MELVIN MAÑON
Haití, ya saben muchos, es lo que llaman modernamente un «failed state» o sea, un país ingobernable, no viable de acuerdo al instrumental democrático disponible en Occidente. Haití, y esto no lo saben muchos, tiene más capacidad de arrastrarnos a la ingobernabilidad de la que tenemos nosotros para rescatarlos a ellos y traerlos a un cierto tipo de orden democrático. Esta afirmación procede del hecho irrefutable de que en la presente coyuntura histórica las fuerzas que empujan las sociedades modernas hacia la barbarie son sustancialmente más que poderosas que las fuerzas civilizadoras.

Los dominicanos nunca han querido ocuparse del asunto haitiano. Ha sido siempre, como lo fue el Latín en la antigua educación secundaria, una de esas asignaturas odiosas a la mayoría de los estudiantes. Nadie cree que la necesita ni que estudiarla pueda jamás servir para algo. Para nosotros, la realidad haitiana es penosamente cotidiana, todos estamos acostumbrados a ella, todos nos servimos de ella directa o indirectamente, todos la vemos y vivimos porque está en todos lados. Sin embargo, el asunto haitiano es otra cosa. Es un tema irritante cuando la comunidad internacional nos acusa de esclavizarlos, un cargo evidentemente infundado o de discriminarlos lo que si hacemos en todas partes. Haití es un tema que enfrenta a nacionalistas que se definen como tales solamente en relación a ese país; contra humanistas o liberales que reconocen, al menos en el discurso, los derechos del pueblo haitiano, que aportan soluciones, pero que no asumen como nuestro el problema.

Haití no está en condiciones de ayudarse a si mismo en este momento. Sus élites intelectuales o profesionales, sus políticos, sus empresarios y sus organizaciones no disponen de la visión, la voluntad, la capacidad y menos aún los medios con que hacerlo. Haití es ahora y como ya dije, un país inviable, un país fracasado y en esta época nadie quiere cargar con fracasos propios ni ajenos. Elecciones van o elecciones vienen y nada cambia. Donaciones van y vienen. Golpes van y vienen. Desde Raul Cedrás, Haití solamente desciende. Ningún país dispone de los recursos que absorbería Haití sin descuidar otras áreas. Ningún país podría asumir un protectorado a largo plazo, menos aún recolonizar un país tan pobre, que ya si fuera rico en petróleo sería otra historia.

Mientras Haití continúa sin solución los dominicanos resultan los primeros perjudicados. El pueblo haitiano no tiene otro sitio donde ir. Y la comunidad internacional encuentra más fácil culparnos de todo o presentarnos planes y programas inventados por burócratas que carecen de asidero en la realidad y/o las posibilidades de la geografía y sociedad de ambos países. Los haitianos tienen que venir donde nosotros.

Los que escapan en yolas son unos pocos. Quienes les digan y prometan sellar la frontera hablan mentiras. Nuestro ejército no dispone de los medios ni de la voluntad para cumplir esa odiosa tarea.

Entonces, ¿Qué hacer?

La diplomacia dominicana bien podría y debería -añado- proponer al Poder Ejecutivo una iniciativa internacional amplia y de largo alcance mediante la cual sea creada una Organización Binacional de Desarrollo integrada por personal de tres países siendo Haití y la RD dos de ellos. Con status oficial, esta organización podría solicitar, recibir y administrar la ayuda internacional procedente de aquellos países que rehúsen poner recursos económicos en manos de un Estado Fallido. De este modo, el manejo político de la situación haitiana no interfiere con la prestación de una ayuda desesperadamente necesitada. La RD tiene ahora la credibilidad de la cual carecen las autoridades haitianas. En adición a las capitales de Santo Domingo y Port au Prince, bien pudiera ser que la zona de Cap Haitien u otra se convirtiera en la capital de un nuevo y -sobre todo- diferente esfuerzo.

Los que me digan que una iniciativa de este tipo acareará muchos problemas de todo tipo para la República Dominicana de antemano les digo: tenéis razón. Pero me permito añadir, más problemas vamos a tener no haciéndolo.