciones y que los problemas financieros del sector se habían agudizados.

Recuerde también el subsidio a la energía. Un subsidio necesario en un país lleno de necesidades. Solo que, atrapado entre el temor al apagón y el temor al cobro de la energía suministrada, cada gobierno, que siempre sabe más, fue comprometiendo primero y calculando después. Para descubrir tardíamente que sus compromisos superaban sus capacidades económicas, estimulaban la inconducta y la ineficiencia, desviaban recursos escasos que debieron destinarse a otros problemas y a otros grupos sociales. Y que el subsidio reducía la propensión a pagar y aumentaba la propensión a apagar.

Recuerde el Aeropuerto Arroyo Barril y el Aeropuerto de la Isabela, dos proyectos llenos de promesas en un país que necesita buenas comunicaciones con el exterior Pero el Gobierno, que siempre sabe más, no escuchó las voces que clamaban por mas estudiaos y diseñados antes de iniciar su construcción. El Aeropuerto Arroyo Barril ya fue oficialmente abandonado. Y ahora, en su tercer periodo gubernamental, se estima que el Aeropuerto de la Isabela terminara costando, entre inversión e intereses sobre la inversión, el dinero suficiente para construir varios aeropuertos como el de Romana o el de Santiago.

Y ya que despertó su memoria, recuerde las docenas de miles de obras grandes, medianas y pequeñas, que fueron iniciados al vapor y jamás se terminaron. Y aquellas que se terminaron a un costo altísimo después de haber sido paralizadas por años. Y aquellas que como el Aeropuerto de Arroyo Barril fueron terminadas pero jamás se usaron porque fueron mal concebidas Y aquellas que se terminaron, se pusieron en operación y se deterioraron a destiempo por falta operación y mantenimiento adecuados. Y aquellas mal concebidas, mal operadas y mal mantenidas que se convirtieron en azote de la finanzas publicas.

Recuerde los sueños de modernidad, poder y reelección ocultos tras aquellos bonos soberanos destinados a financiar grandes modernos proyectos de desarrollo. Y los préstamos atados. Y los inorgánicos emitidos para «salvar el moderno sistema de pagos». Y la moderna readquisición de las EDES. Pero sobre todo, recuerde la enorme promoción gubernamental a favor de aquellas iniciativas. Y las calificaciones de «dinosaurios, atrasados, premodernos, ignorantes y babosos» con que el Gobierno, que siempre sabe más, pretendió desacreditar a quienes llamaron a la prudencia frente a un accionar público temerario que todo el mundo sabía que conduciría inevitablemente a otra gran crisis.

Tras medio siglo de alto crecimiento con estabilidad, la Republica Dominicana debería exhibir un desarrollo físico y un desarrollo social varias veces superior al que presenta. Pero la arbitraria fijación de prioridades, la improvisación, la agresiva medalaganeria y la corrupción publica y privada, que no son iguales pero tienen iguales consecuencias, han convertido excelentes ideas en muy malos proyectos, han malgastado docenas de billones de dólares y pesos del Erario Publico, han endeudado al Estado, han desviado el foco de atención de los verdaderos problemas del país y han conducido a crisis devastadoras.

Sin embargo, frente a esa situación, en lugar de pedir cuentas a su predecesor o aprender de los errores, cada gobierno denuncia la existencia de un grupo de necios cuya única misión en esta tierra es oponerse a todo. Y para justificar sus propias acciones y curarse en salud, rebautiza las grandes travesuras y meteduras de pata del pasado como «aciertos de hombres fuertes que no se dejaron torcer el brazo por los enemigos del progreso».

Pero mire usted que paradoja. El país ha tenido gobernantes que han pasado por encima a todos aquellos que objetan las gastos corrientes y de inversión que convertirán esta media isla en Taiwán, Singapur, Hong Kong, Nueva York, Miami e Irlanda. Pero hasta el día de hoy, a ninguno le ha cogido la locura con abrir la bóveda del Banco Central y la chequera de la Tesorería Nacional para construir un sistema educativo de calidad mundial.

Excepto cuando toca a sus hijos, para los gobernantes y las elites de esta región y de este país, la educación es una prioridad lejana que habita «el dominio del siempre después». Después que se construyan las ciudades, las presas, las autopistas, los puertos y aeropuertos, las termoeléctricas, las avenidas con sus túneles, puentes y elevados, los faros y los metros. Después que se cubra el subsidio a los que mas tienen. Después que se pague la deuda externa. Después que se honren los compromisos del banco central. Y como queda mucho por hacer, en una América Latina que ha asombrado al mundo por sus obras majestuosas y por su dispendio, y en una Republica Dominicana que ha asombrado a América Latina por su crecimiento y su estabilidad, todavía no ha llegado la hora de la escuela.

No ha llegado la hora de la escuela. Ni de la salud. Ni del medio ambiente. Ni de la seguridad social. Ni de la seguridad publica. Ni de cierta infraestructura estratégica. Realmente no ha llegado la hora de resolver ningún problema fundamental. Y cuando el Estado no logra enfrentar con éxito por lo menos uno de esos problemas fundamentales, ha llegado la hora de reformar el gasto publico.

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El autor es ingeniero, consultor

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