Hábito de escribir y leer

Hábito de escribir y leer

PEDRO GIL ITURBIDES
La tercera de las lecturas en las celebraciones solemnes del Domingo de Ramos, presentó a los fieles la visión de San Marcos sobre los días últimos de Jesús. Al menos en dos ocasiones, este relato remonta los sucesos alrededor de la vida del Salvador, a presagios del pasado.

Evoca entonces el evangelista los antiguos escritos para decirnos que la acción salvífica como don del Creador, era tópico presente en la vida de su pueblo.

Durante la cena de la pascua, en la que instituye el sacramento de la comunión, lo cual sirve de base al rito eucarístico tal como lo celebramos, Jesús anuncia su entrega “según está escrito.¡mas ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado!”. En ocasión del alboroto que se urde para su apresamiento, Jesús recrimina a las huestes de los escribas y sacerdotes. Les recuerda que habitualmente se hallaba “enseñando en el templo y no me prendisteis; pero es así, para que se cumplan las Escrituras”.

Tales escritos son aquellos que ayudaron al pueblo en que encarnó, a sentirse una nación, más allá de sus propias divisiones y de las persecuciones sufridas a manos de muchos imperios. Y es que sus reyes y sacerdotes estaban obligados a mantener esta tradición de escribir, leer y estudiar su propia historia, y la de su relación con el Omnipotente. Pero también a comentar lo escrito ante las asambleas del pueblo, y en los templos.

Tras la salida de Egipto, Moisés escribió leyes relativas a la santificación y glorificación de Dios, a través de la práctica religiosa.

Pero también relacionadas con la organización política y social, económica y de producción, de educación y salubridad, de lo que en principio no fue más que una horda. A la clase política mandó de este modo: “cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas; y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra”.

Este mandato, escrito en el Deuteronomio, se ratificó a Josué tras la muerte del libertador y jurista. “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito”. Diversos estilos y relatos que los exegetas perciben como diferentes de aquellos que se reputan propios de los autores a que se les atribuyen, se deben a la interminable obra de creación a que se sometieron las escrituras.

Escribir y copiar lo escrito, lo propio de la historia de un pueblo, de su devenir, sus leyes y costumbres. Leer, meditar y difundir lo que puede hacer posible la promoción humana, social, política, cultural de las gentes. He aquí la base del progreso de los pueblos. Y sin duda puede lograrse este objetivo por medio del desenfrenado crecimiento de los sistemas de la información digital. Pero cuéntenme entre aquellos, pocos a no dudarlo, que piensan que todavía debemos aferrarnos a las publicaciones impresas tradicionales.

No puede el país caer en la trampa de intentar dar alcance a las metas trazadas por grandes potencias dentro de un esquema como el de la “sociedad de la información”. Antes que ello hemos de procurar metas modestas, como la de que toda nuestra gente lea, que sea capaz de leer en los medios tradicionales. Pero que además lea bien, para que entienda cuanto lee, pueda razonar respecto de lo leído, y forjar propios criterios. No pido que se desechen los sorprendentes avances que nos llegan por vía de la informática, sino que elevemos a las mayorías hoy preteridas, a la condición de lectores comunes y corrientes.

Porque en esta materia, preciso es que nos digamos entre todos, lo que San Pablo requería de Timoteo. “Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza”. Porque, y ésto lo decía a los romanos, “las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanzas”.

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