Haití-Guayana Francesa Recolonizar a nuestro modo

Haití-Guayana Francesa  Recolonizar a nuestro modo

Chiqui Vicioso

Y nuestro modo es la necesidad, no la avaricia. Entre los factores que impulsaron el colonialismo europeo, el cual comenzó en el siglo XV y en su fase posterior entre los siglos XIX y mediados del XX, Inglaterra, Francia y Alemania extendieron su territorio a Europa Oriental, Oriente Medio, Extenso Oriente y el Caribe, estuvo el crecimiento de la población europea, la cual además de provocar una fuerte presión demográfica, aumentaba la tasa de desempleo; y los factores económicos: la Revolución Industrial que al saturar los mercados europeos necesitaba la inversión del capital y la creación de nuevos mercados.

Entre 1870 y 1914, treinta millones de europeos migraron hacia los nuevos territorios conquistados por el imperialismo europeo: 90% del África, 99% de Oceanía, y 56% del Asia, en un proceso colonial que economistas como Adam Smith y David Ricardo criticaron: “La colonización solo beneficia a grupos minoritarios de los territorios dominados, nunca al pueblo”.

Entre 1850 y 1914, ocurrieron las emigraciones más intensas de la historia. Entre 1880 y 1914 500,000 personas anuales, en 1887: 800,000. Emigraciones justificadas en doctrinas racistas pan caucásicas que pregonaban el dominio “civilizador” de la raza blanca.

Como colonos, Francia prefería a hombres jóvenes, a quienes llamaba “engages”. Esos jóvenes se comprometían durante tres o cuatro años a trabajar, se les otorgaba pasaje y mantenimiento durante ese periodo, al final se les dejaba en libertad, y se les cedía tierra y aperos para la agricultura. Unos 20,000 jóvenes, anualmente, se lanzaron a esta aventura, en visionándose como propietarios.

En 1687, la población de todas las islas era de 18,000 blancos y 27,000 negros, de esos 7,000 en Santo Domingo. En 1685 Luis XIV había redactado el Código Negro, y ya en 1665, habían llegado a la costa norte de Hispaniola, 800 franceses que se dedican al cultivo del tabaco y crianza de ganado. Ya para 1701 la población negra alcanzaba las 44,000 personas.

Bertrand DOrgeon, considerado el verdadero iniciador de la colonización de Santo Domingo, establece al río Guayubín como límite entre dos partes de la Hispaniola, para detener el avance bucanero hacia el interior de la isla. Otro gobernador francés, Ducasse, promueve la inmigración de franceses procedentes de Santa Cruz, obliga los bucaneros a abandonar La Tortuga y a establecerse en Santo Domingo, solicitando el envío de prostitutas para casarlas con ellos, más “engages” para fundar 14 poblaciones, importando más de 10,000 negros con cuya labor convirtió a Santo Domingo, en el siglo 18, en la posesión colonial más valiosa del mundo.

GUAYANA FRANCESA: UNA CAYENA SOLIDARIA

En 1663, dos compañías francesas fundan Fuerte Cayena en la Guayana, (un territorio del mismo tamaño de Portugal donde hoy apenas habitan 208,000 personas, 90% del territorio está cubierto por selvas, el transporte es fluvial y se vive de la pesca) y en 1864, la Compañía Francesa Indias Occidentales consigue el afianzamiento colonial en la Guayana mediante los mismos métodos de exterminio de la población local y su sustitución por esclavos. Hoy solo 10 por ciento de la población es francesa, 60 por ciento es descendiente de esclavos cimarrones, el resto es creole y un diez por ciento desciende de los Miau de Laos.

Esa es la historia de la colonización francesa que ha sido preámbulo a la tragedia humana y medio ambiental que hoy existe en Haití. Es por eso que digo que ha llegado la hora de que nos planteemos otro tipo de recolonización de los llamados territorios de ultramar, prácticamente despoblados, basada en la necesidad demográfica y en la sobrevivencia de los pueblos originarios, mediante una nueva forma de “engages” cuya emigración se facilite, cuyo estatus migratorio se defina y cuyo futuro se garantice, con tierra, aperos y ayuda técnica.

Esta es una historia que se repite en cada una de las hoy naciones “desarrolladas” de Europa y Occidente, forjadas con el fuego y la sangre de los condenados de la tierra y es irónicamente también la historia de la que se considerara como patria de los conceptos Libertad, Igualdad y Fraternidad entre los hombres, y donde se gestó la Revolución Francesa.

Por esa tradición liberal es que creo que Francia es quizás el único país que puede entender la necesidad de que por lo menos un millón de hombres jóvenes haitianos pueda emigrar a la Guayana Francesa, como modernos “engages”, a los que se les ofrezca un estatus migratorio especial, y un contrato de trabajo en las áreas de construcción (en la cual se han especializado en este país), en la industria maderera y en la minería, los tres sectores predominantes en la economía de la Guayana Francesa, que permita que después de un par de años puedan recibir tierra, asistencia técnica y material para recrear en la Guayana el paraíso tropical que les robó el colonialismo.
El derecho a sobrevivir y a la felicidad son un legado a que puede y debe aspirar el pueblo haitiano, y a cuya realización nosotros los dominicanos y dominicanas podemos contribuir como puente geográfico (que ya somos) entre Francia y Haití, con la mediación de quien ha demostrado ser el abogado por excelencia de las causas justas: el Papa Francisco, y los países bolivarianos, todos en deuda con el Haití de Petión, y todos en capacidad de ayudar con la construcción de viviendas baratas derivadas del petróleo (Venezuela), de asesoría técnica (Ecuador), de integración étnica (Bolivia), y de trasporte desde Haití a Cayena, todos los países de la región.
No es tiempo del falso orgullo de las élites, de discursos huecos, de promesas irrealizables, de esperar la lluvia.

Es tiempo de buscarle solución a la existencia de diez millones de personas en un territorio que no les sostiene y que no es fuente de vida y esperanza. Nosotros ya tenemos nuestros propios problemas con la preservación de nuestra foresta, ríos, montañas y biodiversidad.

Con el desempleo, la inseguridad ciudadana, con la desesperanza colectiva, con defendernos de nuestros propios depredadores de todo tipo, sobre todo los de la confianza en la construcción de otra media isla posible, sino para nosotros para nuestros hijos y nietos.

Detengamos el estéril ejercicio de las recriminaciones, la defensividad interna y externa, y planteémosle a Francia la necesidad de que contribuya con nuestra paz y la de Haití, una paz que solo será posible cuando todos podamos disfrutar del pan de la sobrevivencia, la educación, salud y la cultura, de algo tan simple como el agua abundante.

Y quizás, más luego de la intrínseca dignidad de ser humanos.

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