¿Ha muerto Levi-Strauss?

¿Ha muerto Levi-Strauss?

Ha muerto el antropólogo francés Claude Levi-Strauss. Pero… ¿han muerto sus ideas?

Para saber qué tan actual sigue siendo este pensador hay que abordar lo que dijo en su célebre discurso en 1971 ante la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), con la que trabajó estrechamente desde su creación y la que reaccionó ante su fallecimiento, por intermedio de su director general, Koichiro Maatsura, afirmando que “su pensamiento cambió la percepción que el hombre tiene de sus semejantes, rompiendo conceptos tan excluyentes como la raza y abriendo caminos a una nueva visión basada en el reconocimiento de los lazos comunes que unen a la humanidad”.

Lo que dijo Levi-Strauss en el referido discurso es que la barbarie está fundada en la idea de que nuestra cultura y civilización es superior a las demás, siendo todo lo que está fuera de la misma simple barbarie. En sus propias palabras, “el bárbaro es sobre todo el hombre que cree en la barbarie y cree poder hacer legítimamente violencia al prójimo basándose en sus propias creencias”. Este “canibalismo intelectual” que nos lleva a llamar salvaje a todo aquel que no comparte nuestra civilización no es más que etnocentrismo, es decir, la actitud de un grupo social de atribuirse un lugar central en relación a los demás grupos.

Pero, y he aquí lo importante y lo que en su momento, y todavía hoy, es políticamente incorrecto: según Levi-Strauss, no todo etnocentrismo es malo. Hay un etnocentrismo bueno que mantiene la cohesión social del grupo y la lealtad de los miembros a determinados principios. En otras palabras, una cierta xenofobia es buena, porque la diversidad cultural “resulta del deseo de cada cultura de resistirse a las culturas que la rodean, de distinguirse de ellas. Las culturas para no perecer frente a los otros deben permanecer de alguna manera impermeable”. En aras de conservar la diversidad cultural, hay que resistir la “penetración cultural”. Se requiere un determinado grado de aislamiento y un derecho fundamental a la diferencia cultural.

Este derecho a la diversidad cultural y a la diferencia no deja de ser controversial. El mismo conduce a un musulmán radical a defender con su muerte y la de inocentes el derecho a discriminar a las mujeres y a someterlas a tratos a todas luces crueles, vejatorios e inhumanos. Y lleva a un dominicano inocente pero ignorante a proclamar descaradamente: “qué bueno que no nací haitiano y por tanto no me gusta el vudú ni comer niños de cena”. Esta actitud “francamente etnocéntrica”, como lo quiere Richard Rorty, no es más que el universalismo procedimental vacío de la UNESCO, contracara del relativismo cultural radical del etnocentrismo burdo y provinciano.

Julián Schvinlerman ilumina las paradojas del relativismo cultural cuando expresa: “La Declaración Universal de los Derechos Humanos presupone la existencia de un común denominador moral entre los hombres y las mujeres del globo. Pero ¿cómo afirmarla ante quienes izan la bandera del relativismo cultural y religioso para defender sus actos violatorios de esos mismos derechos que se presuponían comunes a toda la humanidad? ¿Debe respetarse la diversidad religiosa y cultural aun cuando bajo su amparo se realicen acciones criminales e inmorales?”.

¿Hay que ser tolerante ante la intolerancia? O, como lo quería Voltaire, ¿debemos ser tolerantes con todo menos con la intolerancia? No debemos olvidar que, como bien advirtió el propio Levi-Strauss, si todo es relativo entonces el canibalismo es una cuestión de gustos.

Pero si la intolerancia frente al crimen, la crueldad, el terrorismo es una virtud digna de elogio, como pretende Antoni Tapies, entonces ¿debemos hacer la guerra para lograr la paz o la paz solo se consigue mediante la paz y el respeto de las diferencias?

Las ideas de Levi-Strauss acerca del valor de la diversidad cultural y la diferencia hoy son reivindicadas en el Primer Mundo. Los inmigrantes allá son rechazados no tanto porque sean inferiores sino porque los ciudadanos de aquel mundo no quieren vivir con ellos porque son muy diferentes. 

El resultado del relativismo sigue siendo el mismo del racismo: la marginación, la exclusión y hasta la violencia. El lema  sigue siendo el mismo: iguales pero separados. 

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