Habla una vecina del Palacio

Habla una vecina del Palacio

Soy la 305 de la calle doctor Delgado, orgullosa de ser una de las joyas de Gazcue. Estoy situada en una calle única, que aunque nace en el Obelisco, comienza en la avenida Independencia, cruza la Bolívar, pasa el Palacio y termina en la calle San Martín.

Desde la Bolívar hacia el norte, hilera de residencias albergaban familias de los apellidos más reconocidos a mediados del siglo 20. Los Pelleranos, Prota, Troncoso, Bou, Vicioso, García, Recio, D`Alessandro, McLaughlin, Caamaño, Isaías, Veras; y en mi cuadra, vecinos como los Jorge, Hermann, Holguín, Romano, Ransohoff, Ortiz; y la madre y hermana de María Montez.

Fui construida en el año 1939, diseñada por el señor Pedro Labera, para el propietario, Coronel Luis Veras Fernández, pero resulté muy grande para su esposa doña Roselia Vicioso de Veras, y decidieron venderme. El comprador, a finales del año 1942 fue el hacendado señor Manuel Roedan Yege, como regalo a su esposa doña Elena Hernández de Roedan, al dar a luz a su octavo hijo. Hasta el día de hoy pertenezco a esa familia.

Fui construida enteramente de concreto armado y mi diseño inspirado en los castillos medievales europeos. A mi segunda planta se sube por una escalera caracol de granito. Paseo dos garitas o minaretes, donde puede penetrar una persona, y nueve garitas más pequeñas que me sirven de adorno. Estas once garitas tienen luces eléctricas que al encenderlas de noche me dan un aspecto de fantasía. Soy la única residencia de la ciudad capital y tal vez de la isla, que no necesita adornos los días de navidad y feriados. Basta con oprimir un interruptor para encender todas las garitas. Mi diseño parece que impactaba, pues recuerdo las décadas de los 40 y los 50, a los turistas y marineros extranjeros fotografiándome.

Soy un castillo con historias que contar. En 1965, misiles lanzados desde una fragata anclada en el mar, dirigidos al Palacio Nacional, de cuyos jardines frontales solo nos separa una casa, al no tener la fuerza necesaria para alcanzar el objetivo, cayeron sobre algunas casas del vecindario al sur del palacio. Sufrí el impacto de más de un proyectil, causándome daños que mas tarde reparó el gobierno. En aquel entonces mis paredes escuchaban un idioma extraño, el portugués, pues serví de cuartel a las fuerzas del Brasil.

En el salón principal del primer piso colgaba una enorme lámpara antigua de bronce y cristal de once luces, la cual calculo, llegaría de España, en el mismo embargue que trajeron las lámparas colgantes instaladas en la Catedral Primada, pues son exactamente del mismo material y diseño. En tal vitrina del comedor de lujo teníamos un tesoro histórico que desapareció con el bombardeo; una jarra para vino y sus dos copas de cristal y oro, que sirvió para un brindis al presidente Ulises Heureaux durante una visita que hiciera a Monte Plata. Los anfitriones fueron la familia Martínez, tíos maternos de doña Elena.

Corría el año 1957, por espacio de una semana, a las 12:30 P.M., salía al frente de la casa el mayor de los hijos de la familia, apuesto y bien parecido, vestido de saco y corbata, a esperar que pasara una bella joven quinceañera en su limosina. Ellos se saludaban tímidamente con una ligera inclinación de cabeza. Ella salía de las oficinas del Palacio, donde ayudaba a su famoso padre. Al cabo de una semana, probablemente traicionada por su chofer, el joven recibió su pasaporte para Norteamérica.

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