Halados con narigón

Halados con narigón

Fue súbito. Y fugaz. Surgió y escapó con la rapidez que advertimos la luminosidad del rayo entre las nubes. Dejó, sin embargo, su secuela. Misma que hace posible las cavilaciones en que nos adentramos en las líneas que se pergeñan, ustedes y yo. En la página de los avances que cada día ofrece la industria de la electrónica en la edición de HOY del martes, pueden ver el título. El comercio electrónico promete una reducción de 35% de las emisiones de los gases de invernadero.

Por supuesto, el comercio de intercambio financiero. Porque el de bienes está supuesto a aumentar las emisiones de dióxido de carbono, en un porcentaje no investigado. O, si los indagadores de siempre lo han observado, en un porcentaje no divulgado. ¿Por qué este interés en ponerle una quinta pata al gato? Porque al leer la información me dije: ¡he aquí que vuelve el conejillo de Indias al laboratorio experimental!

Por supuesto, el conejillo de Indias somos nosotros. En general todos los pueblos que se vuelven receptáculo de la modernidad no discernida. Y en particular los pueblos xenófilos. Entre los dominicanos existen los unos y los otros sin que ningún estudio realizado hasta el momento pueda señalar número o proporciones. Pienso que tal vez salga a relucir la cantidad de ambas porciones en el censo nacional que se organiza.

Juan Parra Alba inició al finalizar el siglo XIX un notable esfuerzo de conversión de materias primas.

La politiquería truncó el modelo, retomado por Rafael L. Trujillo poco más de medio siglo más tarde. Bajo su sombra fue impulsada la siembra de maní para producir aceite comestible. Se retomó el esfuerzo de Parra Alba –otra inspiración, otro episodio- de cosechar el cacao para producir chocolate (incluyendo fábricas privadas). Se abrieron minas de caliche para fabricar cemento. Se tomaron frutas criollas para fabricar refrescos carbonatados. Y entonces llegaron con luminosas ideas, los técnicos de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), como se denominó originalmente el organismo.

Acogimos toda esa brillantez. En vez de fajarnos de sol a sol a producir la materia prima para procesarla, decidimos importarla con cierto valor agregado. Los bienes intermedios se tornaron el sueño de todo inversionista. Daban menos brega y el Estado Dominicano ofrecía financiamiento “para sustituir importaciones”. Ese mismo crédito y ninguna otra forma de apoyo, en cambio, aparecía para el esfuerzo originario. Hasta que volvieron los mismos técnicos –otros nombres, otras caras, otra época- para decirnos que el modelo no funciona. Ahora vamos hacia una economía terciaria.

Y de tal modo, en lo público y en lo privado (deprecien moneda, descentralicen, apoyen el crecimiento en préstamos externos y otros etcéteras) han introducido modelos en las probetas de laboratorio. Cuando fallan no ofrecen explicaciones. Mientras tanto, hemos perdido años. Ahora buscarán quitarle la alfombra de debajo de los pies a todo el mundo con el e.comercio.

Pero no es cierto que el e.comercio reduce las emisiones de invernadero. Si examinamos bien el proceso, puede advertirse que las aumenta.

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