Algunas personas, sin darse cuenta, comen aunque no tienen hambre. Algo las mueve hacia la cocina, hacia la heladera, hacia la alacena; en general no perciben que ese algo son sus emociones negativas, como la tristeza, la ansiedad, el enojo o el estrés. Eso es el hambre emocional: la necesidad de ingerir alimentos para aliviar lo que sentimos. Y puede volverse un problema. Por dos razones principales: porque no es fácil identificar este padecimiento, aunque hay señales muy visibles como los antojos, y porque en general se buscan alimentos con alto contenido en grasas o muy azucarados, que son malos para la salud.
Existe una diferencia entre el hambre y el apetito. El hambre hace referencia a una sensación fisiológica, la necesidad del organismo de obtener energía. El apetito, en cambio, implica una preferencia a la hora de seleccionar los alimentos. Y, en condiciones de sufrimiento emocional, también es una respuesta psicológica que toma la forma del deseo de comer, según apuntó la nutricionista Mariely Hernández. Las personas comen por impulso del miedo o la angustia, por mencionar algunos factores, y ese acto es el intento de evitarlo, agregó César Sánchez Santiago, psicólogo y coach de vida y empresarial.
Algunos profesionales de la salud mental definen el hambre emocional como un trastorno. Otros, en cambio, lo consideran un tipo de alimentación desordenada que tiene un trasfondo psicológico o de comportamiento. Las personas que lo padecen buscan en la comida un alivio, algo que les brinde sensaciones agradables. Pero después de un tiempo ese bienestar puede convertirse en un sentimiento de culpa.
Aprende a distinguir el hambre emocional
Para distinguir el hambre emocional de la real, Hernández sugiere tomar nota de los horarios en que comemos e identificar el tipo de hambre que sentimos. La real sólo aparece horas después de comer. La emocional puede aparecer incluso acabando de comer.
Aconseja planearnos preguntas y prestar atención a las sensaciones físicas que nos acompañan. ¿Cómo me siento? ¿Tengo antojos de alimentos específicos (con alto contenido de grasa o muy azucarados, o ambas cosas)? ¿Me alimento en exceso, incluso hasta sentirse incómodo? ¿Experimento culpa o vergüenza después? ¿Al comer alivio mi estrés o las emociones negativas? ¿Como porque tengo hambre o porque estoy aburrido, estresado o triste?
“Es importante prestar atención a nuestro cuerpo. El hambre real suele ir acompañada de sensaciones físicas, como el estómago vacío o la sensación de debilidad”, detalló la nutricionista. “El hambre emocional a menudo se relaciona con las sensaciones, principalmente negativas”.
Es importante tener en cuenta que el hambre emocional funciona como un comportamiento desordenado: “La comida puede proporcionar un alivio temporal, pero puede convertirse en un sentimiento de culpa y afectar la salud mental y física a largo plazo”.
Hernández citó dos estudios que establecieron que el hambre emocional nos puede llevar a elegir alimentos altos en grasa o azúcar, que si se consumen en exceso o diariamente puede causar problemas de salud y alterar el sueño. Sánchez Santiago resaltó que este tipo de desorden nos hace daño porque se llega a comer de forma desmedida, lo que a la larga puede provocar obesidad, hipertensión arterial, colesterol alto, diabetes y enfermedades cardiovasculares.
Importancia de identificar las emociones
El psicólogo y coach apuntó que, además de distinguir el hambre emocional de la real, lo primero que hay que hacer es identificar el tipo de sentimiento antes de empezar a comer. Para ser conscientes.
“Para reconocer las emociones hay que determinar qué siento: miedo, angustia, ansiedad, tristeza. O qué me recuerda: puede ser algo que se vivía de pequeño. Hay gente que revive el miedo porque había violencia en su casa, por ejemplo”, ilustró. Es un ejercicio que requiere dedicación, ya que a veces no es tan fácil identificar, en el momento, lo que nos mueve.
“Se puede percibir cuando la persona siente ‘un nudo en la garganta’ o un ‘hueco en el estómago’, como se suele decir; también se presenta con sudoración en las manos o aceleración del ritmo del corazón”, dio como ejemplos. Pero el estrés, que se está volviendo una constante en nuestras vidas muchas veces se junta con la ansiedad y “no se identifica cuál es cuál”. De ahí la importancia de atender a los detalles: por ejemplo, el dolor en la nuca o en la sien suele ser señal de estrés. “Por eso es fundamental preguntarnos qué es realmente lo que queremos o sentimos.
Sánchez Santiago subrayó que cuando tomamos consciencia de que lo que tenemos no es hambre, sino angustia o ansiedad que nos llevan a comer, podemos intervenir. Cuando la emoción se procesa en el cerebro y la persona comprende el estado de ánimo que le produce, da lugar a la valoración racional de lo que le sucede.
Tratamiento contra el hambre emocional
Para manejar el hambre emocional se pueden implementar varias estrategias. Entre ellas se destacan hacer ejercicio, meditar, practicar actividades relajantes y hablar con un terapeuta o consejero. Todos esos caminos son útiles a la hora de reconocer nuestras emociones y afrontarlas de manera efectiva en lugar de buscar alivio en la comida.
En el caso de quienes sufren particularmente de estrés, Sánchez Santiago aconsejó la práctica de respiraciones a modo de relajación y la meditación guiada; también son útiles ejercicios suaves como los del taichi, aunque cualquier ejercicio físico es benéfico.
Él y Hernández coincidieron en que el mejor tratamiento combina lo nutricional y los psicológico. El nutricionista ayudará al paciente a utilizar técnicas para planificar la alimentación y a establecer una relación consciente y saludable con la comida. Eso le facilitará el abordaje de la causa subyacente y sobre todo le brindará recursos para manejar el hambre emocional de manera efectiva.
La terapia con un asesor de salud mental ayuda a tomar conciencia de pensamientos imprecisos o negativos. La utilidad de la terapia psicológica es entender la relación entre los sentimientos y la voluntad de comer; comprender las emociones que llevan a comer y saber manejarlas y desarrollar el autocontrol para modificar la función alimentaria.
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