Hacia lo alto
La lección de San Francisco

<STRONG>Hacia lo alto<BR></STRONG>La lección de San Francisco

El  4 de octubre se celebra su fiesta. Entendemos que la mejor forma de celebrarla es imitando sus virtudes. En el caso de Francisco de Asís eran muchas, pero entre estas, una de las mas notorias era el desprendimiento. En la actualidad, con el afán imperante del insaciable tener, es a nuestro modo de ver, la virtud mas necesaria y apetecible. Inspirémonos en el ejemplo de Francisco.

Como es sabido, Francisco, de familia acomodada y con un futuro “prometedor”, en el sentido humano y material de la palabra, quiso desprenderse de su fortuna y de los posibles proyectos de progreso mundano, para dedicarse a Dios y a la difusión del Evangelio. Esa opción suya, que podría parecer para los ojos del mundo un ideal poco interesante, resultó, en cambio, enormemente atractiva para cientos y miles, que siguiendo su ejemplo, se han desprendido de los bienes terrenales, para seguir más libremente a Dios, animando a todos a descubrir en Él el auténtico valor para los hombres.

Con su vida y alegría en seguir a Dios desde la pobreza, dio testimonio sobre la fragilidad de los bienes terrenales.

Las cosas, incluso las que se nos presentan mas atractivas, no dejan en ningún caso de ser caducas; bienes que nos llenan hasta cierto punto como mucho durante una temporada. Lo triste es que por el contrario si no tenemos a las cosas, las cosas pueden llegar a tenernos. ¡Ahí el peligro!

En esos casos, las riquezas pueden convertirse en un poderoso obstáculo para la santidad, para el encuentro con Dios, el único que puede colmarnos en plenitud.

Por esto, debemos aspirar a tener un efectivo desprendimiento de los bienes terrenoales -que san Francisco practicó con heroísmo. Bien nos lo advirtió Jesús, nuestro Salvador: “Nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión al uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo: no podéis servir a Dios y a las riquezas”.

Nuestra actitud debe ser agradecer al Señor los medios materiales de que disponemos, fomentando incluso la ilusión de poder contar con más y mejores medios, pero que sean instrumentos para servirle mejor. Dios no espera de todos un abandono absoluto de las posesiones, ya que necesitamos de estas para vivir.  Nos pide, en cambio, que no pongamos nuestro corazón en las cosas, pues sabe Dios que nada distinto de Él puede darnos la felicidad.

La mejor forma de terminar esta breve reflexión es la Palabra de Dios: “No amontonéis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre los corroen y donde los ladrones socavan y los roban. Amontonad en cambio tesoros en el Cielo, donde ni polilla ni herrumbre corroen, y donde los ladrones no socavan ni roban. Porque donde está tu tesoro allí estará tu corazón”.

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