el futuro de América sale por el hueco de sus zapatitos rotos.
La esperanza del mundo, habría dicho el poeta del Cabral, viene ahora de las grietas y destrozos del terremoto de Haití.
Viene a sacarnos de nuestra indolencia, y es posible que el bacanal del consumismo sea conmocionado por el dramatismo de la tragedia, ante el espectáculo de la desgarrante miseria, y la humanidad se percate de la inigualable oportunidad que tiene de re-crearse a sí misma.
Deshacernos de esta locura de egocentrismo, autocomplacencia, y cinismo anti-natura.
Tenemos una gran esperanza en marcha: muchas de nuestras durezas, estructuras de insensibilidad, se rompen.
El mundo ha reaccionado, y pudiera no detenerse jamás. Cabalguemos sobre esta ola de misericordia y piedad para estructurar, institucionalizar, el bien común.
Sea esta una brecha por donde salgan el amor y la solidaridad de su cautiverio, y sea este el nacimiento de un proceso mundial de aprendizaje de cómo hacer el bien, incorporarnos a una espiral infinita del bien hacer, que jamás se detenga.
Hasta ahora la solidaridad humana apenas trasciende lo anecdótico y esporádico. Pero muchas gentes no son generosas y amorosas porque nadie les ha enseñado a serlo, ni siquiera en su seno familiar.
Démonos prisa antes de que nuestros egoísmos personales y nacionales se recompongan. Que corra este fluido con libertad, no volvamos a represarlo. El amor solidario liberará las muchedumbres solitarias de las cárceles de sus almas.
Evitemos que los poderes establecidos, políticos y económicos, manejen solos este proceso, o domestiquen las posibilidades y las creatividades que trae este acontecimiento.
Estamos rompiendo prejuicios y dejando atrás comodidades.
Hemos reaccionado rápidamente y con inusitada solidaridad ante la desgracia.
La liberación vuelve a salir de esta isla. Enriquillo, Montesinos; Mackandal, Toussaint. Voces que han recorrido siglos y geografías.
Mas hay un grito de tan antiguo nuevo, en nuestra bandera: La verdad nos hace libres. Y qué más verdad que el amor y la libertad de una humanidad aprisionada en las cárceles de su egoísmo. Haití es la oportunidad: Uníos, hermanos. Destrocemos las cadenas de la iniquidad, de tanto bienestar culpable.
No se nos enfríe el alma sin antes haber creado los mecanismos permanentes por donde fluyan amor, equidad y justicia social.
Es momento de romper todo prejuicio innecesario, todo orgullo, temor y vanidad inconducentes. Por un amor sin barreras culturales, clasistas o nacionales; que lo inunde y contagie todo. Ha habido una respuesta mundial de increíble generosidad.
La gente quiere ser mejor y más solidaria. Esa actitud debe ser canalizada, cuidada y estimulada ad infinitum. No un Plan Marshall, sino Haití convertido en laboratorio patrimonio universal, vivero del amor de Dios y de la solidaridad humana.