Entró a mi oficina esquivo, como si finalmente fuera ahí donde acababa todo. El día anterior me había llamado a través de una persona conocida, y empinado sobre el deber de contribuir a la vida cotidiana, me había dicho que él sabía cosas de lo que ocurrió realmente en las elecciones del 16 próximo pasado. En la refriega de la guerra comunicacional que se abrió después de la suspensión del torneo electoral, y en un mundo líquido (Zigmunt Bauman), uno suele mirar con toda sospecha el juicio del otro. Pero dije que sí. Al entrar me estremeció, porque afirmó que era del DNI. Tenía ante mí un papel curiosamente ambiguo, en el mismo instante que comenzó a hablar:
“Tres semanas antes de las elecciones las encuestas les decían que iban a perder en los grandes centros urbanos. No había ninguna duda, algo había cambiado, y los estudios que la Comisión estratégica hacía todas las semanas casi lo daban por hecho. Entonces se echó a andar la maquinaria. El DNI tiene desde un mes antes de las elecciones gente dentro de la junta, y no es nada casual que el delegado técnico del PLD sea el vicedirector del DNI, miembro del Comité político del PLD”. Pensé en la triste contabilidad de la mentira que es nuestra historia, y sentí que se iba regando en el ambiente una especie de delicioso terror.
“Usted sabe que la “Comisión estratégica” funciona en el Palacio, y todo lo analiza. El plan era boicotear el voto automatizado, y continuar votando en las zonas en las cuales se votaba manualmente. La Comisión estratégica del Palacio estaba segura de ganar mayoritariamente en esas demarcaciones, y contaban con que el presidente de la Junta, y los demás miembros, se plegarían a la idea de suspender el voto automatizado y continuar el manual. Era un golpe de doble efecto, por un lado permitiría argumentar que íbamos ganando, y por otro fortalecería la muy menguada idea de que en las elecciones de mayo el ganador sería el PLD”. Dejé filtrar una mirada aguda, y me imaginé que su rostro estaba lleno de signos. Entonces, el teniente del DNI sonrió, y dijo:
“Yo no sé con qué tecnología iban a boicotear el voto automatizado, pero ahí dentro de la Junta había mucha gente con la cual se contaba. Le repito que no es casual que el subdirector del DNI fuera el delegado técnico del PLD. El plan se cayó porque el presidente de la Junta, y todos los miembros, menos una; se opusieron a la suspensión de las elecciones únicamente donde se efectuaba el voto automatizado. Se les cayó el plan, hicieron un tollo los que tenían que trabajar con las máquinas, y les explotó en sus propias manos. Por más que presionaron para que la votación continuara, el tollo no tenía solución. Los jefes tienen que estar echando chispa porque las cosas no salieron bien”.
Le noté la fatiga, los pequeños desplazamientos del pie derecho, la acritud del rostro huidizo. Lo vi mortificado y me dije que era una pura institución de la realidad. Tantos años de autoritarismo en la República Dominicana te empujan al nerviosismo y la desconfianza. Movía una gorra en las manos, y la emparejé con la unidad de los gestos humanos cuando alguien sale de su cotidianidad. Ese pequeño trozo de realidad suprimía el peso determinante de la historia. –“¡Coño, -me dije- , suele ocurrir que uno vive y muere de la misma manera que los demás”.
Entonces él se levantó y desplegó un gesto laborioso, como si hubiera terminado una faena. Me extendió la mano y me dijo: “Esto no es una historia, doctor. No es una historia. Yo tengo más de doce años en el DNI, y no estuve en este trabajo. A ellos se les dañó el servicio. Estoy harto de ver tantas cosas que después se explican en público de otra manera. Nada de lo que le he dicho es mentira. ¡Fueron ellos los que elaboraron el plan, pero les falló, no es historia, es realidad, verdad ”. Me apretó la mano y se fue. Lo vi salir como si fuera la historia dominicana memorializada en la armoniosa trabazón de los gestos de un policía cansado. Y decidí contarlo como si fuera una novela. Solo que todo cuanto he escrito es la pura realidad del relato.