Hacer compromisos para mantener unido a Irak

Hacer compromisos para mantener unido a Irak

BAGDAD, Irak. Mientras la cuenta regresiva para la entrega del poder en Irak entra en sus seis meses finales, funcionarios estadounidenses se están concentrando en cómo crear una democracia que funcione. Están tratando de caminar en una delgada línea entre dar a los grupos étnicos y religiosos el territorio, recursos y autonomía que demandan, y garantizar que ese poder no dé pie a nacionalismos peligrosos.

Esa perspectiva fue evidente la semana pasada en el norte de Irak, cuando choques entre árabes, curdos y turcomanos en Kirkuk dejaron al menos cinco muertos. Los árabes están tratando de controlar la ciudad rica en petróleo, la cual líderes curdos dicen debiera integrarse a una propuesta región curda autónoma. Ese rincón del país parecía acercarse a un conflicto sectario más arrasador.

Para evitar esto, dicen algunos expertos, las autoridades de Estados Unidos enfrentan el desafío de encontrar compromisos: reubicar recursos económicos, dividir el poder entre los gobiernos central y regionales y quizá introducir una versión menos familiar de la democracia, una que, por ejemplo, limite la participación por parte de políticos extremistas que hagan campaña en base a las diferencias étnicas o religiosas.

«Al desintegrar al país, es más probable que se caiga en el radicalismo», dijo Stephen D. Krasner, profesor de ciencias políticas de la Universidad de Stanford. «Irak parece un país muy artificial, pero no hay evidencia de que desintegrar países los haga más democráticos. Pienso que la regla básica tiene que ser que se necesitan acuerdos institucionales que hagan que la gente quiera permanecer con algo que parezca razonablemente democrático, razonablemente secular, en lugar de irse a otro lugar».

Ciertamente, los diversos grupos dentro de cualquier país no son monolíticos. En Irak, la gente que pertenece a grupos étnicos, como los árabes y los curdos, y grupos religiosos, como los musulmanes sunitas y chiítas, difieren en la forma en que ven su propia identidad. Pero las semillas del sectarismo moderno fueron sembradas cuando los administradores coloniales británicos, y luego Saddam Hussein, favorecieron a ciertos grupos y persiguieron a otros para conservar el poder.

En las últimas semanas, líderes políticos y religiosos han estado ampliando algunas de esas líneas imperfectas. El Gran Ayatola Ali Husseini al Sistani, el clérigo chiíta más influyente del país, continúa presionando en favor de elecciones generales para el gobierno de transición, una demanda que, de ser adoptada por los estadounidenses, favorecería a los políticos chiítas, ya que 70 por ciento de la población en Irak es chiíta. El Día de Navidad, decenas de líderes religiosos de árabes sunitas, un grupo minoritario favorecido por el gobierno colonial británico y Saddam, se reunieron en Bagdad para formar un shoura, o concejo estatal, para presionar en favor de sus derechos.

Pero el asunto más fastidioso es la autonomía curda. Los dos partidos gobernantes en la región curda dicen que están cerca de formar un gobierno unido que presionará a funcionarios estadounidenses e iraquíes para que le den el dominio sobre Kirkuk y amplios poderes en toda la región norteña. Esta visión de federalismo choca con lo que sostienen muchos otros políticos iraquíes, que quieren que se concedan poderes regionales a provincias más pequeñas.

«El problema es que tenemos muchos pensamientos rivales, y todos los pensamientos están activos ahora», dijo Dhari Rasheed Ali Yasseen, profesor de ciencias políticas en la Universidad de Bagdad.

Pero pudieran forjarse ciertos compromisos que motivaran a los partidos curdos y otros grupos políticos a seguir siendo parte de y ayudar a construir un gran Irak. Por ejemplo, dijo Krasner, un gobierno curdo al que se diera cierta autonomía pero no territorio con recursos naturales es decir los campos petrolíferos de Kirkuk tendría un incentivo económico para que su pueblo se considerara curdo iraquí, y siguiera siendo parte del nuevo Irak.

