Haití y Hegel

Haití y Hegel

Es en ese contexto que, a partir de 1791, uno de los principales aportes de la revolución de Haití al mundo y al pensamiento de la época y al posterior, fue que la libertad la lograron esclavos luchando por su libertad. No fueron liberados por la intervención divina y aún menos por la benevolencia de alguna corte en el reino de este mundo.
Tal y como escribe la filósofa e historiadora estadounidense Susan Buck-Morss en su importante obra de 2005:“La dialéctica amo-esclavo: una interpretación revolucionaria”, “Aunque fuera el único resultado lógico posible del ideal de libertad universal, la abolición de la esclavitud no se produjo a través de las ideas revolucionarias o incluso de las acciones revolucionarios de Francia, sino a través de los esclavos mismos. La colonia de Santo Domingo fue el epicentro de esta lucha”(p. 34).
Dentro del contexto de radicalización de la Revolución Francesa, el levantamiento en Haití del esclavo Boukman y las consecuentes gestas de Toussaint Louverture y de Jean Jacques Dessalines cambiaron la percepción europea de los alzamientos de esclavos. Ya no se trataba de una revuelta más en una larga sucesión de rebeliones de esclavos, sino de una extensión de dicha Revolución.
Con plena razón Buck-Morss argumenta de manera convincente que Hegel, asiduo lector matutino de la prensa de la época, aun cuando no menciona en la Fenomenología los acontecimientos históricos que ocurrían en la colonia francesa de Santo Domingo, sí tenía conocimiento de los mismos.
“O bien Hegel fue el filósofo de la libertad más ciego de toda la Europa del Iluminismo, superando a Locke y a Rousseau en su capacidad para ocultar la realidad que transcurría ante sus ojos (la página impresa ante sus ojos sobre la mesa de desayuno); o bien Hegel – sabía que existían esclavos reales rebelándose exitosamente contra amos reales-, y elaboró deliberadamente su dialéctica del amo y el esclavo dentro de este contexto contemporáneo” (Buck-Morss, 2005, p. 54 y ss).
Evidentemente, tiene sobrada razón. Hegel lo sabía. Y puesto que lo sabía podemos adentrarnos en terreno desconocido y formular algunas hipótesis. Al menos dos.
Haití y Hegel. El hipotético aporte de la Revolución Haitiana al pensamiento de Hegel en particular pudo haber resultado de una lección teórica y de una observación empírica.
La lección es esta: Haití demuestra a Hegel que la independencia nacional y la libertad de los miembros de un país no es fruto de un orden impuesto a la fuerza y desde arriba por algún Leviathan que suprime el anárquico estado natural en el que “Homo homini lupus”. Al contrario, la libertad fragua como resultado de la gesta bélica de los esclavos, es decir, de abajo hacia arriba.
Ahora bien, sin desmeritar esa lección, la libertad fragua en Haití y la fenomenología hegeliana por vías diversas. En la concepción hegeliana, la lucha a muerte conduce a la esclavitud y esta al trabajo libertador de la conciencia servil que así se recrea en su pensamiento y formación cultural; mientras que en la colonia francesa en Haití la lucha revolucionaria trae consigo la victoria de los esclavos (no de los amos) que así dejan atrás el régimen esclavista y logran la independencia de cada uno de ellos y de toda una nación.
En ese contexto, no es difícil suponer que Hegel algo observó en el transcurso de los eventos en Haití que lo llevaran a distanciar su planteamiento fenomenológico de los eventos históricos. Atento a los sucesos en la excolonia francesa, podría decirse que el filósofo berlinés encontró una razón para limitar la lucha a muerte del amo y el esclavo al plano subjetivo de la conciencia, sin llevarla al plano de la historia.
En efecto, aprendida aquella lección (la libertad no se impone sino que surge de abajo hacia arriba) y distinguidos los diferentes modos de llegar a la libertad (vía el trabajo servil o la lucha revolucionaria), Hegel bien pudo constatar al menos en la experiencia haitiana que romper las cadenas de esclavos no es razón suficiente para que un sujeto aún circunscrito a su yo psicológico inmaduro se integre como ciudadano en el mundo ético (“Sittlichkeit”) que lo aguarda.
