Mientras Haití se debate en una profunda crisis política de ingobernabilidad y de los más diversos intereses económicos, los dominicanos nos sumergimos en el mes del Carnaval y de la Patria para recordar los hechos que le dieron forma al Estado dominicano al separarse del dominio haitiano en 1844. Ellos desde 1822 estaban afincados en la parte oriental de la isla.
La crisis haitiana actual es parte consustancial de la naturaleza de sus gentes. Se manifiesta de las más diversas maneras sometidos a las más variadas dictaduras y feroces depredadores, que aun bajo la ocupación americana de 1914 a 1935, fue poco lo que se hizo para orientar al país por un sendero de civilización.
Distinto a lo ocurrido en Haití, en la parte oriental de la isla desde 1916 a 1924 se estableció un desarrollo primario con los norteamericanos estableciendo todos los instrumentos legales y prácticos de una organización burocrática del Estado que todavía perdura. Pero esa ocupación de ocho años dejó las simientes de lo que iba ser la feroz dictadura de Trujillo. Este se apoyó en las organizaciones dejadas por Estados Unidos para dominar y aplastar la población dominicana por 30 años.
La paz de los cementerios haitianos perduró durante los periodos de los Duvalier desde 1957 hasta 1986. Se inició en ese año la etapa de los golpes militares cavernarios sucesivos de corta duración. Al ser destituidos venían a refugiarse a Santo Domingo. Ellos, Namphy, Manigat, April, Cedras eran algunos de los militares que se entretenían turnándose en el poder haitiano. Entonces en 1991 el gobierno norteamericano inició su experimento democrático con Jean Bertrand Aristide que es un ex-sacerdote salesiano perturbado con su odio y rencores de juventud en contra de los dominicanos. Ese rencor se manifestó sin ambages en su insidiosa presentación en las Naciones Unidas.
Aristide fue depuesto poco tiempo después. Pero los norteamericanos lo reinstalaron en 1993 para concluir su mandato y traspasar el gobierno a Preval, que al concluir su periodo se lo traspasó a Aristide, que en el 2003 fue depuesto por los norteamericanos que impusieron una nueva intervención apadrinada por las fuerzas de las Naciones Unidas denominada la MINUSTAH. Con Preval de nuevo en la presidencia, que gobernó hasta el 2011, fue reemplazado por Michael Martelly, no sin antes sufrir la terrible tragedia sísmica de enero de 2010 que destruyó a Puerto Príncipe y causó unos 300 mil muertos.
El presidente Martelly pudo sostener su perturbador mandato bajo la sombrilla de las Naciones Unidas, hasta el pasado día 7 que concluyó su mandato. Mantuvo unas hipócritas relaciones con sus vecinos dominicanos a los cuales vivía humillando cada vez que tenía una oportunidad. Una de esas ocasiones fue el inútil encuentro de Barahona, que sin ton ni son se preparó en unas 72 horas sin resultados y los dominicanos salieron desilusionados por lo vacío del lenguaje protocolar.
Y es que se quedó sin resolver la prohibición haitiana para el ingreso por vía terrestre de 23 artículos dominicanos de intenso consumo en el vecino territorio occidental de la isla.
Los dominicanos, ya en el fragor de la campaña electoral y disfrutando de su carnaval de cuaresma, no le prestan mucha atención a lo que ocurre en el vecino estado occidental. Pero a final de cuentas las consecuencias las sufrirá el país. Nuestra población se tropieza en cada rincón de las ciudades y campos con la presencia de una masa humana de Occidente que invade cada rincón para encontrar a brazo partido su fuente de supervivencia.
Por eso es que, en este Mes de la Patria, aparte de conmemorar el bicentenario del nacimiento del Padre de la Patria Matías Ramón Mella, también nos aboquemos a reflexionar sobre el futuro de nuestro país. Estamos frente a la realidad de la presión indetenible de una nación fallida cuya única tabla de salvación, para asegurar su futuro, es arroparnos en nuestro territorio.
El orgullo de ser dominicano se ha debilitado por la agresión que le han hecho los políticos a la familia, a la sociedad y al Estado con el trastrueque de los valores. Estos ahora son muy distintos a los que eran en el siglo XX. No existen medios pacíficos y humanos para proteger nuestra identidad frente a la agresión externa verbal y de hecho que nos llega del Occidente de la isla.