Hablar con los hechos

Hablar con los hechos

POR ANGEL BARRIUSO
Desde el momento en que el presidente Balaguer sintió que sus días en el poder estaban contados en su último período de los años noventa, dejó de hablar. Una joven -dijo- le envió una carta sorprendida por su silencio absoluto, a lo cual el viejo caudillo respondió públicamente diciendo que él estaba hablando todos los días, sólo que lo hacía con los hechos. Y en efecto, hubo inauguraciones y se adoptaron medidas palaciegas.

Las circunstancias habían llevado al líder reformista a ahorrarse las palabras, y aplicar el antiguo proverbio chino de que «una imagen vale más que mil palabras».  Aquella fue una decisión muy personal, pero razones sociales y políticas podrían aplicarse hoy al presidente Leonel Fernández que desde ya inaugura su segundo mandato presidencial, en poco tiempo y en la plenitud de su vida, una gracia de pocos.

Fernández, hábil e inteligente, de hablar fluido y con dominio del recurso de la comunicación, retoma el Palacio Nacional en momentos difíciles para cualquier gobernante que hace recordar los años sesenta, cuando el presidente Balaguer inició su primer período presidencial en 1966 con mayores dificultades políticas respecto al día hoy. En muchos aspectos, semejantes.

En los años sesenta había que hablar mucho y actuar mucho. En 1996, cuando Leonel llegó al Palacio por primera vez estaba en la necesidad de exponer reiteradamente sus pareceres, aunque luciera teórico y repetitivo. En esos cuatro años defendí el mucho hablar de Leonel y el mucho hablar de Jorge Subero Isa, quien también se iniciaba como presidente de la Suprema Corte de Justicia, estrenando una nueva etapa.

¿Qué espera hoy la población, en sus distintos estractos sociales? ¿Qué esperan los pequeños y medianos empresarios, el comercio, los empresarios y sectores agropecuarios?

Todos estamos agotados, probablemente exhaustos de explicaciones sobre los orígenes de la crisis, sobre la escasez del gas y la falta de energía eléctrica. Estamos en una etapa en que la sociedad aspira a soluciones y resultados.

El saliente presidente Hipólito Mejía repitió durante casi cuatro años que era un hombre de palabra y que, en consecuencia, todas las promesas que hizo sobre la solución a la crisis energética lo resolvería. Sin embargo, ¿cuál ha sido el resultado?

Después de oir tantos discursos y reiteradas promesas atravesamos por un agravamiento de las condiciones en que encontró el servicio energético. No tenemos luz y pagamos muy caro un servicio inexistente. Recientemente, el cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez expresó su asombro por la capacidad de tolerancia mostrada por la población ante el deterioro progresivo de los servicios y de las condiciones de vida.

El dólar estuvo al 17 por uno y de pronto se colocó por encima de los 40 pesos. Las consecuencias económicas todos, sin excepción, las estamos viviendo. La vida se ha encarecido de tal manera que hasta aquellos que nos visitan de Nueva York, con sus dólares en los bolsillos, se espantan con los precios y perciben que, no obstante la tasa de cambio, el dinero en pesos rinde muy poco. Se ha hablado hasta la saciedad de los casacambistas y  todo aquel que supuestamente especulara con la moneda y de que  los iban agarrar por el pichirrrí, y nada ha pasado, porque agarrar un pichirrí también se ha encarecido, al colmo de cualquier librita de pollo, aun sea de pico y pala cuesta, 35 pesos.

El dinero no aguanta ni miel de abeja. Por veinte mil razones, si queremos apostar a alguna teoría económica, se ha reducido significativamente el poder adquisitivo del pesos, de tal manera que los más pudientes cambiaron el nombre a los supermercados por el de «la casa del terror». Se podrá decir que el comercio es agiotista y especulador, pero semanalmente los carburantes trazan la pauta del mercado y, si nos descuidamos, nos agarramos del dólar.

No sabemos, en la calle, si la Ley de Hidrocarburos está siendo aplicada debidamente. Lo cierto es que el costo operativo de cualquier negocio es casi insostenible, pero también vivir es poco rentable. La inflación y el desorden gubernamental se ha tragado el presupuesto familiar en un esquema socioproductivo incapaz de dar una respuesta de la reactivación del mercado. El gobierno entró en crisis y, tratando de buscar solución a sus problemas, trasladó su conflicto financiero, a cada hogar y negocio de este país.

¿Por qué la transición luce tan corta? ¿Por qué precisamente ahora?

Cada cuatro años la transición tiene tres meses, tiempo hábil ofrecido al saliente para que organice sus cuentas y para las autoridades entrantes organizar sus planes y su personal. Sin embargo, la situación se ha deteriorado de tal manera que nadie ha tenido la suficiente calma para esperar los tres meses de siempre. Y hemos llegado al 16 de agosto en la peor de las condiciones…apenas hay agua potable, pero condicionada -como siempre- al servicio energético. Yun botellón de agua potable cuesta ya 32 pesos.

Para colmo de males, en tres meses de transición se ha incrementado el robo, los atracos…la delincuencia. ¡Sálvase quien pueda! Comparto plenamente lo expresado por el secretario de las Fuerzas Armadas, teniente general José Miguel Soto Jiménez, cuando tratando de darle una explicación a la ola de delincuencia expresó que los hechos tienen su raíz en una descomposición del orden. Fue muy claro, porque cuando se habla de la «descomposición del orden» se está diciendo mucho, y fue suficientemente gráfico.

Tres meses sin autoridad, y cada quien haciendo y deshaciendo. Vas en un vehículo, y un motorista de choca detrás y cuando saca la cabeza para ver recibes un batazo. No exagero. Hay calles intransitables. Se reprodujeron las bandas de delincuentes. El desamparo social e individual. Donde inicias una conversación, todos quieren tener un arma de fuego porque hay una sensación de desprotección pública.

¿Qué haremos?

Recientemente conversaba con unos comerciantes en Villa Riva y se quejaban de la situación, del desencanto y la frustación. Ante la posibilidad de un nuevo gobierno, traté de motivar sobre la base de nuevas expectativas. Nadie cree qué expectativas. Nos oyen, pero al final nos dicen: «Yo lo que quiero es resultado, ver los resultados… Ya he oído bastante».

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