Haitianitud

Haitianitud

El vocablo «haitianitud» no existe, la palabra no existe; pero el término «haitianitud» llegará a alcanzar vigencia idiomática y será pulida esa palabra, que alcanzará esplendor y se convertirá en vocablo limpio y fijado gramaticalmente, en el habla de muchos miles de seres humanos.

No soy filólogo, ni aprendiz de filología; pero creo que «haitianitud» cuadra bien para representar el dolor, las angustias, las lágrimas, la sangre y el sudor, que en la parte occidental de esta isla tributación a las horcas, las ruedas torturadoras, a los látigos y a la bárbara explotación esclavista de los amos auropeos los negros esclavos que en Haití representaron durante siglos y todavía representan el ébano vivo, el marfil negro, arrancados a las selvas africanas.

¡Que muera ya la maldita y degradante «haitianitud»! ¡Que nazca vigorosa la haitianidad! ¡Que el haitianismo surja como tronco fuerte de un pueblo heroico!

En este mes de enero de este año 2004, mucho se ha hablado de los doscientos años de independencia de la primera nación negra del mundo, que es la segunda república libre de América.

Señores. ¡No! No debemos circunscribirnos a cantaletear, que Haití proclamó su independencia el primero de enero de 1804, hace exactamente doscientos años.

Ese hecho histórico consumado, en verdad, merece muchas explicaciones.

Sí compatriotas, se imponen las aclaraciones. Hay que echar prístinas luces.

Pues, en puridad de verdad, que para proclamar esa independencia, se necesitaron casi catorce años. Años terribles. Señores: El marfil negro, el ébano vivo que de las llanuras africanas fueron trasladados a esta isla «Hispaniola», dicen algunos buenos cristianos, que todo fue «por un gesto noble y piadoso de fray Bartolomé de las Casas, el ardiente defensor de los indios».

Se necesitaron unos catorce años para proclamar el primero de enero de 1804, la independencia de la parte occidental de esta isla que fue La Española de don Cristóbal Colón. O sea la independencia de Haití.

Haití tuvo que librar, para asombro del universo, una muy complicada y sangrienta guerra de exterminio. Fue aquella una guerra espantosa. Fue aquella una triple guerra de aniquilamiento casi total. Fue una lucha mortal de catorce años de enfrentamiento de negros contra blancos, de esclavos martirizados contra amos crueles y sin entrañas. Fue la guerra de una colonia explotada contra una metrópoli asazmente explotadora. Antes del primero de enero de 1804 o sea 14 años atrás, la memorable noche del 14 de agosto del año 1791, se desencadenó con la furia de un tropical huracán: «La revuelta de los negros esclavos de Haití.

Cuenta la historia que la noche del 14 de agosto del 1791, en el Bosque Caimán, entre gritos y ritos de vudú, entre los repiques de tambores y el brindis casi fantasmagórico de la sangre tibia de una chivo negro (un cabrito prieto y sin cuernos), oficiando como sacerdote de la libertad o gran Papá Bocó de la lucha brava, el negro jamaiquino Alexander Bouckman, se inició la revuelta para la ruptura de las cadenas y grilletes que los amos blancos de Francia, le imponían a su colonia más productivas.

Fue el primer alzamiento de esclavos contra sus amos. Fue la cruenta lucha de una colonia martirizada y desangrada en contra de una metrópoli esclavista, latigante, soberbia y explotadora. Catorce años duró la guerra de independencia donde la «haitianitud» fue norma de vida sin piedad. De fama se cubrieron Toussaint L`ouverture, soldado, estadista, revolucionario, llamado «El centauro de la sabana»; Jean Jacques Dessalines, padre fundador de Haití, y Alejandro Sabes Petión (alias) «Papá buen corazón», quien fuera más de dos veces protector de Bolívar el libertador de cinco naciones. Yo estoy de acuerdo con uno de mis maestros, con Juan Bosch, quien en su magistral obra «El Caribe: Frontera Imperial», dice que los tres hombres más sobresalientes que América ha tenido, son: Toussaint, Bolívar y el doctor Castroz Ruz.

Cuando Toussaint le escribía a Napoleón, encabezaba su carta así: «Del primero de los negros al primero de los blancos». Napoleón fue el victimario del Inmenso Toussaint L`ouverture.

Bolívar cuando necesitaba auxilios venía a Haití a pedírselos al noble Alejandro Sabes Petión. Y Fidel Castro Ruz a noventa millas de la moderna Roma, ganó hace cuarenta y cinco años una revolución increíble, que él ha logrado mantener contra vientos de los avernos y mareas de una dantesco infierno, solamente gracia a su genio y merced a sus inigualables condiciones de político universal. Repetimos que Bolívar fue auxiliado por Petión el haitiano bueno y Castro en su infancia fue bautizado en la fe de Cristo, en Santiago de Cuba por un haitiano que en la ciudad oriental de la isla hermana, desempeñaba las funciones de cónsul de Haití.

Extrañas y casi misteriosas relaciones entre el libertador venezolano y el genial revolucionario cubano, con dos hijos de la patria de Toussaint, de Dessalines y de Petión. Qué desaparezcan ya los quebrantos históricos de la «haitianitud». Y que desde el fondo de los tiempos se levante y camine, una verdadera haitianidad vigorosa y fecunda.

¡Haití, levántate y camina! ¡Haití surge et deambula!

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