Haikus Los poemas del silencio de Rafael Ciprián

Haikus Los poemas del silencio de Rafael Ciprián

POR: ODALÍS G. PÉREZ
Lo que vivimos como cultura lo vivimos también como literatura. Los signos de la primera se reconocen en la segunda como espacio sensible y visible. Existe un movimiento de rescate, producción y extensión de signos proyectados y hasta asumidos por la diversidad cultural, por lo intercultural y lo metacultural. Las hablas y los hablares literarios son formas, funciones, dialectos y estructuras bioculturales. Lo que se designa en el espacio de las imágenes y signos existe por intención y extensión del espíritu y lo real.

Por eso, existe hoy una filosofía del cuerpo espiritual y una metafilosofía de lo real que se unifica en la literatura como letra, línea, voz y medida del mundo. No hay pérdida in natura. No hay pérdida allí donde la poesía puede transgredir el desastre mismo de las presencias reales o irreales. G. Steiner ha hecho ya esa crítica a partir de una intervención permanente en el marco de la traducción y la tradición.

De ahí la instrucción cultural. El poeta puede cantar y narrar su silencio mediante la palabra que se ha hecho visible en el encuentro sociocultural. Se trata de un ensayo de formas y niveles de presencia en la cultura de los signos. De ahí la necesidad de la incursión poética y, la posibilidad de lectura de un libro como Poemas del silencio de Rafael Ciprián (Impresión: Editora Centenario, Santo Domingo, 2004, 143 páginas)

El libro ha sido editado con un ensayo sobre el Haiku; lo cual da cuenta de que el poeta es también ensayista y que investiga la poesía japonesa y en general oriental, allí donde la misma penetra en otros mundos de Europa, América Latina y el Caribe, como podemos leer en el ensayo que introduce el libro.

A propósito del haijim o poeta-creador de imágenes verbales en el Japón clásico y moderno, los datos que nos ofrece Ciprián informan sobre particularidades de esta expresión en texto y contexto. El poeta se acerca a un orden del signo poético, asimilando el pensamiento-lenguaje de dos tradiciones lingüísticas: la hispánica y la nipona.

El poeta-ensayista nos muestra, en la introducción, los datos y conocimientos de religiones y sectas asiáticas, que le sirven de base a la creación signográfica, y en nuestro caso verbal estimada en el haiku, participativa de una estructura fija donde el verso o segmento grafico-fónico se entiende como forma y modelo de un sentimiento y un  pensamiento del ente en el poema. La dialéctica nada-signo-vacío-imagen, cuerpo-letra o cuerpo-ideograma, representa el apoyo icono-gráfico y entitativo de una dialéctica aceptada y definida por Oriente y Occidente.

El poeta en este caso se integra desde su lengua-lenguaje a una tradición milenaria que evoluciona hacia el haiku, diríamos moderno, y, por antonomasia tradicional. Ciprián crea sus tonos en superficie y profundidad y se apoya en la filosofía para entrar en la poesía, en aquello  que ilumina y sacraliza el orden imaginal del mundo. Se sumerge en un espacio donde se asume lo percibido de la sustancia, aunque esta última se caracteriza por su desmaterialización y la visión fluyente de la tradición. El procedimiento de análisis y estudio de un libro como este, requiere de cierta atención de los signos en cultura y en la naturaleza, pero sobre todo del proceso mismo de transmisión del mundo y sus entidades circunstantes.

El encuentro de Rafael Ciprián con la cultura japonesa, y en general, con  la cultura Oriental, se reconoce en la presentificación y presencialidad del signo-cuerpo y el signo-ideograma-espacio, estructurado así como en una filosofía del pensar en Oriente que tiene como consecuencia y proceso las formas individuales de la representación y de la mente desde el signo, el ideograma, la escritura o la caligrafía poéticas.

En este sentido texto e imagen organizan lo sensible mediante lo visible. Las ilustraciones de Cristian Hernández dialogan y corresponden al trazado espacial del poemario, de suerte que se hace observable un equilibrio, una dialéctica de lo poético y lo imaginario como extensión o intención de un modelo expresivo en el orden de la escritura y el discurso poético oriental.

La experiencia de Rafael Ciprián, en este sentido, sigue siendo la del placer de la lectura y de la escritura. La línea temática y expresiva del orden poético marcado por un tipo especial de significación verbal, extiende un sentimiento de naturaleza incorporado en el ritmo y los tonos de una poética de la brevedad, el instante y la entidad de lo natural en el haiku. Tanto el ensayo introductorio (pp.9-41), como el registro propiamente poético, se sitúan en la progresión fluida de un tópico instruido por el mirar, lo mirado y lo dicho desde el signo.

La lección poética de Ciprián engendra como propósito, la presencia de un sentido que se desoculta y se oculta en un proceso textual donde espacio, tiempo, figura, paisaje y signo constituyen el texto motivado en un espesor y centro móvil, o, centro de visión, tal como leemos en los siguientes haikus:

La vida fluye
rugiendo entre piedras.
Mírala pasar
(p.49)

Cielo mojado
que  cae con esperanzas,
y  con germinación.
(p.52)

Golpes y luces
de  vapores que lloran.
Dicen un mundo.
(p.53)

La significación que absorbe en el haiku el espacio filosófico y el espacio probablemente literal de una tradición que habla por sus signos e imágenes de base, exige una lectura abierta del signo. Pues para el poeta: «El auténtico haijin o poeta que escribe haiku debe revelarse contra los pruritos que buscan plagiar, calcar o trasplantar irracional o mecánicamente la realidad japonesa en la realidad de Occidente. Tiene que ser artista ante todo, que es igual a ser innovador, revolucionario del arte y creador verdadero». (p.29)

La metafísica del haiku se hace presente en la lectura del poema como adentro-afuera, como símbolo-palabra y metáfora-mundo. Así, el poeta, en este caso, quiere asimilar la economía expresiva del haiku tomando como punto de base la profundidad del lenguaje y la superficie de signos direccionales:

Eres el alma
de la nada que grita.
Cielo en la tierra.
(p.55)

El mismo registro se repite en los siguientes haiku (s):

Llanto alegre
de  las sombras que ríen.
Quiere borrarse.
(p.57)

Danza del aire.
Gozo de luz y sombras
Fugaz  sonrisa.
(p.59)

Polvo divino
que abrazarnos quiere,
como madre fiel.
(p.61)

Diosa que viste
de luz el firmamento,
ven, ilumíname.
(p.63)

Voz que nos mira
desde el fondo claro
de la gran vida.
(p.65)

La particularidad poética de estos haiku(s) caracteriza un movimiento verbal estacional ligado a la naturaleza y a lo que la define como escritura y cultura. El poeta en este caso quiere, mediante el contacto inter y metacultural expresar un tiempo de la intencionalidad cómico-trágica, revelada a través de una palabra cuyo valor encontramos en el juego cultural, en el «baile» ontológico y en la unidad verbal aceptada como expresión de un espacio marcado por la tensión o, mas bien, la dialéctica sujeto-cultura-lenguaje.

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