Asunto delicado, comprometedor, difícil de digerir y peligroso, pero inevitable ahora que el mundo tiembla y la tragedia se cierne y manifiesta en guerras demenciales, crímenes, genocidios, asesinatos, y complicidades entre Estados y naciones y grupos que tratan de justificarlo en búsqueda de una paz imposible. En modo alguno puede justificarse, no importa el motivo o la causa que lo incite o provoque, el terrorismo nunca será ni puede ser solución alguna.
Como política de Estado o actividad de agrupaciones terroristas organizadas que tratan uno y otro, de amedrentar, aterrorizar y destruir para imponer un mundo a su acomodo, el terrorismo está fatalmente condenado al fracaso. Es la sumatoria de demasiados males y frustraciones, de ausencias de razón, de intereses indefendibles, de demasiadas incomprensiones, soberbia e intolerancia, impulsadas por la desesperación y el temor, pésimos consejeros. Por la incapacidad manifiesta de valorizar moralmente el costo de la vida humana.
La descarga de odios desatados, los incurables daños ocasionados, las heridas que no cicatrizan, los traumas humanos que inutilizan la convivencia, las incontables víctimas inocentes, el miedo y la desolación, son la secuela obligada del terrorismo, impuesto por la violencia, provenga de donde provenga.
Ningún triunfo es posible. El vencedor, casi siempre el más fuerte, el más poderoso y el más despiadado, es el mayor derrotado; hundido en el desprecio y el desprestigio. Pero hay quienes lo alientan, lo ansían, lo patrocinan, aplauden y aceptan con disfraz de premio Nobel de gobernantes de naciones desarrollada de primer orden, hegemónicas, o de creencias e ideas fanatizadas, revolucionarias o religiosas, que nada beneficioso aportan para la felicidad de los pueblos.
Gandhi, Mandela, Luther King, Fidel Castro, líder indiscutible no solo de la Revolución Cubana, víctimas de atentados y ataques terroristas, los repudian y condenan enérgicamente como método de lucha. La Declaración Oficial del Gobierno de Cuba, frente al ataque insólito, violento e inesperado de las Torres Gemelas y el Pentágono, deja sentir su dolor y su pesar por el infausto acontecimiento y las víctimas inocentes de esos ataques, “tanto por razones históricas como por principios éticos, el gobierno de nuestro país rechaza y condena con toda energía los ataques cometidos por las injustificables y dolorosas pérdidas de vidas humanas.”
Y así habrá de ser siempre: condenar toda guerra de agresión ya contra el valiente pueblo vietnamita, el uso de bombas atómicas contra ciudades indefensas, Hiroshima y Nagasaki, la inefable Tormenta del Desierto, y ahora contra la población y los Yihalistas del Estado Islámico y el genocidio de Palestinos en Gaza cometido por Estado sionista de Israel.
Sin dejar de rechazar el terrorismo y sus efectos como arma política, el Comandante Castro hace una acotación sutil pero significativa al establecer una diferencia entre la soldadesca y los mercenarios terroristas protegidos por su mecenas y aquel que consciente sacrifica su propia vida siendo fiel a una creencia o un ideal que lo hace imbatible. Un componente ético, social o religioso de difícil comprensión y valoración para una cultura atrapada por el neoliberalismo y el poder del dinero.