¿Hambre o desesperanza?

¿Hambre o desesperanza?

Sabemos que no eran de Villa Riva, ni partieron de alguna caleta o puerto en el nordeste del país. Salieron nada más y nada menos que de La Romana, una de las ciudades con más altos niveles de empleos.

A ninguno de los furtivos viajeros les importó que, alrededor de una semana antes, se conocieron noticias del naufragio de una embarcación ligera.  Casi todos resultaron ahogados. Ahora como si hubieren sido condenados a muerte, salían los cincuenta y un viajeros. Dos fueron encontrados al sur de Haití, en las cercanías de la Provincia de Pedernales.

¿Qué conduce a estos dominicanos al sacrificio? ¿Un hambre voraz o una desesperanza que vuelve atroz a la necesidad? Tengo la convicción de que los abraza esta otra forma de desesperanza que torna frustratoria toda clase de esfuerzo individual.

Por eso, tal vez, previo a la inmolación se desprenden de bienes acumulados en vida de sudores y pesares, para pagar a quienes los llevarán a la boca de los tiburones.

Por Diomito Rodríguez y Reinaldo Ramírez Gil se conoce la odisea de estos viajeros. Sobrevivieron éstos aunque han llegado a los hospitales dominicanos con grave insolación y por consiguiente deshidratados. Y hambrientos. Porque Diomito, que ha podido recuperarse con mayor rapidez, cuenta que apenas ingirieron pescado crudo agarrado en pleno mar. Como líquido, sostienen, han ingerido agua de mar.

Ésta, como se sabe, no es la más a propósito para calmar la sed. Como se sabe por relatos de sobrevivientes de naufragios, la ingestión de agua de mar puede conducir a cambios hemodinámicas que se traducen en paros cardíacos.

El agua de mar pudo compensar la pérdida de potasio en Diomito y Reinaldo durante el proceso de deshidratación. Pero sin duda dependieron más del pescado crudo para saciar hambre y sed padecidas.

Ambas condiciones –hambre y sed- fueron torturantes para todos. Y unos, más fuertes que otros, pudieron resistir las penurias. Poco a poco, en una sin duda inenarrable agonía, cuarenta y nueve de los viajeros fueron muriendo. El agua de mar con sus altas concentraciones de sodio y potasio pudo conducir a varios hacia lo contrario de la pérdida de estas sales, a una hiperpotasemia.

Y ésta, a la muerte. Diomito y Reinaldo por consiguiente, contemplaron el fantasmagórico desenlace que sobrevenía al viaje de las ilusiones.

¿Quiénes son los culpables? Como en casi todas las historias de estos viajes ilegales, ahora serán sometidos los organizadores. Repetiremos una historia de nunca acabar, pues dentro de poco estarán excarcelados.

Y de nuevo tocarán las puertas de cuantos perdieron la fe en el porvenir de su Patria. Porque en esta verdad incontrovertible se esconde la razón por la que se producen estos viajes ilegales.

Podrá argüirse lo contrario. Diremos por consiguiente, que los que seducen a los incautos son los culpables de estas tragedias. Pero ¿son los organizadores de estos viajes, o quienes venden sus escasos bienes y empeñan su vida, los culpables?

En el trasfondo está la falta de fe, la fragmentación de la Esperanza de la República.

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