Ha muerto don Julián Marías

Ha muerto don Julián Marías

REYNALDO R. ESPINAL
En estos días de navideño alborozo ha pasado casi desapercibida la muerte del gran filósofo y humanista español don Julián Marías, acaecida en Madrid el pasado 15 de diciembre. Fue un pensador profundo y sugerente, que durante siete décadas se mantuvo en vigilia intelectual reflexionando sobre el hombre, sobre el mundo, y fundamentalmente sobre España, razón esencial de sus amores y sus desvelos.

No es pura coincidencia que su muerte ocurriera precisamente este año en que celebramos el cincuentenario de la muerte de Ortega- para que de esta forma se afiancen y perpetúen en la memoria cultural hispánica- los indisolubles vínculos que unieron a estos dos gigantes del pensamiento. Y es que con la muerte de don Julián nos deja el más prolífico y genuino intérprete del pensamiento Orteguiano.

Había nacido el 17 de junio de 1914 en Balladolid. Según cuenta en sus propias memorias, hermosas memorias tituladas “Una vida Presente”, publicadas en tres tomos por Alianza Editorial, heredó de su padre el profundo amor por el intelecto que le acompañó durante todo su periplo vital, y de su mano aprendió a valorar y respetar a Larra, Galdós, Valera, alarcón, Zorrilla y Núñez de Arce lo mismo que a Ortega y a Unamuno, cuya dimensión filosófica estudia en su tercer libro publicado en 1942.

Vida intensa la de don Julián, dedicada sin interrupciones al cultivo perseverante del intelecto. Su obra rebasa los 130 títulos entre libros originales o de colaboración, libros todos que resuman profundidad y erudición, sobre todo en el campo de la filosofía en que descuella como uno de sus más consagrados difusores y cultivadores en España junto con Ortega, Unamuno, Zubiri y García Morente.

Aunque en muchos de sus trabajos intelectuales se mostró como un pensador robusto y original, atributo que perfeccionó con el estudio de muchas lenguas y culturas, uno de sus más relevantes aportes a la filosofía y al pensamiento hispánico consistió en revelarnos la íntima esencia del pensamiento Orteguiano, no dejando de reconocer nunca, como intelectual agradecido, su deuda intelectual con aquel eximio maestro, de quien aprendió también la importancia de escribir sin aspavientos pero con elegancia y claridad, consciente siempre de la “…inferioridad filosófica de todo pensamiento mal expresado…”.

Siguiendo la tradición de don Américo Castro, Ortega, Sánchez Albornoz, Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal y otros grandes pensadores hispánicos, sentía una irrefrenable obsesión por comprender e interpretar la historia de España, lo que hizo manifiesto muchas veces, sobre todo en su libro “España Inteligible”. Recuerdo el profundo impacto que me produjo, casi rayano en el estremecimiento, leer en aquel libro excepcional una frase antológica: “…lo que más me inquieta es que en España todo el mundo se pregunta: ¿Qué va a pasar? Casi nadie hace esta otra pregunta: ¿Qué vamos a hacer?”

Y a este propósito recuerdo, mientras estudiaba en España, haber leído una entrevista en la cual don Julián se refería a los progresos vertiginosos experimentados por España en el presente siglo.

Recordaba la sorpresa y el alborozo de los españoles cuando se inauguró el metro de Madrid en el año 1920, expresando, un tanto compungido, cómo las actuales generaciones, inconscientes de su deuda con los antepasados, consideran que tener agua en la ducha o transporte en la puerta es algo que se ha producido por generación espontánea. Esta actitud, expresaba él sabiamente, estaba conduciendo a los españoles a la ingratitud, y con ello a acrecentar el sentimiento de que no eran deudores de nada y de que la historia había comenzado con la generación actual.

Padeció, como casi todo genuino intelectual, penurias económicas. aunque se apartó del ideal republicano en 1934 cuando advirtió su rumbo peligroso y anárquico, el mismo que hizo exclamar a Ortega ¡No es esto!, siempre fue un enemigo intelectual del Franquismo, sepultura del pluralismo y la libertad en España, y ello, como es lógico, le valió su segregación de la cátedra universitaria, lo mismo que a Ortega, lo que, por supuesto, no fue óbice para que abandonara su infatigable actividad creadora, lo que hizo sin abandonar nunca España.

El mismo relata a este respecto sus diferencias de apreciación con don Claudio Sánchez Albornoz, quien al exilarse había jurado no volver a España hasta que no se produjera la caída de Franco. Difería del gran medievalista Español en el hecho de que este había confundido a España con el Franquismo, como si un régimen, por muy dilatado y opresivo que se mostrase, pudiera desviar las subterráneas corrientes de la historia.

Filósofo profundo, nunca le fue ajena la realidad de la muerte. Gustaba mucho del adagio latino “Mors certa, hora incerta”, por eso fue escribiendo sus memorias, expresión consumada de gratitud y prodigalidad intelectual, consciente de que esta tarea debe cumplirla el intelectual cuando aún tiene intacta su lucidez, sin estériles postergaciones, pues como solía decir: “…aún antes de la muerte, puede sobrevenir la vejez psicofísica, la pérdida de la memoria, de la lucidez, de la capacidad de trabajo, del estilo. “Tenía sentido esperar hasta que no fuera posible volver eficazmente sobre la vida, como ha ocurrido a tantas personas que han deseado y debido hacerlo?.

Más aún advertía: “…Escribir unas memorias es increíblemente difícil. En primer lugar, ¿Cuando empezar? Siempre parece demasiado pronto. Pero si se aplaza demasiado, llega la muerte y se frustra el deseo. Ortega, que tan clara conciencia tenía de su necesidad, no las escribió, y es difícil consolarse de ello…

Cómo no estremecerse ante estas palabras, aplicándolas al patrio lar, cuando pensamos que hombres de la estatura política e intelectual de un Bosch o un Balaguer no escribieron sus memorias, aunque sé que en el caso de este último se nos objetará que sí escribió las “Memorias de un cortesano”. Los del oficio, por supuesto, saben que estas no fueron auténticas memorias, si no más bien un hábil y postrero instrumento para saldar viejas cuentas.

¡Paz a los restos de don Julián Marías! Paradigma inmarcesible de coherencia, compromiso y pasión intelectual, digno de figurar desde ya por derecho propio en el sagrado olimpo de los maestros del pensamiento culto hispánico.

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