Significativamente, si fuera posible transponer las figuras del amo y del esclavo al terreno de la historia, Marx y Engels hubieran tenido razón cuando interpretaron esas figuras como un espejo (especulación) de la lucha de clases en la historia universal: “La historia de toda sociedad hasta nuestros días no ha sido sino la historia de las luchas de clases”. Y más aún, les hubiera sobrado razón cuando criticaron a los filósofos, y a Hegel en particular, por interpretar el mundo, pero sin dar el paso decisivo a favor de una práctica revolucionaria.
A pesar de lo sugestivo del paso marxista de la conciencia subjetiva a la historia, Hegel no lo dio. Y no lo dio pues, –y esta es mi posición–,Hegel concibió en el proceso de formación de la autoconciencia independiente un paso previo e indispensable antes de irrumpir en los acontecimientos revolucionarios de los que fue contemporáneo.
Así, pues, en cualquier hipótesis, la conciencia que llega a ser libre y productiva luego de pasar por la experiencia de la lucha a muerte y el trabajo servil adviene a su libertad y capacidad de pensamiento exclusivamente en el ámbito subjetivo del yo. Y así como del dicho al hecho hay un gran trecho, mayor distancia prevalece entre el sujeto humano y sus objetos.
“En el pensamiento yo soy libre, porque no soy en otro, sino que permanezco sencillamente en mí mismo, y el objeto que es para mí la esencia es, en unidad indivisa, mi ser para mí; y mi movimiento en conceptos es un movimiento en mí mismo” (Fenomenología 1807, p. 152).
Mientras perdura en su etapa de formación, el pensamiento le garantiza al yo individual ser libre. En el pensamiento se reflexiona como libre y pensante; no en el mundo real. En medio de esa especie de solipsismo propio a la conciencia en formación, el sujeto es incapaz de trasponerse e interactuar en el mundo real.
El Caribe insular. Por supuesto, Hegel nunca negó que la conciencia de la propia libertad exige que se llegue a ser libre, no solo en pensamiento, sino con actos concretos en el ámbito de una sociedad repleta de intereses particulares y regida por un Estado de derecho.
Pero lo que intento destacar aquí es que para él no hay salto dialéctico que economice la fase de maduración del sujeto humano envuelto en sí mismo antes de que pueda irrumpir como actor singular en la historia universal.
“El espíritu, ciertamente, no permanece nunca quieto, sino que se halla siempre en movimiento incesantemente progresivo. Pero, así como en el niño, tras un largo período de silenciosa nutrición, el primer aliento rompe bruscamente la gradualidad del proceso puramente acumulativo en un salto cualitativo, y el niño nace, así también el espíritu que se forma va madurando lenta y silenciosamente hacia la nueva figura, va desprendiéndose de una partícula tras otra de la estructura de su mundo anterior y los estremecimientos de este mundo se anuncian solamente por medio de síntomas aislados; la frivolidad y el tedio que se apoderan de lo existente y el vago presentimiento de lo desconocido son los signos premonitorios de que algo otro se avecina” (Fenomenología 1807. p. 15).
He ahí la clave de la reflexión hegeliana. La autoconciencia libre y culta gracias a su trabajo todavía no puede hacer su entrada en el mundo objetivo, por más que el bullicio revolucionario de este la aturda. Lejos de “transformar el mundo”, el yo inmaduro tan solo consigue experimentar su propia superación en tres nuevas figuras del pensamiento subjetivo: la conciencia estoica, la escéptica y la infeliz.
A la luz de lo acontecido a raíz de la Revolución Haitiana, son esas tres nuevas figuras hegelianas de la conciencia subjetiva las que me propongo discernir en próximos escritos en tanto que matrices culturales por excelencia en el Caribe insular; es decir, en Haití, en la República Dominicana y en Cuba.

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