En el umbral de traspaso de mando en la Casa Blanca, el presidente electo Donald Trump presentó nominaciones para puestos claves en Washington y Santo Domingo que propiciarían relaciones más productivas entre los Estados de ambas capitales. Con el senador de ascendencia cubana Marco Rubio como seguro jefe de la diplomacia norteamericana, y la señora Leah Francis Campos, para encabezar en el país la representación oficial de la potencia hemisférica, estarían dadas las condiciones para imprimir fluidez al tratamiento de asuntos de interés común. Entrevistado en el proceso de confirmación de investidura, Rubio se reafirmó como hombre público de notable interés y admiración por el lugar al que llegará, que es este, tras exhibirse conocedor de los éxitos, prioridades y dificultades de este pueblo. Nadie notoriamente identificado con la dominicanidad había llegado a tan alto nivel en el poder estadounidense. Bajo sus órdenes directas estará, llenando un notable vacío de representatividad diplomática en esta parte de la isla Hispaniola, una mujer de destacada carrera profesional, pronosticada como impactante para las relaciones binacionales que en gran medida de ella dependerán.
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El anuncio de su preselección por Trump, que vuelve al solio más crucial globalmente de estos tiempos, fue vehemente, como centrado en alguien de mucha cercanía personal. República Dominicana no es el traspatio de Estados Unidos ¡jamás! pero aquel es el espacio extraterritorial con más presencia de hijos de esta tierra que se han multiplicado en el Norte con descendientes que en la mayoría de los casos conservan identificación con la patria de sus padres. Allá está situado el principal destino y origen de comercio y turismo; existe, de lado y lado, plena identificación con los usos democráticos; las remesas que proceden de esa diáspora de la enseña tricolor y la llegada acá, numerosa y sin arrugas, de las tecnologías más avanzadas del mundo sin las que no habría progreso, conceden firmeza a la conexión RD-EUA sin que desde este centro del Caribe se haya renunciado a mantener en expansión tratos de mutua conveniencia, y sin subordinación política, con otras grandes naciones.