Cada vez que oigo y leo sobre nuestros políticos, los del gobierno y la oposición, me convenzo mas de que en este país de maravillas sin cuento tenemos dos Constituciones, como para que no nos quejemos. Una virtual y abstracta, invocada cada vez que a un político o alguno de sus peones le interesa ponerla como excusa o impedimento para rechazar un argumento o una propuesta que no le conviene, pero que mas allá de los pronunciamientos públicos y oportunistas es letra muerta. Y la otra, la verdadera, la que ha sido degradada a simple pedazo de papel porque esos mismos políticos la modifican cuando necesitan un traje a la medida, que tampoco inspira respeto con tantos malos ejemplos que vemos a diario, como es el caso de nuestros legisladores con sus barrilitos y sus aumentos de sueldo. No hace falta decir a cuál Constitución se refiere el Ministro de la Presidencia, José Ramón Peralta, cuando pide al empresariado y a la sociedad civil no involucrar al presidente Danilo Medina en el proceso de escogencia de los miembros de la JCE. La misma Constitución, vale la pena recordarlo ahora, que el poderoso titiritero entronizado en el Palacio Nacional consiguió modificar en apenas una semana para permitir su repostulación, una proeza que demostró que la independencia del Poder Legislativo es una ficción, como lo es también la de las Altas Cortes desde que se las repartieron Leonel Fernández y Miguel Vargas. Desde luego, Peralta sabe que lo que se le está pidiendo al Presidente es que utilice su probada influencia sobre los legisladores para promover un consenso que nos conviene a todos, y que los nuevos miembros de la JCE sean producto de ese entendimiento. Pero prefiere hacerse el tonto, con lo que ofende nuestra inteligencia y se burla, de carambola, de quienes aspiramos a que la democracia dominicana no solo sirva para que un grupo de vivos –políticos, socios y cómplices– se llenen los bolsillos y no se les borre jamás la sonrisa de la cara.