Hacer política, además de oposición

Hacer política, además de oposición

Existe una percepción, tan generalizada como exagerada, de que la oposición es pasiva ante los gobiernos peledeístas; diría que de alguna manera todos hemos expresado esa percepción. Es cierto que a veces la oposición ha reaccionado tardía y/o tibiamente ante determinados hechos escandalosos del gobierno, que repetidamente le ha faltado sistematicidad y eficacia en las denuncias, pero es injusto no reconocer que, en su conjunto, en muchos momentos ha hecho oposición y la ha hecho bien. La clave de la ineficacia de la oposición radica, básicamente, en que en todas sus vertientes no ha sabido hacer política, limitándose esencialmente a denuncias y reclamos generales, sin vincularlos adecuadamente a los problemas fundamentales y cotidianos de la gente en sus espacios.
Hacer política significa la capacidad de un partido o movimiento de identificar en el entramado de relaciones políticas, económicas y sociales que se establecen en un espacio (local o nacional), las necesidades reales y urgentes de la población para hacer de ellas su objetivo de lucha y de acción política fundamental. En Occidente, desde finales del siglo IX hasta finales del siglo XX las principales luchas sociales, sindicales o gremiales que trascendían al mundo de la política se desarrollaban en los centros fabriles y de producción agropecuaria. Actualmente las principales luchas políticas se desarrollan por diversas reivindicaciones en los ámbitos de las regiones, las provincias, los municipios, las ciudades y en barrios y comunidades. Es la llamada territorialización de la política.
Ese cambio de escenario de luchas ha coincidido con el surgimiento de un sinnúmero de organizaciones comunitarias que hacen sus particulares demandas, entrando muchas de estas al ámbito de la política. En el caso de nuestro país, algunos estudios ha establecido que somos el país de mayor nivel de asociacionismo de la región, y no sería descaminado decir que el fenómeno Marcha Verde podría estar asociado a esa circunstancia, además que ese alto nivel de asociacionismo constituye una oportunidad para hacer del territorio escenario principal para una acción política articuladora de las demandas de la población que culmine con el posicionamiento de figuras ética y políticamente solventes en los puestos donde se toman las decisiones claves: el Ejecutivo, el Congreso y los municipios.
En la actualidad, a través de ese tipo de acción política se construye la conciencia ciudadana y, como diría Gramsci, podría lograrse un “entendimiento político más riguroso y más enérgico” en torno al país que queremos y por el cual vale la pena batirse. En ese tipo de práctica política debe orientarse la acción opositora, porque amplía y fortalece la lucha contra la corrupción y la impunidad. En tal sentido, mi propuesta es que determinados movimientos o partidos consideren no presentar sus principales figuras como candidatos a puestos para ellos por ahora inalcanzables, presentándolos mediante alianzas a puestos factibles a nivel municipal o congresual en ciudades o provincias claves.
La conquista del poder ejecutivo, por más brillante y bien intencionado que sea quien lo alcance, no basta para producir las transformaciones que requiere esta sociedad. Resulta imprescindible un Congreso con representantes ética y políticamente calificados y gobiernos locales eficaces y eficientes con representación determinante de los sectores populares, políticos y productivos.

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