Hacia una economía del bienestar

Hacia una economía del bienestar

En 2018, Escocia, Islandia y Nueva Zelanda establecieron una red de gobiernos que se autodenominaron de economía de bienestar que desafía la concepción de que el Producto Interno Bruto (PIB) es la mejor medición del bienestar y el desarrollo de un país. En una conferencia publicada en Ted.com la primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, expone que los factores más relevantes de una «economía del bienestar» son la igualdad salarial, el cuidado de los niños, los servicios de salud mental y el acceso a los espacios de recreación y a la adquisición de una vivienda.
Al asimilar esta propuesta de la economía de bienestar debemos asumir lógicamente estas premisas, aunque como nación subdesarrollada nuestra medición debería incluir otros aspectos más acuciantes.
El porqué de esta nueva propuesta gira en torno a las implicaciones del PIB. Este fue definido precisamente por un economista escocés del siglo 18 llamado Adam Smith. En su libro “Las riquezas de las naciones”, Smith concibe que la riqueza de un país no se debía medir por la cantidad de oro o plata que poseía, sino por la totalidad de su producción y de su comercio. Desde entonces la medición del nivel de producción y el comercio de un país se ha vuelto cada más importante hasta el punto de que en nuestros tiempos es el indicador del éxito económico de una nación. El porcentaje de incremento del PIB es lo que nos enrostran los tecnócratas del Banco Central y el gobierno como prueba de su buen desempeño.
Independientemente de que estamos obligados a seguir midiendo el PIB importa más que veamos la economía desde otra perspectiva dado que, si el enfoque actual continúa centrado en esa medición, el dominicano común está perdido. Las limitaciones del PIB son obvias. El PIB en realidad mide el resultado de nuestro trabajo, pero no registra nada sobre la naturaleza de ese trabajo. Es decir, no toma en cuenta si es digno o ético. Por ejemplo, el PIB no discrimina si el dinero proviene del narcotráfico y el lavado de activos y, a su vez, no toma en cuenta el valor del trabajo voluntario. El PIB le da valor al trabajo de corto plazo que impulsa la economía incluso si es dañino a la sostenibilidad del planeta a largo plazo, como es la deforestación o la explotación de una mina sin tomar en cuenta el daño a las fuentes acuíferas.
Tampoco el PIB toma en cuenta el daño moral y el impacto ambiental que produce el turismo a las poblaciones alrededor de algunos hoteles, ni le importa el aumento de la desigualdad entre pobres y ricos, el cambio climático, si se usa o no tecnología avanzada en nuestras fábricas, ni el cambio de la esperanza de vida de la población.
Por eso es necesario hacer una nueva medición que haga realidad los sueños de bienestar del dominicano. El crecimiento económico no es lo único que importa y no debe ser perseguido sin medir las consecuencias porque el objetivo de la política económica debe ser el bienestar colectivo. ¿Qué es lo que realmente nos importa en la vida? ¿Qué es lo que valoramos en la comunidad en la que vivimos? ¿Qué tipo de país o de sociedad queremos ser? Si tomáramos más en cuenta a la gente del pueblo para responder a estas preguntas tendríamos una gran oportunidad para cerrar la brecha de visión entre gobernantes y gobernados acerca del manoseado bienestar económico.

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