Hablamos mañana

Hablamos mañana

Ramón Peralta

El alcalde, ante los inesperados resultados de una elección interna, anunció con calma: «Hablamos mañana» para investigar lo sucedido. Pero lo que siguió a este apacible anuncio fue una intensa campaña mediática promovida por sus adversarios internos, que persiste hasta el día de hoy. Parecía como si intentaran resucitar una controversia que, a todas luces, debió haberse zanjado en el momento en que lo derrotaron. Sin embargo, su empeño radicaba en impedir que el alcalde, ahora considerado políticamente extinto, pudiera descansar en paz.

En medio de esta situación, una antigua canción popular llamada «Mi compadre, vayase en paz» se convirtió en un símbolo cultural. Esta canción abogaba por el respeto a la última voluntad del difunto y permitía que encontrara su descanso final en paz. Esta misma lógica se aplicaba a la política, donde se esperaba que los adversarios internos, junto al propio candidato electo, colaboraran para asegurar que el alcalde saliente completara su mandato sin mayores sobresaltos y que se llevara a cabo una campaña electoral unificada. Esto cobraba aún más relevancia cuando el alcalde derrotado contaba  y cuenta con una estructura política propia, independiente de la organización que lo había vencido.

Sin embargo, en lugar de permitir que el alcalde terminara su mandato en paz y desarrollara su visión para la ciudad, sus opositores internos intensificaron sus ataques. El candidato de su propio partido presionaba a los fiscalizadores locales para obstaculizar la gestión municipal, creando un clima de confrontación innecesaria.

Este comportamiento desconcertó a los analistas políticos, quienes no podían encontrar una explicación lógica para la saña y el odio que el candidato  mostraba hacia su alcalde. Era aún más confuso si considerábamos que el alcalde, a pesar de haber sido víctima de una conspiración, había demostrado humildad al permanecer en su partido y apoyar a su presidente. Algunos argumentaban que esta hostilidad se debía únicamente a motivos económicos, son solo negocios  sin un conflicto personal de fondo.

El principal problema del actual alcalde radicaba en su determinación de tocar los intereses de poderosas familias  sicilianas que se beneficiaban del «lucrativo negocio de la basura». Al asumir el cargo, sabía que tendría que enfrentarse a intereses económicos considerables que se beneficiaban de contratos perjudiciales para el municipio. Estos contratos, difíciles de pagar, obligaban al gobierno central a asumir la deuda, y el servicio de recogida de basura dejaba mucho que desear.

La gestión privada de la basura estaba fuera del alcance de la comunidad, caracterizada por la falta de transparencia en los contratos y decisiones que afectaban a todo el municipio. Las empresas privadas tenían un control absoluto, pudiendo dejar a la ciudad sin servicios ante cualquier retraso en los pagos, lo que ponía en jaque a la municipalidad.

El alcalde tomó la decisión valiente de asumir el control directo de la calidad del servicio, lo que resultó en mejoras significativas en áreas donde se utilizaron camiones municipales propios. La calidad del servicio se incrementó, los costos disminuyeron y la planificación se volvió más eficiente, con rutas y frecuencias adaptadas a las necesidades de la comunidad.

En la ribera del río, el gobierno local se enfocó en objetivos específicos relacionados con la gestión de residuos, como promover el reciclaje, reducir la generación de residuos y fomentar la sostenibilidad ambiental. La participación comunitaria aumentó la conciencia ambiental y, dado que los camiones eran propiedad del municipio, se logró integrar la gestión de la recogida de basura con otras políticas locales, como la planificación urbana y el desarrollo sostenible, lo que mejoró el bienestar y la calidad de vida en esas comunidades.

Sin embargo, tocar los intereses de las poderosas familias Corleone y Bazini tuvo un alto costo. En una campaña electoral que unificó a rivales y aliados, el alcalde lideró las encuestas el 1 de octubre. Sorprendentemente, ese día, sus opositores internos movilizaron más recursos que todos los candidatos presidenciales juntos en el país. El partido del alcalde, que no había reconocido sus logros, continuaba obstaculizando su gestión a través de supuestos fiscalizadores.

La fase final de esta confrontación política encontró al alcalde considerado políticamente muerto, mientras sus opositores intentaban socavar aún más su gestión. El candidato del mismo partido y los ex precandidatos presionaban a los concejales para boicotear el plan del alcalde, en un movimiento que podía ser rentable en términos de negocios pero potencialmente desastroso en términos políticos. Intentar «matar» dos veces al alcalde de su propio partido equivalía a un suicidio político, ya que cualquier éxito del alcalde redundaría en beneficio para el candidato y el partido

Esta guerra soterrada   que lleva  el candidato contra su propio alcalde perjudica, en última instancia, a su propia candidatura. Si deciden persistir en este funesto camino, solo les queda desearles suerte. Y si me preguntan quién sale más perjudicado en esta encarnizada lucha, si el alcalde o el candidato, yo simplemente les respondo: «Hablamos mañana.»

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