¡Ha muerto Sophie Jakowska!

¡Ha muerto Sophie Jakowska!

POR MARIO BONETTI
Es tanto lo que comunidad académica criolla ha perdido con la muerte de la doctora Sophie Jakowska que se impone primero presentarla indicando rasgos de su humanidad y de su trabajo científico a favor de este país para tener una idea correcta de la persona de quien se trata.

La para entonces futura doctora  Jakowska nació el 21 de enero del 1922 en su amada Varsovia, Polonia.  Recibió una beca para estudiar ciencias políticas en la Universidad de Roma en el “curso superiore per Stranieri” (1939-1942), previa graduación en “artes liberales” en su ciudad natal.

Al llegar a Nueva York con su esposo griego se cambió a las ciencias biológicas cuando estudió en la Universidad de Fordham, Estado de Nueva York, donde se recibió de doctora en biología en el 1947. 

Allí colaboró con la Academia de Ciencias de Nueva York, a la cual quedó unida para siempre hasta el día de su muerte. Autora de varios trabajos en el área de la citología de plantas y animales y de la hematología y patología comparadas.   Leía,  hablaba y escribía con fluidez, además de su lengua materna, el inglés, francés, italiano y el griego moderno, que fue el idioma materno del único esposo que tuvo.  Leía y entendía el alemán y leía el latín.

La doctora Jakowska nació el  seno de una familia acomodada de clase media alta, hecho este que le   permitió a sus padres, como era de rigor en la Europa de esos tiempos, brindar a su hija una exquisita educación internacional.

Quisiera decir que cuando el fascismo invadió Polonia, especialmente el  ataque aéreo a Varsovia, la hermosa jovencita de 19 años “Zofía” estaba en la ciudad.

  Al morir, la doctora Jakowska mantenía un nivel económico muy satisfactorio para una mujer de su edad y que sólo tenía como acompañantes a su digna hija “Penélope”,  el cariñoso apodo que le puso su amante madre   la cual heredó de su mamá, además de la belleza física, el talento para la creación artística, y también al esposo de Penélope, Juan Medina, un reconocido pintor de pintura culta establecido en la Zona Colonial.

Vino a radicarse definitivamente en la capital dominicana en el 1977, aunque ya colaboraba desde el 1962 con los proyectos y propuestas que formulaba su principal discípula desde los tiempos de la Universidad de Nueva York, la bióloga marina Idelisa Bonnelly.

Se integró a las nobles tareas de servirle al país por vía de la UASD con la aportación de las estrategias de desarrollo científico que ella sabía aportar.

Idelisa Bonelly la describe como “la arquitecta de los estudios de biología en la Universidad”  y facilitadora de recursos humanos y mediadora en el establecimiento de relaciones con instituciones científicas norteamericanas y con personalidades del área.

A partir de ahí comenzó una vida útil y fructífera de servicios desinteresado a la República educando y formando jóvenes en las ciencias biológicas y tratando de transmitirles el amor y el respeto por las ciencias en general, observando los métodos de investigación y la rigurosidad en el establecimiento de conexiones causales. 

Jakowska

La Dr. Jakowska fue siempre admirada por los hoy profesores y profesoras que la tuvieron como docente o tutora, lo que les dio la oportunidad de conocerla de cerca y de poder apreciar su integridad ética y su honestidad intelectual.

Cuando la profesora Jakowska sabía algo lo decía, cuando no lo sabía también lo decía, cuando ella tenía razón lo decía y cuando no la tenía lo reconocía igualmente sin sonrojarse por ello,  porque no tenía sentimientos ningunos de inferioridad isleña, por lo cual equivocarse no era razón para avergonzarse.

En el contexto de un articulo de periódico laudatorio de sus valores humanos y científicos, no me puedo extender en la exposición de tales valores con detalles; por eso destacaré resumidamente la parte concerniente a sus calidades humanas postergando la científicas para otra ocasión.  La doctora Jakowska fue un auténtico exponente en persona del grado de civilización alcanzado por los pueblos de Europa del Norte y del Este en cinco siglos de desarrollo cultural, que no se traduce solamente en acumulación de conocimientos y logros artísticos, sino en la incorporación a sus personalidades, vale decir, al repertorio de actitudes y conductas, un elevado refinamiento de respetuosidad en el trato con terceros.  Este fue siempre un rasgo de su comportamiento que la hacía brillar en la selva antillana de nuestro lar nativo como brilla un rubí en una cueva oscura, aunque tenga cuarenta y ocho mil kilómetros cuadrados de dimensión.

