Haití

Haití

JOSÉ LOIS MALKUN
Leyendo un artículo de Juan Bolívar Díaz en el periódico HOY del pasado 26 de noviembre, me sentí impulsado a referirme al tema haitiano. Aunque este asunto cobra vida solo cuando surgen cuestionamientos a nuestra política migratoria por hechos circunstanciales de delincuencia y agresión que vinculan a ciudadanos haitianos o por esos sobresaltos esporádicos por denuncias internacionales sobre el trato, con frecuencia inhumano, que damos a nuestros vecinos, la realidad es que nuestro futuro como nación dependerá en gran medida de cómo abordemos este problema.

Un problema que se agranda cada día, que se hace más complejo y turbulento, que nos puede llevar a un crisis interna de consecuencias imprevisible y que como agravante, muy poca gente le da la importancia que merece a nivel nacional e internacional.

A nivel internacional, no me preocupa porque hay tantas situaciones graves en materia migratoria, sin incluir las guerras santas y petroleras, que a nuestra isla apenas se le toma en cuenta. Por eso, solo nosotros podemos enfrentarlo no sin antes crear una conciencia nacional sobre cual es realmente la magnitud del problema y cuales son sus potenciales consecuencias y posibles soluciones.

Tal como dice Juan Bolívar Díaz y que días antes había sugerido Participación Ciudadana, hay primero que hacer un censo de los ciudadanos haitianos y después organizarnos y entender el problema para después hablar de políticas migratorias, de reformas institucionales y hasta de cómo resolver el dilema de la frontera. Y sobre estos fundamentos mis siguientes comentarios.

Cuando un país rico recibe inmigrantes y lo usa como mano de obra barata, lo hace con ciertas reglas e institucionalidad sin que ello signifique que no son maltratados, explotados e indiscriminados.

Generalmente en esos países ricos el trato a los inmigrantes, en términos relativos, no se diferencia del que reciben en el nuestro. Lo de relativo se refiere a que en Francia un inmigrante (sin importar su estatus) que es explotado y maltratado vivie mejor y tiene más derechos que como viviría en República Dominicana por tratarse este último de un país pobre y de precaria institucionalidad. Esa diferencia también se observa con los ciudadanos de ambos países.

Supongamos los resultados de un levantamiento social de inmigrantes, como ocurrió recientemente en Francia. De ocurrir algo similar en República Dominicana, habrían muerto miles y miles de personas y quizás hubiéramos estado hoy en una corte internacional por genocidio.

Eso explica también por qué un artículo de un periodista del New York Time sobre la explotación de inmigrantes en Francia, tendría poca relevancia ya que en este país dicho trato no se diferencia del que les da Estados Unidos a sus inmigrantes. Pero cuando se trata de nosotros todo cambia.

La moraleja es que en el tratamiento a los inmigrantes, lo que está permitido en Francia o en otros países desarrollados no está permitido aquí por razones obvias.

Este es el costo que tiene que pagar un país pobre por querer darse ciertos lujos que son propios de los países ricos. Y peor aun cuando nos excedemos en la explotación de mano de obra barata, procedente de Haití y en los abusos que a veces se cometen. Detrás de eso vienen los graves problemas de imagen, credibilidad y de vergüenza sin contar las amenazas a nuestra integridad y seguridad como nación.

Pero tenemos otros problemas mayores. Dos de ellos son: la vecindad con Haití y la ingobernabilidad de este país. No hay fronteras, en términos crudos. Y Haití no es viable como país en el corto y mediano plazo salvo que sus instituciones se reestablezcan y sus recursos naturales se recuperen, lo que requerirá al menos 20 años. ¿O es que alguien supone que una sociedad casi iletrada, cuyos recursos humanos valiosos han emigrado, puede progresar mínimamente y margen de la actividad primaria?

Tampoco soñemos con eso de que la educación lo resuelve todo. Nadie se educa con hambre aunque ambas cosas tienen que ir de la mano para que el progreso sea sostenible.

