¿Hacia dónde vamos?

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BONAPARTE GAUTREAUX PIÑEYRO
¿Acaso hay alguien pensando en el país? ¿Qué país queremos dejar a nuestros descendientes? ¿Qué hacemos para que el país que dejaremos sea mejor? “primero se llevaron a los comunistas/en seguida se llevaron a unos obreros/después detuvieron a los sindicalistas/luego apresaron a unos curas/y no me importó, porque no soy comunista, ni obrero, ni sindicalista ni cura. Ahora me llevan a mí pero ya es tarde”.

Mientras la delincuencia se mantenía en la periferia de las “dos o tres cuasi ciudades” al decir de Héctor Incháustegui Cabral, la acción de la autoridad y de la sociedad no se hacía sentir de manera inteligente.

La prensa publicaba raterías y en contadas ocasiones se producían asesinatos brutales, que no fueran por razones políticas y fraudes de algún monto importante.

¿Qué nos ocurre hoy? ¿De dónde sale tal nivel de violencia que la delincuencia tiene tomadas las calles sin que la autoridad sea efectiva, aunque anuncie y ejecute planes que parecen muy buenos en el papel? El panorama nacional actual es altamente preocupante si se toma en cuenta la actitud de la autoridad cuyo desempeño es tan débil o complaciente e inefectivo que no sé quién o quiénes de pueden sentir seguros en el país.

El grupo venezolano Los Guaraguaos cantaba: “estamos prisioneros/carcelero/yo de estos torpes barrotes/tú del miedo”.

En la década de 1970, sentado en la entrada de nuestra casa, Juan Bosch miró hacia arriba y preguntó: ¿van a colocar rejas a esa ventana?

Era un ventanal de cristal a la altura del segundo piso.

Respondí: viejo, el día que tengamos que poner rejas a una ventana a esa altura nos jodimos.

Ciertamente, Los Guaraguaos tenían razón, estamos prisioneros en nuestras propias casas: rejas, perros entrenados, guardianes y sistemas de alarmas no son suficientemente efectivos para detener la delincuencia.

Durante décadas hemos permitido, por una y otras razones, que autoridades y gobernados violemos las leyes de la República amparados por uno y otro pretexto.

Aquí sí fue donde hace mucho que se cambió la máxima latina que reza “dura es la ley, pero es la ley”, por una actitud complaciente, acomodaticia, abusiva y corrompida de parte de gobernantes y gobernados.

Los gobiernos dejan de cumplir con su deber de mantener el orden público, por una y otras razones, y los gobernados aprovechamos para hacer lo que nos viene en ganas, amparados por privilegios, amistades y presiones de tipo político o económico.

Recordemos que el entonces Procurador General de la República, doctor Virgilio Bello Rosa, denunció que “en este país sólo hay justicia para los ricos”.

Tal afirmación de un funcionario judicial del más alto nivel, mientras ejercía sus funciones, es ilustrativa y significativa.

Es que no hay autoridad en el país. No se ejerce la autoridad que emana de la Constitución y las leyes.

Hablo claro, hablo de autoridad, “de la potestad que en cada pueblo ha establecido su Constitución para que lo rija y gobierne, ya dictando leyes, ya haciéndolas observar, ya administrando justicia” como la define el diccionario de la lengua española.

La falta de autoridad facilita la delincuencia. Y que no se quiera ejercer el inexistente derecho a la arbitrariedad, es que se aplique la ley, sin discrímenes, sin exclusiones, con justicia.

Mientras, andamos como un barco sin timón, perdido en medio del océano, sin que se avizore el puerto.

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