Krasner sugirió que todos los iraquíes podrían sentirse incluidos en el nuevo país, y por ello enterrar nacionalismos específicos, si cada uno recibiera pagos extraidos de los ingresos petroleros de Irak. Esto podría hacerse colocando los ingresos petroleros en un fideicomiso, similar al sistema adoptado por Noruega. Este fideicomiso emitiría cheques ocasionales a cada residente, como hace el estado de Alaska, o usaría los ingresos para programas sociales amplios.

«Manejar los ingresos petroleros es absolutamente crítico», dijo Krasner. «Deben ser usados en todo el país de manera que sea de interés para la gente permanecer unida».

También tendrían que forjarse compromisos en cuanto a la división de poderes entre las autoridades centrales y regionales para conceder a cada distrito suficiente sensación de autonomía para pasar por alto las aspiraciones nacionalistas estrechas. Muchos proponentes del federalismo en Irak dicen que el gobierno central debería retener el control sobre las políticas de defensa, exterior y monetaria. Pero más allá de eso, los grupos rivales no parecen estar de acuerdo.

Los partidos curdos, por ejemplo, quieren autoridad significativa sobre todo el norte de Irak, pero algunos otros políticos quieren que los poderes regionales se dividan entre las 18 provincias que existen actualmente.

Mowaffak Rubaie, miembro chiíta del Consejo de Gobierno, dijo que su preferencia era dividir a Irak en cinco estados: el área de Bagdad, la región curda; el noroeste primordialmente árabe sunita; el área sagrada chiíta que incluye las ciudades de Najaf y Karbala; y el extremo sur, donde la cultura está arraigada en las tradiciones nómadas de la península arábiga. Un gobierno conjunto regiría en Kirkuk.

«Este sistema incluye una aceptación tácita de la división confesional étnica de los iraquíes», dijo Rubaie. «Si Najaf y Karbala quieren prohibir el alcohol, pueden hacerlo. Pero al pueblo curdo le gusta su botella, de manera que dejémosle votar en favor de ella».

El truco es encontrar un equilibrio dodne los estados no tengan tanta autonomía que los líderes puedan usar ese poder para avivar los sentimientos separatistas. Una clave parece ser desarmar a las milicias regionales, aunque el puñado de partidos políticos en Irak que tienen esos ejércitos se muestran renuentes a disolverlos, especialmente dada la continua inestabilidad.

En Rusia a fines de los años 90, Boris N. Yeltsin concedió a los gobernadores de las provincias amplios poderes para preservar su lealtad hacia el centro. Aunque Indonesia no tiene un sistema federalista, existe ahí el mismo estira y afloja entre las autoridades centrales y regionales.

Yasseen, el científico político de la Universidad de Bagdad, dijo que en Irak, el federalismo parece ser el primer paso hacia el separatismo para grupos como los curdos. Por esa razón, dijo, él prefiere una forma más débil de descentralización.

Una decisión crucial que los estadounidenses tendrían que tomar es si insistir en su visión de la democracia. Si se celebrara una elección general en el futuro cercano, los líderes religiosos probablemente tratarían de ganar poder enfatizando las diferencias sectarias. Si los funcionarios estadounidenses no pueden postergar esta elección, y en este punto podría ser demasiado tarde, entonces debieran tratar de prohibir que se postulen políticos extremistas, dijo Krasner. Hay un precedente histórico: Alemania, por ejemplo, ha prohibido que los partidos nazis participen de forma real en la política.

Pero quizá no haya una forma fácil de hacer eso en Irak sin parecer entrometidos e hipócritas. Después de todo, Estados Unidos invadió Irak para instalar su visión de la democracia, basada en la libre expresión y la oportunidad igualitaria. A muchos iraquíes, sin importar sus antecedentes étnicos o religiosos, les gusta pensar que los estadounidenses los dejarán con al menos esos ideales cuando empaquen sus maletas.

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