Haitianos y los efectos que no se ven

Haitianos y los efectos que no se ven

De acuerdo con las informaciones del Banco Mundial, Haití es el cuarto país más pobre del mundo y en el período que va desde 1960 al 2006, su ingreso per cápita se redujo a la mitad, mientras que la República Dominicana ha sido el de mayor crecimiento entre los países latinoamericanos, al aumentar sus ingresos en 3.5 veces, durante ese mismo período.  Estas cifras revelan una dramática y compleja situación para dos pueblos que están obligados a convivir apretujados en la misma  isla.

Con el paso del tiempo,  a los haitianos se les endurece su oprobiosa y generalizada miseria y la economía dominicana, cada vez más, representa una válvula de escape para ellos. La afluencia de haitianos al país  es el resultado de la ilegalidad, el desorden y la ineficiencia con que suele operar el estado dominicano, así como de la indolencia de las clases dirigentes nacionales. 

El drama humano del pueblo haitiano y su presencia en el país suscitan sentimientos de todo tipo, desde las actitudes prejuiciadas hasta los sentimientos de compasión, lo que genera confusión y resta objetividad al momento de determinar las verdaderas implicaciones del fenómeno haitiano en el país. Se da el caso, incluso, de que los organismos nacionales e internacionales que favorecen la inmigración haitiana y los grupos que se benefician de esa sumisa y barata mano de obra, justifican su necesidad con los mismos argumentos de aquellos que aseguran que es imprescindible para las actividades de construcción, explotar los lechos de nuestros ríos.

En realidad, se trata de un asunto que viene produciendo unos lentos e imperceptibles efectos sobre la situación socioeconómica, en los grupos dominicanos de más bajos ingresos y en la evolución de las productividades y tecnologías de producción en los sectores en los cuales ellos son, cada vez, más importantes. 

Desde los tiempos bíblicos se sabe que si algo se hace más abundante, pierde valor, por lo que en la medida que vienen penetrando en el país esos contingentes de mano de obra barata dispuestos a tolerar cualquier situación de explotación a cambio de un “plato de comida”, el salario real de los dominicanos pobres se deprime,  lo que resulta en que, en determinados sectores productivos, los ingresos de los trabajadores  no mejoren y que, incluso, disminuyan.     

Nuestros campesinos, colocados en la parte más baja de la pirámide social, son los que se están llevando la peor parte de este proceso debido que su salario real decrece, mientras que el de los obreros de la construcción, se mantiene estancado.  Los razonamientos anteriores explican, en parte, por qué el rápido crecimiento de la economía no se traduce en un correspondiente mejoramiento del bienestar de los grandes grupos nacionales, lo que ha motivado que los expertos internacionales se pregunten “¿Adónde se fue todo el crecimiento?” . Por otro  lado, debe decirse que la mano de obra haitiana, explica el relativo retraso tecnológico de los sectores productivos donde su presencia es masiva, como en el caso de la cosecha de la caña de azúcar. La verdad es que si el país se pudiera deshacer de la mayoría de la población ilegal haitiana, se suscitaría un sustancial y abrupto mejoramiento en el empleo y los salarios de las masas pobres del país que, naturalmente, se  traduciría en aumentos de precios de los bienes y servicios  producidos por los sectores productivos afectados, pero que, con el curso del tiempo, se compensarían por un avance gradual de la  tecnología productiva.

Consecuentemente, podría razonarse que, mientras mejoran las condiciones económicas de las masas haitianas que  generan ingresos dentro del territorio nacional, las de los grupos pobres dominicanos, empeoran y que, siguiendo un razonamiento lineal, como lo hacen los economistas, la suma algebraica de esos dos efectos, sea  cero. Pero no se puede descartar la posibilidad de que el resultado sea menor que cero, es decir, que sea negativo. Estos procesos sociales son muy complejos y no se pueden explicar mediante un razonamiento de carácter lineal, ya que la conectividad entre los mercados laborales y el amalgamamiento cultural entre los haitianos y las clases pobres dominicanas, pueden resultar en un deterioro de los ingresos de los dominicanos, superior al mejoramiento de los haitianos.

En suma, la pobreza haitiana sumada a la dominicana, resulta en más pobreza para los dominicanos.  Aquí cabe recordar, que el pueblo romano creó, inicialmente, su gran imperio, sustentado en una economía creativa, pujante y bien organizada, con una eficiente producción agrícola y artesanal urbana que hizo posible que sus disciplinados contingentes militares doblegaran a los pueblos de aquel entonces. Pero luego sobrevino la gran afluencia de esclavos, que se dispersó en todas las actividades productivas lo que finalmente trastocó los mercados y desarticuló la economía, todo lo cual llevó al pueblo romano a ser, cada vez más dependiente del subsidio del estado y  éste a su vez, de los recursos que succionaban a las naciones anexadas al  gran imperio.  

Así de intrincados pueden ser los procesos socioeconómicos que, muchas veces, aunque sean inadvertidos pueden tener, a la larga, una importancia decisiva. De ahí que es posible que esa oferta inelástica de mano de obra sumisa  esté teniendo unos efectos no perceptibles en el corto plazo, al trabar los naturales mecanismos de eficientización y modernización de importantes sectores productivos y esté creando una población cada vez más dependiente de los recursos del estado y no del proceso de transformación y de crecimiento económicos basado en la creación masiva y sostenida de empleos productivos. Reitero mi conclusión en el sentido de que a Haití, lo que realmente le conviene, es una República Dominicana próspera y solidaria. 

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