Hábitos saludables

Hábitos saludables

Contemplar los amaneceres y los atardeceres son regalo invalorable

En el mundo católico se recuerda cada 28 de diciembre como el Día de los Santos Inocentes.

En esa fecha de 1968 y con 23 abriles cumplidos recibí las aguas bautismales del primer viaje por avión.

Volamos por la aerolínea Eastern desde Santo Domingo, haciendo una escala en el aeropuerto Luis Muñoz Marín de San Juan, Puerto Rico. Sitio de destino final: aeropuerto internacional O’hare de Chicago.

Tan inocente era que ignoraba las heladas temperaturas de aquella urbe, agravadas por las fuertes brisas invernales que congelaban la piel en un ser desabrigado.

Al siguiente día revoltillo de huevo y papas machacadas; todo insípido. A su lado había dos frascos uno de ellos conteniendo sal y el otro tenía pimienta. 6 onzas de jugo de naranja, agua de café a la libre y unos sobrecitos de menos de 30 cc de crema de leche para mezclar con el estimulante mañanero. Cero mangú, nada de salami, ni mucho menos leche con café.

Al mediodía una cucharada de arroz desabrido, en forma de pasta, carne preparada sin sazón, acompañada de vegetales hervidos. ¡Cómo echaba de menos mi bandera dominicana: arroz, habichuela, carne, plátanos amarillos fritos y un dulcito de postre!
Perdí mucho peso y si no cogí otro vuelo de retorno inmediato, ello se debió al contrato de trabajo como médico interno rotante que había firmado.

Medio siglo después no tenemos con qué pagar las nuevas costumbres adquiridas en la ciudad de los vientos. Aprendimos a comer sin sal, a saborear los vegetales hervidos y crudos, a ser comedido en la cantidad y calidad de las grasas ingeridas, a ejercitarnos diariamente durante toda la semana y a poner todas las actividades cotidianas y futuras en una sagrada agenda.

Nos acostumbramos a planificar las vacaciones, ser puntual en las citas y a cumplir con lo acordado. Cada año acudimos con religiosidad a la cita para el chequeo médico y odontológico siendo fiel a las recomendaciones pertinentes.

Siempre hemos recordado que somos seres sociales. De ahí la sana convivencia, el amor al prójimo; no hacer al otro algo que no te agradaría hicieran contigo y el estar dispuesto a dar o compartir, haciendo el bien, sin pensar en recompensa.

¿Qué fue lo que no quisimos aprender? No nos tentó el uso del tabaco, de la marihuana, el alcohol, la cocaína, ni demás estimulantes. Tampoco la comida rápida, las golosinas cargadas de azúcar, harina y grasas saturadas.

Comimos y trabajamos para vivir; siempre comedidos sin irnos a los extremos y nunca dado a los excesos. No nos atrajo la carne de res ahumada a medio cocer, ni los botellones de vino tinto o de vino blanco.

No transitamos por las calles de las dietas; ni gula, ni abstinencia; siempre buscamos los alimentos naturales. Convencido estamos de la certeza de esta sabia frase: por la boca muere el pez.

Completando nuestro otoño y acercándonos al invierno satisface decir que no tenemos enemigo personal alguno, nunca fuimos sujeto, ni objeto de demanda judicial, ni de incumplimiento contractual.

Disfrutamos las bellas artes y nos entretienen al máximo el arcoíris de singularidades que nos regala la madre naturaleza.

Sentir en paz las tiernas madrugadas y contemplar los amaneceres y los atardeceres son regalo invalorable.

Poder captar tras el ojo mágico de una cámara fotográfica esos irrepetibles momentos nos obliga a gritar: ¡Ha valido la pena vivir, leer siempre, y escribir para compartir lo vivido!