Haciendo chivo y “fuck you”

Haciendo chivo y “fuck you”

POR  DOMINGO ABRÉU COLLADO 
Creo que toda la humanidad “ha hecho chivo”. “Hacer chivo” debe haber nacido con la carreta de ruedas de piedra, o si no con el molino, de masas de piedra. Luego evolucionó a la carreta con ruedas de madera. Después, “hacer chivo” siguió su evolución arrolladora siempre en carreta, pero esta vez con ruedas de metal. Y finalmente llegó a las ruedas de los vehículos modernos. Es decir, “hacer chivo” también tuvo su 1920 de autos Ford, en el que los “chivos” se hacían en el pescante, imagino que bajo la furiosa mirada del dueño, deseoso de darle de bastonazos al “chivero”.

Yo recuerdo haber “hecho chivo” a los camiones carboneros que pasaban por mi casa, lentamente, porque vivíamos en una cuesta. Y los camiones entonces tenían que, o bajar despacio o, de todas maneras, ir despacio también al subir. Eso nos daba “facilidades” para “hacer chivo”.

Los camiones compactadores de basura, o “colas de pato”, ofrecieron desde su entrada triunfal a nuestras calles las más tentadoras posibilidades para “hacer chivo”. Incluso traían a cada lado un instructor que bajaba y subía con maestría de ballerino (¿se le llama así al masculino de ballerina?), cosa que era para copiar de inmediato.

Y claro, detrás de todas esas facilidades llegaban las dificultades. Pues cuando nos agarraban las tías o los vecinos en tales hechos, las pelas llovían. Sin embargo, a ninguno de nosotros se nos hubiera ocurrido hacerle un “fuck you” a ninguno de ellos (los tíos y vecinos y padres), ni a ninguna de ellas, por supuesto.

Chivo con “fuck you” parece que llegó con la modernidad, junto a los carros, camionetas y otros vehículos modernos aptos para “hacer chivo”. Pero también ha sido una aculturación desde la televisión, no digamos el cine, aunque de todas maneras es lo mismo. Pero como uno no imagina a un niño como el de la foto entrando a un cine y a sus precios, uno tiende a pensar que debe haberlo visto en la televisión.

Pero también puede haberlo copiado de algún jevito o jevita el día que tuvo como respuesta un flamante dedo mayor luego de pedir un peso por la ventana de un auto, moderno, naturalmente.

El caso es que ahí lo tenemos. Todo un fruto de la modernidad. El moderno “chivero”, que al ser sorprendido por el lente crítico del fotógrafo –porque quién sabe por donde andarán sus tías y su madre- desenvaina su largo dedo y lo manda a la práctica del plomero autosuficiente.

Si existiera la “Ciudad del Niño” usted puede estar seguro de que alguien estuviera haciéndose de cuartos y de que todo seguiría igual. Porque es una cuestión de tratamiento familiar, gente. Es un asunto de descomposición que no tiene otro arreglo que el social. Pero para eso no hay presupuesto.

Un cementerio dedicado a Matilde Taveras

Yo no sé quién fue Matilde Taveras, allá por Guayabo, de Bayaguana. Pero nos resultó extraño, a mí y a Luis Carvajal, que un cementerio llevara el nombre de una persona. Eso como que se sale de lo común.

Usted puede ver el nombre del Cementerio Cristo Salvador, o del Cristo Redentor, o del Cristo Olvidadizo, o del Cristo que se Hartó de Nosotros, o del CEPRLPDEC (Cementerio Para Ricos Las Puertas Del Cielo), pero no un cementerio con nombre de persona, ¡y de mujer!, de paso, como si fuera un cementerio exclusivo para feministas.

Uno se pone a lucubrar y piensa que quizás se trató de alguna líder local que luchó, y luchó, y luchó; y luchó, luchó, luchó, luchó para conseguir un cementerio para su comunidad… hasta que se murió, no por la lucha, sino por el malagradecimiento del resto de la gente, quienes al final decidieron ponerle su nombre al cementerio por el que tanto luchó. Pero esas son solo lucubraciones. Pudimos haber preguntado, pero entonces no tuviéramos luego alguna protesta interesante de los familiares o alguna aclaración de los vecinos. Luego, digo yo, cuando lean esto y me quieran coger por el cuello.

De todas maneras es sumamente raro el hecho, porque creo que nadie puede estar interesado en que le pongan su nombre a un cementerio. A menos que así lo pida quien lo vaya a inaugurar y a constituirse como “el barón del cementerio”, o, en este caso, “la baronesa del camposanto”.

Casi en el museo

He aquí dos futuras piezas de museo: el carro de frío-frío… y el sombrero ese “de Jipijapa” del señor. (Ustedes creyeron que la otra pieza era el señor mismo del sombrero).

Los carros de frío-frío llenaron toda una época. Bueno, llenaron toda una época y toda una ciudad, porque no había calle por la que no estuviera pasando un “friero” a cualquier hora del día y de la tarde.

Y en cuanto a las escuelas, ni hablar. Esas tenían “frieros” oficiales, los niños ya los conocían por sus nombres. Éstos incluso les fiaban cuando habían perdido el chele. Porque sepan ustedes, -compañeros, compatriotas y conleonelos–, que un frío-frío de esa época, hecho con agua potable que salía de la llave, hechos de coco real, piña auténtica, jagua natural, guayaba de verdad, melao de caña, y solamente artificial el sabor de frambuesa –la que algunos niños llamábamos “sambruesa”– , costaba un chele… ¡UN MALDITO CHELE!. Costaban un centavo, hasta que llegaron la democracia, la libertad, las elecciones, los golpes de estado, los notables y todo se fue a la mierda, llevándose de paso la confianza y la pureza del frío-frío.

Porque sepan ustedes –compañeros, compatriotas y conleonelos–, ustedes han sido los culpables de que en este país no se pueda confiar más ni en el más encumbrado empresario, ni en el más alto militar y ni en el más pobre de los frieros.

¿A dónde va la juventud con tanta prisa?

Cinco jóvenes, estudiantes de la Universidad Iberoamericana (UNIBE), venían la noche del domingo pasado en un carro desde Bávaro. Cuando se bebían –más que transitarla – la carretera Romana-San Pedro de Macorís, al ir a rebasar a otro vehículo, se estrellaron con una yipeta que venía en sentido contrario.

Tres de los jóvenes murieron instantáneamente, mientras que los dos restantes –una muchacha y un joven- se encuentran muy graves. Parecería una repetición de lo que está ocurriendo ya con cierta frecuencia. Pero salta una interrogante.

¿A dónde va la juventud con tanta prisa? Parecería que toda la juventud piensa que en algún lado del país se están perdiendo de algo y no van a estar a tiempo.

Parece que toda la paciencia que por derecho y naturaleza les corresponde la hubieran depositado en manos de la muerte, esa que siempre ha tenido en verdad toda la paciencia del mundo con cada uno de nosotros.

Los nuevos vehículos, cada vez más llamativos, cada vez más veloces, cada vez más competicionarios (en vez de competitivos), incitan a la juventud a “vivir a plenitud”, a “comerse el mundo”, un mundo en cuya boca cabemos todos y siempre sobrará espacio para todos los que van a llegar y ser comidos por el mundo.

Me parece que todas las carreteras deberían estar sembradas de trinitarias, como esa que se ve en la foto. Y que a cada cierta distancia haya un aviso. No pidiendo reducir la velocidad, ni llamando a la moderación. Sino, un aviso con una pregunta: ¿Te gustaría una corona de trinitarias? Quizás así optemperemos por una mejor conducta en la carretera.

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