Habitaciones y calles

Habitaciones y calles

Todos los hombres son mortales; pero algunos son más mortales que los otros. Son aquellos sujetos que no dejan huellas de su paso por el mundo. Del hombre primitivo encontramos hachas petaloides, piedras pulidas de las que se asegura fueron utilizadas como puntas de lanza; también pictografías que representan animales y pájaros que alguna vez estuvieron en los ojos del hombre de las cavernas. La cueva fue la primera habitación de los seres humanos, el primer refugio frente a las tormentas explosivas y a las persecuciones de fieras carniceras. Pasamos muchísimas horas en habitaciones: dormitorios, comedores, cuartos de baño, aulas, oficinas, almacenes. Tal ha sido el destino de la raza humana desde la época cuaternaria.

Los habitantes de las cuevas de Altamira decoraron las paredes naturales de esas grutas con murales coloridos. Dieron cuenta o “declaración” de lo que habían vivido. Renos afrontados, vacas pariendo, pájaros empollando, funcionan como testamentos rupestres. Por no tener notarios, ni editores, quedaron al cuidado de arqueólogos y antropólogos. Lo mismo que nosotros, el hombre primitivo no podía permanecer todo el tiempo en la cueva. Tenía que salir a buscar alimentos en una jungla llena de peligros: víboras, plantas urticantes, animales hambrientos. Las calles de las ciudades contemporáneas son las junglas que nos esperan al salir de nuestras “confortables” habitaciones.

Pero hay cosas nuevas que no conocieron los hombres de la antigüedad más remota. Cuevas y junglas y habitaciones y calles, podrían constituir un “paralelismo” adecuado. Sin embargo, estamos sometidos a la acción continua de habitaciones, calles y audiciones. La radio, la TV, los “carros de música”, la propaganda comercial, nos perturban la cabeza, sea que estemos en calles o habitaciones. Ese “ruido perpetuo” no lo tuvo el hombre de Neanderthal. Conoció, a lo sumo, gruñidos o rugidos ocasionales de grandes mamíferos.

Este escrito debió titularse: “Habitaciones, calles, audiciones”; pero resultaba muy largo. Esa intervención auditiva me parece más poderosa que cualquier intervención militar. Un cúmulo de opiniones, noticias, propaganda política, nos invade el cerebro con mayor fuerza que el rumor de la jungla al anochecer. Con el agravante de que nunca dejamos de oírlo: refugiados en el dormitorio, en medio de la calle, seguimos escuchándolo. ¿Cómo cerrar los oídos?

 

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