Pero el otro gran problema es el déficit en recursos humanos que arroja nuestro balance migratorio. Mientras que de Haití nos llegan cientos de miles de personas, prácticamente sin preparación, muchos de nuestros emigrantes, legales e ilegales, alcanzan niveles profesionales y como mínimo, son letrados o tienen una especialidad en ciertas áreas del conocimiento (plomeros, albañiles, etc.). En este sentido estamos peor que Haití aunque recibamos mucho más remesas.

El dilema es cómo iniciar un proceso que nos permita diseñar una política de migración y más importante aun, cómo implementarla sin que nos desacrediten internacionalmente.

En primer lugar, nada de lo que digamos sobre la inmigración haitiana ni el tratamiento a los inmigrantes, es creíble ni nacional ni internacionalmente. Si lo dice el Gobierno es peor y si lo dice una ONGs o algún párroco de una comunidad, se convierte en una controversia interna que pone en duda la integridad, seguridad personal y nacionalidad de los autores.

Por eso, para darle credibilidad a lo que sucede realmente en esta materia y trazar políticas coherentes y confiables para la sociedad dominicana y para la comunidad internacional (que después puedan ser aplicadas, sin temor ni vergüenza), hay que tener primero información confiable. Y esa información solo se obtiene a través de un trabajo profesional e independiente.

Una primera señal de que se quiere iniciar un proceso serio para abordar el problema de la inmigración haitiana, es que el Gobierno contrate, mediante licitación internacional, una firma consultora con amplia experiencia en el tema, que realice un censo completo sobre los haitianos en República Dominicana. Puede costar un millón de dólares o dos o tres, pero nada de eso importa ante la magnitud y complejidad del problema.

Este censo debe incluir, por una parte, todo lo referente a los aspectos demográficos, abarcando la situación laboral por sectores, estatus migratorios, las condiciones habitacionales y sociales en que viven y en fin toda la información que pueda ser útil para nos hagamos creíbles ante las decisiones de política que adoptemos. Precisar la cantidad de inmigrantes (legales e ilegales) que reciben servicios gratuitos o parcialmente subsidiados por el Estado, en salud, educación, alimentación, etc. y costos de estos servicios para los contribuyentes. También lo que estos gastan en dichos servicios cuando usan el sector privado.

Por otra parte, esa credibilidad se consolida al incluir también el aporte de los inmigrantes. Estimar la transferencia de recursos que han hecho, especialmente los ciudadanos haitianos de clase media y alta, en el país. Inversiones realizadas por actividad, casas compradas y negocios instalados con el empleo generado.

Estimar el costo de una apartamento de 3 millones de pesos si se utilizara solo mano de obra dominicana. O a que precio se vendería (si es que les logra producir) el azúcar, el café o el arroz, si sustituyéramos la mano de obra haitiana por la dominicana. Analizar el comercio entre los dos países y las ventajas y beneficios de cada uno. Como ñapa, detectar la mano invisible de algunos dominicanos insaciables que están detrás del comercio ilegal de haitianos, para no hablar del comercio de sustancias tóxicas. En fin, estamos hablando de un trabajo profesional, serio e independiente. Después de este primer paso, viene otro un poco más complejo. Diseñar políticas y un plan de acción. Una tarea que debe contar también con apoyo internacional. Aquí se puede necesitar la asistencia del BID o el Banco Mundial sin descartar otras instituciones nacionales e internacionales especializadas en el tema migratorio.

Con todos estos antecedentes y datos cuantitativos, el país estaría mejor protegido contra la injuria y la difamación si se aboca a un proceso intenso de renovación de sus instituciones y leyes en materia migratoria, incluyendo el aspecto laboral cuando se trate de contratar mano de obra haitiana. También lo estaría procediendo con firmeza a frenar la inmigración ilegal de haitianos, repatriar organizadamente a los indocumentados y castigar a mucha gente que ha convertido este negocio en uno de los más lucrativos del país.

Pero igualmente, podría surgir de este estudio una solución al problema del tránsito ilícito de mercancía por la frontera y sentar las bases para un acuerdo de libre comercio con Haití. La parte más difícil llegará cuando se tengan que adoptar medidas en materia de seguridad en la frontera porque es ahí donde está la peor pesadilla. Pero no nos adelantemos. Comencemos por el principio para que lleguemos algún día a este capitulo final del drama.

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