Hábitos

Hábitos

Nuestra vida, cuando tiene forma definida, no es más que un amasijo de hábitos, afirmó William James en 1892. Un buen porcentaje de lo que hacemos o elegimos nos parece producto de un análisis frío pero en realidad no lo es; se trata de hábitos. En el 2006, la Universidad de Duke publicó un estudio que el 40 por ciento de las acciones que llevamos a cabo no son decisiones sino hábitos: Si nos ejercitamos o no, qué comemos, lo que le decimos a nuestros hijos, nuestros gastos, ahorros, etcétera. Los hábitos tienen un tremendo impacto en nuestra salud, productividad y seguridad financiera.

Afortunadamente, los hábitos se pueden cambiar; así lo afirma Charles Duhigg en su reciente libro: Power of Habit: Why we do What we do in Life and Business (Poder del Hábito: Por qué hacemos lo que hacemos en la vida y los negocios). Para lograrlo, es necesario entender cómo funcionan. Hay momentos que hacemos decisiones conscientes: salir a correr, comer y tomarnos un trago, ir a la oficina o no; luego paramos de hacer elecciones y el comportamiento se hace automático, una consecuencia natural de la neurología.

Cuenta el autor, que estando en Iraq, al principio de la guerra, se estaban produciendo muchos disturbios populares. La gente empezaba a llegar a una plaza después de almuerzo, poco a poco aumentaba el número, a las dos o tres horas se había llenado de personas, entonces aparecían los vendedores de comida, al rato, alguien lanzaba una botella y comenzaban los disturbios. El proceso se repetía diariamente; para poner orden, los militares estadounidenses tenían que intervenir, lo que ciertamente agravaba la tensión y afectaba las relaciones políticas.

El comandante de la plaza pidió más tropas pero un sicólogo que había sido enviado a la ciudad recomendó al comandante que no dejara entrar los vendedores de comida a la plaza. Extrañado, el comandante accedió y les prohibió la entrada. Al día siguiente, la gente comenzaba a llegar como de costumbre; a las cinco de la tarde la plaza estaba llena, el vocerío se aceleraba, también el hambre. Sin embargo, para las ocho de la noche, la plaza estaba vacía. Algo parecido observé en los años sesenta y uno y dos en el parque Independencia, a media mañana y media tarde el ambiente estaba hirviente pero al mediodía, poco a poco, todo el mundo se retiraba y llegaba nuevamente luego de la siesta. También se iban a cenar.

Si uno se imagina el cerebro como una cebolla, capas sobre capas, las más profundas son las más antiguas y las exteriores, más cercanas al cráneo, las últimas que se formaron. En éstas ocurren los análisis más complejos. Profundo en el cerebro y cerca de donde se une a la columna vertebral están las estructuras más primitivas, aquellas responsables de las decisiones que incitan a correr o pelear frente al enemigo, son las que controlan el comportamiento automático. En el centro de cerebro hay una estructura como una bola de golf, se denominan ganglios basales.

En 1990, científicos de MIT comenzaron a pensar que ella tenía que ver con los hábitos. Experimentos con animales demostraron que cuando les herían los ganglios o núcleos basales se desarrollaban problemas con tareas como correr por laberintos sencillos, recordar cómo abrir sus cajitas de comida o cómo beber de los dispositivos. Así iniciaron estudios micro-técnicos para observar qué estaba ocurriendo en el cerebro de las ratas, llegaron a la conclusión de que en los ganglios residían los patrones de comportamiento, hábitos que habían adquirido después de muchísimas repeticiones.

Según científicos, los hábitos ocurren porque el cerebro está siempre buscando cómo economizar energía. Veamos el caso: salimos de la oficina e inmediatamente los ganglios basales toman el control: nos metemos la mano en el bolsillo, tomamos la llave del carro, quitamos el seguro, lo arrancamos, tomamos la ruta a la casa, al llegar, apagamos el carro, cerramos su puerta, abrimos la de la casa y dejamos las llaves sobre la mesita. Todo automáticamente, al punto que a muchos lectores les habrá ocurrido que un par de horas después, no saben si tienen las llaves en el bolsillo, en la mesita o dónde diantre.

Resulta algo interesantísimo, como estamos trabajando en piloto automático con los ganglios basales, la parte gris del cerebro queda libre y no es inusual que conduciendo a la casa, nos acordemos que nuestro hijo tenía un examen de matemáticas ese día o que nos faltó terminar el estudio de factibilidad o que hicimos una hipótesis equivocada. Todo esto puesto que la corteza cerebral ha quedado desocupada. Las rutinas crean hábitos. Los hábitos nunca desaparecen porque están codificado en la estructura de nuestro cerebro, lo cual resulta importante para nosotros, porque, por ejemplo, cada vez que nos montamos en el carro, no tenemos que volver aprender a manejar. De la misma forma, si aprendemos a crear nuevas rutinas neurológicas que contrarresten, se sobrepongan a las antiguas, podemos forzar los malos hábitos a retirarse más abajo; dejando de ser hábitos dominantes.

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