Haití: entre la indolencia y la irresponsabilidad

Haití: entre la indolencia y la irresponsabilidad

Cumplido hoy el primer año del terremoto que ha empujado la nación haitiana hacia lo más profundo de su  hoyo secular, el balance de las acciones, iniciativas y proyectos que  para su  reconstrucción en su momento se hicieron, arroja un balance en extremo negativo. Peor aún, los problemas sociales y económicos de siempre se han visto agravados por el casi completo colapso de sus extremamente débiles instituciones políticas, lo que  a su vez fortalece la secular  y perversa lógica de producción de riqueza de unos pocos a costa de la pobreza de casi todos.

Cuando en su momento Haití era la más próspera colonia del mundo, entonces eran sus colonizadores franceses sus directos beneficiarios. Hoy, de su tragedia que dura ya 2000 años, viven muchos y se enriquecen otros tantos de las más diversas nacionalidades, incluyendo, aunque parezca paradójico, a quienes desde esta parte oriental del antihaitianismo hacen profesión. Haití está enfermo de su clase dirigente y del  negocio disfrazado de ayuda de un sector de la burocracia internacional en convivencia con una significativa franja de la clase política haitiana.

Con ese contexto, las dudas y aprehensiones que generaron los planes para la reconstrucción de ese país, a raíz del desastre que provocó el terremoto se han visto confirmadas. Era evidente que la inexistencia de institucionalidad en el país podía impedir que asumiese con éxito los planes de reconstrucción.

Pero también se han evidenciado las limitaciones de la llamada ayuda internacional, salvo la honrosa y generosa ayuda cubana. Los anunciados miles de  millones de dólares/ euros que fluirían hacia ese país, hizo que llegasen allí toda suerte de filibusteros y aventureros, al tiempo que muchas ONG, salvo algunas integradas por gente seria, apresuraran sus proyectos de “ayudas”.

Incluso, gente comprometidas con las mejores causas de ese pueblo perdía de vista que lo era y es fundamental para que realmente se inicie un proceso de recuperación del país, es que este tenga un mínimo organización política como premisa para que la ayuda sea efectiva y que el terremoto era una oportunidad política para invertir la ancestral lógica hacia el desastre que reina en ese país.

En ese contexto, la inexistencia de una institución política en que descanse la reconstrucción, una fuerza de ocupación que junto a algunas ONG consumen gran parte de la limitada ayuda internacional y la irresponsabilidad, o incapacidad  de los principales actores políticos para extirpar la peor de sus taras: la extrema división e incapacidad de ponerse de acuerdo en cuestiones políticas elementales, plantea un serio dilema.

¿Cómo reconstruir un país sin una fuerza nacional capaz de liderarla? Cómo evitar el natural éxodo parte de su población, incluida la de mayor talento? Cómo evitar que muchos de ellos se instalen en nuestro país? Qué hacer con una ayuda internacional imprescindible, pero que limita muy poco la pobreza de quienes deben recibirla y no impide la capacidad de hacer riqueza de muchos de quienes se organizan para distribuirla? Esa es la cuestión y despejarla es, esencialmente, responsabilidad de los haitianos.

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