Haití

Haití

La situación haitiana se complica, cada vez más, con el paso de las horas.

El gobierno constitucional que preside Jean Bertrand Aristide ha ido perdiendo fuerzas debido a una conjunción de factores, entre los cuales se cuenta la tozudez del enigmático mandatario.

Es evidente que los llamados «rebeldes» han ido ganando campo, sobre todo por su evidente respaldo, en las poblaciones que toman, a los salvajes saqueadores y ladrones que aparecen en todos los movimientos armados, por más puros que parezcan. Y el movimiento haitiano que busca deponer a Aristide, el armado, no parece imbuído por las mejores intenciones, aunque sí muy influenciado por el aguardiente y las francachelas.

[b]-II-[/b]

En medio de ese panorama aterrador, tres potencias, Estados Unidos, Canadá y Francia, reclaman a Aristide que se separe del poder, que decline el mando. El presidente de la democrática y pequeña Costa Rica, Abel Pacheco, se sumó a quienes han encabezado «los amigos de Haití», aunque cualquiera pensaría que con amigos como ésos, Haití no necesita de enemigos.

Nos satisface, en medio de esa terrible situación, que cuando menos el presidente dominicano, Hipólito Mejía, declare que la posición de su gobierno, en cuanto a Haití respecta, es neutral.

Es oportuna esa declaración, máxime cuando hay sectores que denuncian que los «rebeldes» haitianos han contado con muy buenas conexiones en territorio dominicano y que Guy Philippe y su gente no fueron lanzados en paracaídas, en el espacio aéreo internacional, para que luego iniciaran su lucha para deponer a Aristide.

Estados Unidos, Francia y Canadá, cuando respaldaron la reposición de Aristide en el poder, invocaron que el antiguo sacerdote había sido electo por la voluntad mayoritaria de su pueblo. Tras un largo exilio, Aristide fue llevado a Puerto Príncipe apoyado en la fuerza norteamericana.

Pero no resiste el menor análisis el hecho de que el repuesto presidente, en cierta forma, fue abandonado a su propia suerte, pues de buenas a primeras su protector norteamericano descubrió que la democracia no se transfiere de un cuerpo a otro, como la sangre.

[b]-III-[/b]

Un Aristide condenado por la falta de recursos económicos, sin Ejército, con una Policía rudimentaria preparada a la carrera por los canadienses, comenzó a cometer errores garrafales para aferrarse al poder, toleró o patrocinó «excesos» electorales, desoyó a quienes bien le aconsejaban y nunca observó que la oposición se fortalecía no solo por sus estupideces, sino, básicamente, por la falta del respaldo internacional.

No es fácil que Aristide pueda superar la crisis a que hace frente. A los haitianos les esperan días mucho más difíciles que los que le han tocado vivir en su convulsa historia política.

La situación económica del pueblo hermano tenderá a debilitarse cada vez más.

Y ante ese cuadro, vigilante tendrá que estar el pueblo dominicano.

Cuanto pase en Haití repercute en República Dominicana. Eso es algo inevitable. Máxime cuando aquí se está cargado de problemas.

Inevitable es, también, que los dominicanos acudamos en auxilio de los haitianos, en la medida de nuestras posibilidades, hasta por razones de subsistencia.

Eso sí, sin permitir que el territorio dominicano sea utilizado en momento alguno, como un refugio para los haitianos que huyen. Las fuerzas militares dominicanas, y los dominicanos todos como si formaran fuerzas militares, tienen que defender la línea fronteriza a cualquier precio, la integridad del territorio nacional.

Por encima de la cabeza de los propios haitianos, de los Estados Unidos, de Francia y de Canadá.

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