A un pariente que vive en Nueva York por más de 50 años, le visitó un tío suyo que vino a conocer la gran ciudad. Y mientras paseaban por los lugares más emblemáticos, su tío, en un tono confidencial pero cargado de temeroso asombro, le preguntó que quién había hecho todos esos edificios y monumentos. “Esto no lo hicieron las gentes”, dijo el tío, queriendo decir, que estos rascacielos no podían ser obras de los humanos.
Esa reacción nos sorprende y nos hace reír, pero no tendría nada de extraño, descubrir que muchísimas gentes que están bien enteradas acerca de cuáles son y dónde están ubicadas estas edificaciones, apenas han pensado alguna vez en las complejidades de estas construcciones, ni en los peligros y dificultades para realizarlas.
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Más interesante, posiblemente, es el caso de millones de actuales ciudadanos de ese país que no parecen enterados ni interesados en los sacrificios y dificultades para construir lo que un asombrado visitante de Francia llamó “La democracia en América”. El muy ilustre Alexis de Tocqueville advirtió sobre la atomización y sobre la disolución, cuando el individuo deja de ser ciudadano activo para autoreducirse a una individualidad anónima. También llamó la atención sobre desigualdades que debían ser superadas por la acción responsable de los ciudadanos.
La democracia es la forma de convivencia más inteligente, pero también la más exigente. Y, como ocurre hoy en Estados Unidos, y en otros países mucho más, la democracia tiembla y a menudo tiende a perecer entre los monopolios de poder y la irresponsabilidad e ignorancia de los ciudadanos, especialmente, la de aquellos que proponen ideas y proyectos disolutores.
El mundo acaba de presenciar una batalla electoral en la que “los buenos” y “los malos” parecían estar enfrentados sin que fuese fácil diferenciar a los unos y los otros. Y aunque lo pareciera, no se trataba de un simple enfrentamiento de ideas “democráticas”. Y aunque los motivos, reclamos y argumentaciones iban desde la idoneidad moral y la capacidad administrativa hasta las inclinaciones y compromisos de los candidatos con la libertad individual y el orden social; siempre estuvo de fondo, la capacidad para manejar los peligros que hay en todo el planeta para todo los regímenes de tendencia democrática; así como las luchas locales y mundiales contra los intereses de grupos y naciones para quienes la democracia y la felicidad ciudadana no están entre sus planes.
Estados Unidos, como muchos otros países, están bajo amenazas internas y externas que van desde poderes establecidos políticos y económicos que aspiran al control mundial, hasta agrupaciones que promueven conductas basadas en derechos individuales, pero a quienes no les interesa la defensa del ordenamiento democrático en su conjunto. De modo que pareciera que enfrentamos dos fuerzas radical y rabiosamente opuestas: La una con vocación centrípeta, que intenta hacernos una masa compacta de seres indiferenciados y anónimos; y la otra, de carácter centrífugo, que aspiraría a un individualismo medalaganario, sin ningún compromiso con la sociedad, ni con sus prójimos; a menudo exceptuando, solamente, sus perros mascotas.