Hablemos de ahorro y austeridad

Hablemos de ahorro y austeridad

MARIEN A. CAPITÁN
Verle de lejos cada mañana sobrecoge. Su imagen, a veces radiante y otras no, comienza a intimidarme mientras su «comida» empieza a experimentar una nueva escalada. Él es, nuevamente, un símbolo de ansiedad. Los viernes, por tanto, vuelven a ser motivo de desprecio (o «contra-precio»). La preocupación, sin embargo, va más allá de lo personal.

El petróleo sube, los que controlan su precio continúan apostando al alza y nosotros, los consumidores del mundo, apostamos en balde a su cordura.

Mientras eso sucede, y nos hablan de que la balanza de pagos del país se afectará, el gobierno nos pide que ahorremos combustible. Eso, la verdad, está muy bien. Pero, ¿está haciendo él lo mismo?

En honor a la verdad, debo decir que cada vez que salgo de algún lugar pienso muy bien en lo que tengo que hacer para establecer una ruta que me permita perder la menor cantidad posible de tiempo y de combustible. Lo hago por la salud de mis bolsillos, evidentemente, pero creo que con eso aporto mi granito de arena.

Los choferes de la mayoría de los funcionarios públicos y de una gran cantidad de empresas privadas no son tan conscientes. De serlo, ¿se quedarían durante horas muertas esperando a sus jefes (quienes no les dicen nada, a propósito) dentro de los vehículos y con el aire acondicionado encendido? No.

Al hacer esto, los empleados públicos están muy lejos de cumplir con aquella orden del Gobierno que le indicó a los funcionarios que debía bajar en un 20% el consumo de combustibles.

Es evidente que con esto del ahorro de combustible sucederá lo mismo que con aquello de la austeridad: el gobierno nos pide algo que es incapaz de dar. Porque, ¿se puede hablar de un gobierno austero cuando nos gastamos una Primera Dama que casi nunca repite un vestido?

Si hablamos de los vehículos que utilizan los funcionarios, la historia se pone aún peor: en cualquier Secretaría de Estado encontramos un desfile de yipetas tal que a cualquiera le dan deseos de llorar. Pero, ¿qué de la escolta del señor Vicepresidente de la República? Tan exagerada es que, sin mentir, hasta algunos compañeros de partido la critican porque es mucho más grande y aparatosa que la del propio Presidente, quien casi no se siente cuando se traslada de un punto a otro de la ciudad.

Si pasamos al área energética, el ahorro también debe hacerse a todos los niveles. Porque, ¿de qué sirve que yo apague los bombillos de mi casa si una gran parte de los cinco mil quinientos planteles que tiene el país amanece con las luces encendidas (al menos las de fuera)?

Un dato más escalofriante es el siguiente: de las más de ochenta instituciones públicas que hay en el país, sólo cuatro están cumpliendo con la programación que ha diseñado el Gobierno para el ahorro de energía. Entre ellas, el Palacio de la Presidencia y la Secretaría de Obras Públicas.

Esa programación consiste en seguir parámetros tan simples como dejar iluminadas sólo las áreas que estén en uso y apagar los aires acondicionados por la noche. Eso, ¿es tan difícil de hacer?

Son muchas las cosas que podrían hacer los servidores del Estado para ahorrar. Por ejemplo, en el caso de los funcionarios, podríamos empezar porque los viernes dejen los vehículos oficiales para desplazarse en los suyos y pagando ellos el combustible.

Otra medida interesante tiene que ver con los viajes. Cada vez que un funcionario se desplaza lo hace con mucha gente y eso implica, amén de las dietas que se puedan pagar, un gasto innecesario de combustibles. ¿Los viajes al exterior? Menos gente y más resultados.

Cortando un poco de aquí y de allá, pensando en el país y en las mieles del poder, quizás nuestros funcionarios lleguen a algún lado. Aquel que, según el presidente Leonel Fernández, debe extenderse mucho más. Ya veremos qué pasa.

mcapitan@hoy.com.do

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