FRANCISCO ALVAREZ CASTELLANOS
Con este son seis los artículos que he escrito sobre la problemática dominico-haitiana. Pero ahora el asunto está tomando ribetes hondamente dramáticos.
Se trata de un país súper poblado que no tiene la suficiente comida para alimentarse. Consecuentemente, y apoyados en un instinto de conservación que tienen todos los animales, racionales o irracionales, los haitianos buscan su comida en el único sitio donde pueden encontrarla: en nuestro país.
Es algo común y corriente ver haitianos, no en los campos de caña, sino en parquecitos y calles. Entran por la frontera, son deportados y en algunas horas vuelven a entrar. El diario HOY publica el pasado 12 de mayo una información conocida: que los haitianos desafían autoridades fronterizas a causa del hambre.
¡Pobre pueblo! Pobre en muchos sentidos. Son varios millones las personas que viven en Haití, la mayoría pasando hambre, sin trabajo ni nada por el estilo. Yo he visto llegar a Santiago de los Caballeros camiones llenos de haitianos, y me pregunto: ¿Cómo no los detienen y devuelven a la frontera sin más trámites? Nos estamos jugando, no solamente nuestra soberanía, sino también nuestra cultura ancestral, eminentemente cristiana. Ya el vudú, rito pagano haitiano, es casi un elemento turístico en muchos campos de caña, especialmente de San Pedro de Macorís. Yo, personalmente, he asistido a varias sesiones de vudú y cada vez que pienso en ellos se me ponen los pelos de punta. Los haitianos solo tienen una salida: cruzar nuestra frontera y dedicarse aquí a vender tarjetas telefónicas y cosas por el estilo, aunque hay también aquellos que trabajan de seis a seis en la industria de la construcción, entre otras.
Pero mientras más oportunidades les demos, más haitianos estarán cruzando las fronteras. Muchos haitianos se casan con dominicanas procreando hijos que, constitucionalmente son dominicanos, pero que sanguíneamente casi nunca dejan de ser haitianos. El analfabetismo haitiano es horroroso.