Si algunos palmos del territorio haitiano quedaran todavía fuera del azote de bandas de malhechores, la caída total en calamidad del vecino país nunca pareció más cercana que tras la toma de la principal cárcel de Puerto Príncipe para la liberación masiva de delincuentes incluyendo a los más sanguinarios algunas horas después de que los sediciosos ametrallaran aviones de la única conexión aérea con el mundo. En ningún caso los agresores tuvieron que vencer resistencia de quienes osaran representar el imperio de la ley. Los agentes de la seguridad (¿seguridad?) en pleno pusieron los pies en polvorosa. República Dominicana pasó de tener adyacente una geografía considerablemente anarquizada por pandilleros mejor armados que la gendarmería que allí se extingue a estar puerta con puerta con la única República de América en inminencia de carecer por completo de restricciones a delitos y desmanes que avanzan contra lo poco que queda del respeto a los logros de la civilización que en el resto de la isla aparece acosada por la barbarie: caen el Estado y su subordinación a un ordenamiento jurídico con reconocimiento a la dignidad y atributos de la condición humana.
Puede leer: Violencia homicida aumenta temores en la ciudadanía
Llegaría en algún momento una prueba de fuego para el blindaje que los dominicanos mantienen en pie en su frontera pero obligados a guardar distancia del hundimiento institucional al otro lado mientras los tratados que comprometen a la Comunidad Internacional a actuar de nada han servido para rescatar a la nación haitiana.