Hoy se llama Paulette. Ayer fue ciclón David, seguido por la tormenta Federico, más tarde fue Katrina y aun nos toma desprevenidos.
La naturaleza es tan sabía que le dio al hombre la capacidad de pensar y hablar. Los burros solo pueden rebuznar, pero nos llevan la ventaja de que nunca van a tropezar dos veces con la misma piedra, si no la cambian de posición en el camino.
No se trata de una comparación entre el intelecto de los humanos y los burros, simplemente son realidades.
Aun no se puede detectar si ocurren cambios significativos y visibles o sensibles que anuncien los terremotos, pero los chinos y los campesinos dicen que hay un cambio radical de conducta en algunos animales, antes de un terremoto, y citan las gallinas, entre otros.
En la década de 1950 indefectiblemente las flechas publicadas en el diario El Caribe indicaban que, de seguir ese curso, el ciclón tocaría en la península de Barahona, cuya capital tenía cuchumil por ciento de casas techadas con canas. Gracias a Dios que ningún ciclón entró a la Península con la fuerza de huracán.
El edificio del ayuntamiento, frente al parque central, era el refugio de muchas familias, incluyendo la mía, que cargaban con lo poco que tenían de valor. Recuerdo a un amigo cuyo padre lo hacía cargar un baúl lleno de pendejadas, que devolvía rabiando cuando no ocurría nada más que un gran aguacero.
Mamá colocaba en una pequeña cartera las escasas prendas de oro y de valor y nos íbamos hacia el refugio del cabildo.
Todos los años hay y habrá temporada ciclónica en el océano Atlantico y no sabemos cuántos ciclones, huracanes, o tormentas de agua y viento nos afectarán pero cada año parece como si fuera la primera vez, porque no tenemos la facultad del burro, que no tropieza dos veces con la misma piedra si no la cambian de posición.
Sabemos, que construir en las laderas de los ríos es de una precariedad tal que con cualquier lluvia fuerte pueden deslizarse esas viviendas, pero permitimos que las construyan.
Sabemos, que los ríos crecen en proporción directa a la cantidad de lluvia que cae en sus cabezas, en sus nacimientos.
Algo más, sabemos hasta qué nivel llegaron las aguas de la última gran creciente. Aun están las huellas del nivel de las aguas en los palos que crecen al lado de los ríos.
Sabemos, sabemos, sabemos, pero nos falta decisión, coraje y parece como si prefiriéramos socorrer a la gente cuyas casas son inundadas y sus muebles y enseres perdidos que prevenir e impedir la construcción en lugares precarios o en las orillas de ríos que, siempre han crecido más allá de donde se construyen casuchas.
Entonces, ¿qué esperamos?