¿Ha muerto la esperanza?

¿Ha muerto la esperanza?

Cuando algo no nos sale bien en la vida, cuando el líder en el que creíamos no llenó nuestras expectativas, cuando el precursor de la tendencia partidaria en la que estábamos afiliados no fue asumido por la mayoría o cuando el rumbo no va por donde creemos que debe perfilarse, o peor aún, cuando los tramposos hacen de las suyas y se alzan por encima de los demás sin importar las consecuencias, tendemos a caer en un estado de desesperanza.

Fácilmente nos encontramos con amigos que simplemente entienden que no hay esperanza, que mientras existan los males que nos aquejan y los problemas que nos amenazan sin que se vislumbre el camino de solucionarlo caemos en el pesimismo.

Así vemos en los medios de comunicación opiniones en ese sentido, en los escritos de quienes hacen opinión, en las prédicas de los curas en las iglesias, en las aulas de las universidades a profesores y muchos otros externando el discurso de la desesperanza.

Recién me tocó participar en un evento ecuménico donde religiosos de diferentes congregaciones cristianas abordaron el lema de la violencia, unas cinco personas hicieron uso de la palabra, los católicos denunciaron la pobreza como parte de la violencia social, otros, como si se tratara de sociólogos, analizaron las posibles causas; solo el obispo Monseñor Arnáiz, quien fue uno de los que habló, manifestó la diferencia entre las leyes y las normas, en un esfuerzo filosófico-retórico, donde se refirió a lo que hacemos los dominicanos en Nueva York, respetar las leyes, porque allá todos lo  hacen, pero aquí los dominicanos se llevan a luz roja, porque esa es la norma que todos aplican.

Entre los asuntos culturales que propician la violencia, los modelos distorsionados que nos presentan los medios que transmiten la cultura a través de los distintos mensajes, la pornografía y la corrupción entre otros males sociales, transcurrió el acto que se llevó a cabo en el Salón Las Cariátides del Palacio Nacional la tarde-noche del viernes 20 del presente mes, como parte de la jornada contra la violencia, que auspicia el Despacho de la Primera Dama.

Cuando le tocó el turno al predicador y cantor Marcos Barrientos, el ambiente sencillamente cambió, fue como si la luz de la esperanza se encendiera. Este predicador dijo que la cura de los males generados por la violencia estaba entre nosotros, estaba en la fuente del amor que Dios derramó a través de su hijo Jesús.

Explicó que si en nuestros hogares cada madre y cada padre predicaran el amor y la fuente del valor de este concepto, tuviéramos otro tipo de familia y por ende otro tipo de sociedad.

Entre cánticos de esperanza y prédicas de amor, este mensajero de la paz, me hizo pensar en el papel de la iglesia, en la labor pastoral que deben hacer los religiosos en todas las iglesias.

Pensé en muchas de las prédicas que escuchó de los distintos púlpitos, las cuales muchas veces se limitan a la descripción de los males que tenemos en nuestros entornos, como si los que estamos en el templo viniéramos de otro lugar. En esas descripciones, que no son en nada malas, nos pasamos mucho tiempo sin darnos cuenta que la repetición del mensaje de amor en sus diferentes manifestaciones puede cambiar la rutina y hacernos más con el mensaje sublime que debe llenar el espíritu de quienes acudimos en busca de la paz espiritual que nos niega el diario vivir.

Las iglesias deben ser el remanso de la paz, el lugar donde vamos a desconectarnos y a vivir una hora de divinidad, centrarnos en los valores que llenan nuestro espíritu y que nos da fortaleza para profesar la fe, una virtud que junto a la esperanza forman parte de la formación que recibimos cuando nos preparamos para hacer “la primera comunión” y que forjaron en parte nuestros valores cristianos.

Al escuchar las palabras de Barrientos, su energía en el mensaje a través de la canción, pensé que desde la iglesia podemos propiciar el mundo sin violencia que anhelamos y eso podemos hacerlo desde los niños, si queremos un mundo de paz, debemos edificarlo sobre la base del amor, no del odio.

La cultura de un mundo sin violencia y de paz debemos forjarla ahora y tenemos el compromiso de propiciarlo, pero sobre todo los que tenemos la oportunidad de decírselo a nuestros congéneres en los medios que estén a nuestro alcance.

 Escuchando a Barrientos entendí que desde la iglesia se puede infundir los principios de la paz, predicando como base los valores del amor.

Barrientos levantó el ánimo de los presentes al decir que la solución al problema de la violencia está en la prédica del amor. Parece sublime, pero pensándolo bien, tiene toda la razón.

El odio enciende la violencia y el amor propicia la paz.

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