Liberados adoptaron sistemas legales, institucionales y religiosos franceses
Joseph Fichter, un sociólogo jesuita, detalla cómo los comerciantes agrupaban los esclavos con lenguajes distintos, imposibilitando ponerse de acuerdo para sublevarse.
Alejo Carpentier, Isabel Allende y otros han relatado cómo la rebelión de esclavos en Haití fue concertada utilizando tambores; logrando así liberarse de uno de los más brutales sistema de opresión y explotación; realizando la primera revuelta independentista de América, la única llevada a cabo contra un imperio blanco, en nombre de las propias doctrinas religiosas y libertarias preconizadas por los opresores (Spengler).
Un hecho de mucha sangre que todavía no ha sido totalmente perdonado por determinadas potencias del mundo.
La huida de amos franceses a Luisiana, que incluía a esclavos fieles, también llevó la semilla de la rebelión al sur de los hoy EUA, donde existía un régimen francés similar.
Las potencias europeas ni sus aliados estuvieron dispuestas a aceptar esa afrenta, cuyas consecuencias futuras fueron determinantes, ya que este desafío se repetiría, en lo micro y lo macro, en todos los sistemas de dominación.
Bernardo Vega ha explicado cómo los estadounidenses declinaron apoderarse de nuestro país, precisamente, por lo complejo y difícil que hubiera sido manejar estas gentes mulatas y negras de aquí.
Los esclavos independizados adoptaron los sistemas legales, institucionales y religiosos franceses, así como buenas costumbres, de las cuales aún hacen galas los clasemedias haitianos.
Con un ejército vencedor organizado, les fue fácil invadir y asegurar la no amenaza desde el este de la isla. Providencialmente, los dominicanos tuvimos que surgir como nación con un ánima nacional anti haitiana.
Nuestro ego nacional identitario se formaría recio, sólidamente diferenciado por contraste racial-lingüístico-cultural, y con obligados componentes racistas; aunque nuestros fundadores, que incluían negros y mulatos que fueran heroicos líderes militares y destacados gobernantes, consagraron la libertad plena y la igualdad racial, social y de todo tipo en nuestra Constitución.
Por posteriores y todavía recientes influencias europeas y norteamericanas, los dominicanos hemos desarrollado y afianzado actitudes racistas; sin el coeficiente de radicalidad e intensidad de algunos sectores de esos países.
Esto no siempre es fácil de comprender a extranjeros, a enviados y “agregados” de organizaciones que con todo derecho y beneplácito de la gran mayoría de los dominicanos, luchan contra el racismo y otras iniquidades. Tampoco nuestras clases medias y altas, para quienes el racismo es más bien una pose esnobista, han abandonado este tipo de mecanismo de defensa, común a todos los grupos humanos del mundo.
Los que parecen tener verdadera dificultad para perdonar y aceptar a los haitianos son a menudo otras naciones. Nosotros les tememos a su conducta histórica, a su real o supuesta obsesión de que nuestro territorio les pertenece; pero sobre todo a su desorden político-administrativo y a su pobreza extrema; pero también a la falta de seriedad y consistencia con que nuestras autoridades han manejado el problema durante décadas. A eso le tememos todos los dominicanos.
A nuestra propia falta de seriedad y responsabilidad. Y desde luego, a gentes que desde las potencias simulan apoyo y ayuda mediante proyectos de dudosa vocación emancipadora.