El concepto de soberanía que tienen los pueblos está dado en función del nivel educativo alcanzado por sus ciudadanos. Dicho en palabras de Francis Bacon, “la soberanía del hombre está oculta en la dimensión de sus conocimientos”, de ahí que sectores dominantes hayan impuesto su propio criterio respecto a la soberanía, prevaliéndose de medios tan nefandos como lo es la neoesclavitud posmoderna, a decir, el analfabetismo.

Desde la óptica aristotélica se recomienda “asumir la soberanía de la ley a la de uno de los ciudadanos”, dándole así preeminencia al ordenamiento jurídico establecido y que rige todos los sectores que gravitan en los Estados.

Para Thomas Hobbes la soberanía puede manifestarse de dos maneras: por institución o por adquisición de la misma. Con la soberanía institucional cada hombre pacta con sus congéneres el ser gobernado por entes organizados y amparados en el orden legislativo consensuado.

Cuando la soberanía se presenta por la vía adquirida, el poder se alcanza por la fuerza y por lo general un hombre o grupo de hombres son sometidos al poder soberano por temor a la muerte.

La visión de Hobbes sobre la soberanía refiere que ésta debe ser irreductible, innegociable, holística e integral, lo que obliga a ser defendida en todos los flancos por donde se le pretenda atacar.

Hobbes considera que la soberanía es a los Estados, lo mismo que la sangre al cuerpo humano, de manera que circula por las venas del cuerpo nacional impartiendo vida interna que garantiza vigencia en el escenario exterior.

La seudo defensa a la soberanía debe dejar de ser un instrumento de manipulación burda, y es justamente eso toda vez que se acude a ese argumento sólo en temas específicos, graciosos y coyunturalmente populares. Sin embargo, también se atenta contra la soberanía de los pueblos con acciones administrativas de sus autoridades que tiendan a reducir la integridad económica de la gente a través de la malversación de fondos.