El factor que más ha pesado seguramente para que la comunidad internacional asuma de verdad protagonismo contra el colapso de los derechos humanos y del orden democrático en Haití ha sido la exigencia a viva voz y que con persistencia de República Dominicana de que se extirpe allí el tumor de anarquía que hace sentir al país amenazado y ha hecho crecer descomunalmente sus gastos de defensa fronteriza. Una cruzada que crece en motivación por la extrema crueldad de los sediciosos haitianos armados por contrabandistas que operan desde Estados Unidos y que, precisamente, acaban de matar de manera atroz a una noble pareja de filántropos estadounidenses.
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Un flamante primer ministro asume ya y un flujo significativo de ayuda humanitaria de la ONU llega al aeropuerto de Puerto Príncipe sacado de las garras del terror. «Cabeza de playa» para el arribo de material militar llevado por EUA como apoyo logístico para acoger a las tropas pacificadoras (tardías y vacilantes por cierto) que tendrán al frente a Kenia. Se materializan, con más resolución que antes, los pasos que deben darse en el teatro haitiano de los acontecimientos para desalojar del caos al 80% del territorio.
Procede que República Dominicana respalde el esfuerzos multinacional para vencer insurrectos al otro lado de la frontera sin presencia ofensiva directa allí (que no corresponde) y sin que pueda tampoco usársela como puente de medios mortíferos. Por más de una forma, este país juega un rol favorable para Haití.