Su pureza de corazón, su nobleza de carácter y su profunda fe cristiana no fingida causaban la impresión en sus interlocutores de que se trataba de un ser cándido e inocente.

Sabia sonreír sin carcajadas; su hábito de escribir cartas extensas y detalladas, su bella costumbre de responder toda clase de comunicación dirigídale a ella, ante todo cartas, independientemente del status socioeconómico de quien se tratara, de solidarizarse desinteresadamente con quienes conocía cuando estos sufrían percances o infortunios, cosechaban logros o se manifestaban por los medios de comunicación acerca de asuntos de interés nacional de modo satisfactorio para ella, constituían el fundamento de lo que yo he llamado más arriba un fulgurante rubí depositado en la oscura cueva que es Dominicana y sus moradores.     

Por otra parte, “Sophie”, como la llamaban sus amigos y amigas cercanas (para mi fue siempre la “Doctora Jakowska” y yo para ella “Doctor Bonetti”) fue un ejemplo de práctica cristiana de amor al prójimo y de solidaridad con los débiles y con toda clase de atropellados por la pobreza que genera esta sociedad para las grandes mayorías nacionales (y riquezas para una minoría).  Ella trataba a los pordioseros, vendedores ambulantes, policías, y a cualquier clase de “infeliz” que ella conociera en el entorno del Parque Colón y de la Catedral, que era su propio entorno urbano personal, como si se tratara de un vecino querido o respetado, pero con la diferencia de que nosotros ajustamos el trato con los vecinos, y en general, con todas las personas, en función del “egoísmo antropológico”, (Levi-Strauss) o sea, en función del beneficio que les podamos sacar, mientras que la practicante cristiana Jakowska entendía su benevolencia y dulzura en el trato con las víctimas de esta sociedad como una misión para la salvación de su alma y como una obligación contraída con su fe para el trato con los indigentes, a quienes conocía bien, los llamaba por sus nombres de pila y sabía de sus problemas personales y hablaba de ellos con cualquiera, aunque no fueran de su misma situación socioeconómica, como nosotros hablamos de las personas que  apreciamos porque pertenecen a nuestra clase social, a la clase alta o de quienes esperamos o hemos recibido beneficios.  Nosotros no nos avergonzamos de hablarles a terceros de esas personas que apreciamos, ella tampoco se avergonzaba de hablarnos de sus amigos pobres e indigentes.

Yo tuve el privilegio de haber sido aceptado por ella para formar parte de su círculo de amigos a pesar de mi militante condición de ateo y de practicante marxista.

Ella fue miembro activista de la Academia de Ciencias de la República, donadora de revistas científicas para la biblioteca de esta institución y deploradora junto conmigo del desinterés de aquellos profesionales tenidos por científicos por las ciencias.  Sufría junto conmigo las deficiencias humanas y el desinterés de muchos miembros de la Academia por la Institución, y condenaba en privado, junto conmigo, las veleidades y el afán narcisista de varios de ellos de proyectarse continuamente por la prensa y televisión y la inclinación a usar la Academia como trampolín para el ascenso social o la autopromoción, y no como oportunidad para el progreso científico personal.  En ese contexto solía, como lo hago yo también, recordar con admiración la pujanza pero también la sobriedad de vida de los científicos de su amada patria polaca.

Tuve el privilegio de haber sido el último destinatario de sus cartas antes de morir.  En la ultima carta que escribió me estimulaba a hacer contactos con una agrupación de científicos norteamericanos interesados en la bioética.  Tal vez me haya correspondido a mí también el otro privilegio de haber sido probablemente el último intelectual con el cual ella sostuvo su última conversación de este tipo.  Cuatro días antes de morir me llamó por teléfono para decirme lo alegre que estaba por haber hallado una carta que creía perdida y que yo le envié desde Cracovia, Polonia, donde hice estación por un par de días antes de continuar mi viaje hacia los antiguos campos de exterminio nazi de Auschwitz y Birkenau en el sureste del país.

Entonces iniciamos una conversación telefónica acerca del valor cultural de Cracovia y la importancia religiosa de dicha ciudad para la historia de Polonia.

La Universidad Autónoma de Santo Domingo y la Academia de Ciencias tienen una deuda moral que saldar con la profesora/doctora Jakowska.

Yo propongo que la UASD nombre alguna sala, laboratorio o cátedra con el nombre de la que fuera maestra y amiga de toda una generación de biólogos dominicanos.

Por lo menos que cuelguen permanentemente su fotografía en el departamento de Biología.

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