Haití – La mención de la palabra «huracán» sorprende a los habitantes de la pobre barriada de Shada, ubicada al borde del río y en el corazón del Cabo Haitiano: a pocas horas del paso de Irma, ninguno ha sido informado del riesgo en que se encuentran.
«Yo no sabía que iba a llegar un ciclón, porque no tenemos electricidad aquí, entonces no podemos recibir información», explica Jacquie Pierre, señalando su pequeño televisor, cubierto con un mantel. Desde comienzos de año, a esta joven de 25 años se le ha inundado dos veces su casita y la sola mención del paso de un huracán de categoría cinco por allí, le aterroriza.
«Tengo miedo, pero no solo por mi vida y la de mis hijos, también por todo el mundo», asegura, mientras se aferra fuertemente a su niña de tres años. Al escuchar los comentarios de su vecina, Pierre Valmy asoma la cabeza desde su refugio, rudimentariamente construido con placas y tablas de madera.
«A menudo, el agua se desborda e invade toda la zona, pero nunca por un huracán», asegura Valmy. «Si un gran ciclón va a llegar hasta aquí, es el fin del mundo para nosotros», se lamenta este hombre, con la mirada perdida. «Ahora que sé que se acerca un huracán, voy a guardar mis papeles importantes en una bolsa de plástico y la pegaré en lo alto de la estructura, porque solo tengo esta casa y ningún lugar al que ir», dice, señalando con el dedo la delgada viga que sostiene la pieza donde vive con su mujer y sus dos hijos.
Consciente de que el río Mapou, que por ahora corre lentamente a pocos metros de su hogar, podría arrastrarle a él y a su familia, solo puede resignarse. «En algún punto de la vida, todos debemos morir», concluye antes de irse a jugar dominó con sus amigos.
Faltan refugios. El centro de operaciones de urgencia, ubicado en la periferia de la segunda ciudad de Haití, no ha lanzado campañas de sensibilización a los habitantes porque los equipos de la protección civil están enfocados en contabilizar los equipos y personal disponible.
Además como el mandato de la misión de la ONU termina en octubre, los cascos azules han puesto fin a sus operaciones, dejando al país caribeño sin la maquinaria pesada que ha servido para atender las inundaciones estacionales que afectan la región. Hay tres ambulancias para cubrir todo el departamento del Norte, con más de un millón de habitantes, apenas algunos camiones más para intentar limpiar los canales de drenaje, constantemente llenos de basura.
En el centro de operaciones, se puede constatar la cruel falta de material y la situación empeora cuando se habla de refugios temporales: 90% de las construcciones tienen techos de placas, incapaces de resistir vientos violentos.
En la capital Puerto Príncipe, a más de 200 km de las regiones amenazadas, el director de protección civil, Jerry Chandler, intenta acelerar las campañas de sensibilización y la reposición de materiales de emergencia.
«Desde la semana pasada, los comités locales recibieron la orden de informar a la población. Debemos reforzar la movilización mediática», asegura Chandler, ante el desconocimiento generalizado de la llegada del huracán.
«En manos de Dios» . Sin capacidad en refugios provisionales, las autoridades pedirán a quienes tengan techos de tablas o placas de metal, así como a quienes habitan zonas inundables, que se resguarden donde algún amigo o familiar con casa de concreto. En las comunidades ubicadas sobre la línea costera, la situación es similar: agachado cerca del tronco de un árbol que talló para usarlo como barco, Josué Rosse tampoco ha oído hablar de la llegada de Irma.
«Es gracias al boca a boca que nos enteramos de todas las cosas. Estamos a la orilla del mar pero ninguna autoridad ha venido a decirnos nada», dice molesto este hombre que se refugiará de la tormenta en casa de un familiar que vive en las partes más altas del Cabo Haitiano. «Con la subida del nivel del mar, puede que no encuentre mi barco cuando regrese. Eso me entristece porque es con la pesca que alcanzo a ganar lo suficiente para mantener a mis hijos, pero bueno, todo está en manos de Dios a partir de ahora», afirma Rosse, en un tono ya más calmado.
En un mercado cercano, también otros prefieren dejar todo en manos divinas. «Dios no va a poder detener el ciclón: puedes rezar pero tendrás que salir de aquí de todos modos», dice Mathurin André a un amigo al que intenta hacer entrar en razón.