Halar la soga y mirar el piso

Halar la soga y mirar el piso

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
En este momento los dominicanos estamos viviendo una situación paradójica: oficialmente, no podemos permitir que se nos endilgue el mote de «Estado fallido», puesto que el Presidente de la Republica, representante máximo del honor nacional, ha dicho que no lo somos.

Si declararnos como «Estado fallido» significara un primer paso diplomático para la ocupación extranjera o el fideicomiso, es obvio que ningún dominicano debe contribuir a que esos proyectos se hagan realidad. Si se tratara de un plan para obligar a Haití y a la Republica Dominicana a convertirse en un solo estado binacional, también esa perspectiva seria poco halagüeña.

Los políticos – en todas las épocas y lugares – entienden rápidamente qué cosas es preciso repetir en cada caso. Son «cotorras de la conveniencia coyuntural». Todos entonarán la misma melodía del Presidente, como los niños cantores de Viena. Pero después de haberse pasado la vida entera haciendo todo lo necesario para que ocurra lo que nos ocurre ahora. ¿Hemos tenido alguna vez una política coherente con respecto a las relaciones dominico-haitianas?

Los partidos políticos dominicanos han «cedulado» haitianos -para que voten a su favor – en cada una de las campañas electorales de las ultimas dos décadas. Los dirigentes políticos dominicanos son responsables de la creación de miles de falsos «dominicanos provisionales», al dotar de documentos de identidad a los emigrantes haitianos ilegales. Muchos miles de actas de nacimiento apócrifas han expedido nuestros oficiales civiles en todas las provincias del país. El negocio principal de los cónsules dominicanos en Haití es vender el mayor número de visas en el menor tiempo posible. Políticos, oficiales civiles, cónsules, han abierto el camino de los actuales programas internacionales de las ONGs con relación a la Republica de Haití. Los militares – dominicanos y haitianos – fueron, durante muchísimos años, beneficiarios de los acuerdos de contratación de braceros haitianos para el corte de la caña de azúcar en los ingenios de la RD. Los empresarios dominicanos del sector agrícola utilizan masivamente mano de obra haitiana en sus cultivos. El 80% de esos trabajadores agrícolas estacionales son haitianos. A militares y empresarios también les tocará una porción de la responsabilidad en los futuros conflictos dominico – haitianos.

El hombre es «un ser natural», nos dicen con gran convicción los antropólogos; el hombre es «un animal histórico», afirman enfáticamente los filósofos. La acción de las grandes potencias al intervenir en ciertos países ha sido doblemente destructiva: las fuerzas invasoras embisten al mismo tiempo contra – natura y contra – historia. El hombre es una entidad biológica sobre la cual actúa la historia y la cultura. Por eso Ortega ha dicho del hombre que es un «centauro ontológico»: la mitad de su realidad está inmersa en la naturaleza; la otra mitad anclada en la historia. Las intervenciones extranjeras son «aparatos ortopédicos» que pretenden corregir «deformidades sociales» a la fuerza. Con frecuencia la tracción ortopédica produce la atrofia de los miembros responsables de la «locomoción histórica». La lista de los países con «estados fallidos» la encabezan: Costa de Marfil, Sudán, El Congo, los países donde la intervención extranjera fue mas profunda y durante mayor tiempo. Parecería entonces que «a más intervención, más estado fallido». Los EUA repusieron a Jean Bertrand Aristide en el poder y, poco después, lo echaron del poder. Haití es otro «estado fallido», a juicio de los analistas de Foreign Policy. ¿Debemos evitar incurrir en el viejo vicio de razonamiento que se formulaba: después de, a consecuencia de?

También el cardenal arzobispo de Santo Domingo, con su entereza habitual, le ha salido al paso al remoquete de «estado fallido». Nosotros, como los políticos todos, seguiremos el ejemplo del jefe del Estado y del más alto jerarca de la Iglesia. Los pobres ciudadanos no tenemos otra opción ante un peligro internacional difuso que obedecer al rey o al sumo sacerdote. Y resulta mucho más cómodo si ambos sostienen la misma opinión. Tanto el Presidente como el cardenal deben estar muy «bien enterados» a causa de sus investiduras respectivas. De modo, pues, como a la lucha vamos, hagamos la fila y tiremos todos de la misma cuerda. Ahora bien, al gritar la consigna de que no somos un estado fallido – no podemos serlo oficialmente, ni eclesiásticamente – no olvidemos que nuestra Policía no anda bien, como tampoco andan bien los tribunales, la burocracia gubernamental y las Fuerzas Armadas. Para defendernos colectivamente es muy útil que coincidan el Presidente y el cardenal. Demos por ello gracias a Dios y al poder público.

Sin embargo, no bajemos la guardia ante los problemas internos de nuestra sociedad. Las «mediciones» de Foreign Policy no son confiables, tanto desde una óptica científica como si se examinan «a lo político». Pero las estadísticas de los atracos son alarmantes. El editorial del diario Hoy, en su edición del pasado día 17, señalaba: «El doctor Ramón Pichardo, director del departamento de cirugía maxilofacial del Hospital Darío Contreras, dio a conocer cifras que deberían producir horror y hasta pánico. En esa modesta unidad, once médicos bajo su mando han tenido que atender 14,000 casos de violencia (…) Pichardo lanzó el alerta: son más de tres casos por hora, más de 75 por día». Nuestros partidos políticos no hacen hoy gran cosa por mejorar el orden público. Y los Estados que no controlan la violencia -–concluimos– – son tan sólo «algo menos» que fallidos.

henriquezcaolo@hotmail.com

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