No habría excusa de aceptable validez para abstenerse de concurrir a un proceso de conciliación de posiciones convocado desde el Poder Ejecutivo para el trazado de objetivos reformadores mediante conjunción de pareceres.
Se da por democrático que los gobiernos tengan oídos abiertos porque siempre hay mucho de qué quejarse de ellos. Los más radicales ven a las superioridades de Estado como encumbradas e insensibles que merecen reparos por la forma de regir la Cosa Pública, prefiriéndose lanzar críticas desde tribunas distantes al solio, en las que se puede pecar de injusto si no se toman en consideración las adversidades externas que ahora llegan en oleadas y de las que resulta difícil culpar a quienes están al mando.
¿Por qué no hacerlo bis a bis? ¿Por qué las comparecencias congresuales deben parecer a veces torre de Babel por la que transcurren los años con una creciente carga de indefiniciones que deja al país sin trascendentales herramientas legales? Con códigos y leyes desfasados por actitudes ambiguas y resistencias solapadas que estancan decisiones mientras sectores nacionales rugen en reclamo de pasos al frente.
Si cada uno cree que la verdad le pertenece en agrias confrontaciones de ideas, ¿por qué no ir a la directa diludilación de diferencias en visibles escenarios para que el pueblo sea testigo de la capacidad de sus liderazgos para debatir su destino de tú a tú? El desborde de los autoelogios por medios electrónicos a los que recurre el oficialismo con una persistencia que hace oír al Presidente por todo el dial, pone al auditorio bajo el embate de una sola campana, mientras los opositores son a veces radicales e inapelables pero de reducida difusión. No hay en los hechos un debate que equipare las oportunidades de darse a conocer ante la sociedad.
La convocatoria a diálogo que parte de los gobernantes brinda oportunidad para configurar acciones futuras ante la ciudadanía como árbitro para que hable también por encuestas, al tiempo del discursear de políticos y delegaciones no gubernamentales, empresariales y gremiales en turnos de igual extensión para expresarse con franqueza pero con altura.
Está bueno ya de cacarear sin pasarle la palabra al contrario. Está bueno ya de que cada quien por su lado diga que estamos en el paraíso, mientras para otros a los dominicanos no los salva ni «Checheré» como esto va.
El ciudadano común no sabría con certeza si por endeudamientos irá a parar al abismo o a la gloria, y si se acoge a las cuñas radiales terminará creyendo que lograremos igualarnos a Suiza, aunque las ciudades parezcan ahora un desastre.
Para los descreídos, el progreso es puro artificio y lo único verdadero es la inflación. Que vamos directo a una insolvencia y pérdida de soberanía porque pronto no habría para pagar. Y van a seguir sobrando motivos para que muchos partan en frágiles yolas.
Cuando nadie escucha ni osa replicar, la sordera es la que manda