Sin restar validez y significación a las ponderaciones que se han hecho sobre la trayectoria y aportes de Hamlet Herman al libre juego de las ideas y al debate en pro del mejoramiento de la democracia y las instituciones nacionales, de nuevo hay que preguntar aunque la respuesta sea el silencio, por qué esta inveterada tendencia a rendir tributo a los grandes hombres sólo cuando pasan a ser grandes muertos.
Podría pensarse que algunas de esas expresiones no pasan de ser simples cumplidos, porque si fueran de verdad sentidas con conciencia y autenticidad y no fruto de un momento u oportunidad, de alguna manera debieron de haberse manifestado durante la vida de este gladiador que dejó las armas luego de una fallida expedición guerrillera, pero que se mantuvo siempre como un incansable gladiador contra las injusticias sociales, los excesos y aberraciones del poder político.
Sin embargo, dentro de esto cabe reconocer los testimonios genuinamente espontáneos que han provenido en estos días de personalidades de la vida nacional para resaltar su contribución al fortalecimiento de la vida social, institucional y política de la nación, aunque quizás hubiera sido preferible que se tributaran cuando él estaba en capacidad de valorarlos o rechazarlos, porque Hamlet tenía una fina facultad de saber diferenciar lo verdadero de lo falso.
Una de las manifestaciones más expresivas y verdaderas porque fue el resultado de haber compartido ideas, así como esforzadas y riesgosas jornadas liberales, provino del jurista Negro Veras, quien fuera su compañero de toda una vida en un plano cercano y personal.
Por esa razón sus palabras tienen un especial sentido cuando dijo que con la partida de Hamlet el país deja de contar con un dominicano por entero, y el movimiento revolucionario mundial a un internacionalista a carta cabal, ya que no solo fue ingeniero, escritor y guerrillero, sino fundamentalmente humano, sensible.
“Con la partida de Hamlet, pierdo un amigo solidario, un camarada entrañable; al compañero de actividades democráticas nacionales y extranjeras; al confidente de mutuos secretos; al íntimo viajante. Él se lleva para la tumba los momentos amargos y dulces que como compinches pasamos”, comentó Negro, quien al igual de Hermann ha sido un firme e indoblegable defensor de las libertades públicas.
Algunos medios han identificado a Hermann como un exguerrillero, en referencia a los episodios del desembarco de Playa Caracoles con Francisco Alberto Caamaño Deñó, pero en realidad nunca dejó de ser un guerrillero en pro de la libertad, en contra de los abusos y en favor de la justicia social.
Escritor y columnista, se había distinguido como un crítico persistente de las debilidades institucionales, la corrupción y otros males sociales que abaten a la sociedad dominicana y siempre lo hizo con la valentía de convicciones muy firmes.
Cuando tomó las armas, primero en la revolución de abril de 1965 junto al héroe nacional Caamaño Deñó y luego acompañándolo en la expedición guerrillera, Hermann estuvo persuadido de que actuaba en defensa de la libertad y de la soberanía nacional y no temió arriesgar su vida en esa empresa.
Fue un polemista que no rehuía el debate, por lo que estaba siempre presto a defender su pensamiento y sus libros, algunos de los cuales suscitaron controversias, sobre todos en los que hacía enfoques históricos con pinceladas autobiográficas.
Hasta aquellos que en algún momento lo confrontaron en cuanto a sus ideas terminaron respetando al hombre que dio claras demostraciones de indeclinable fidelidad a los principios en favor de principios esenciales y valores patrios.
El país ha perdido a un gran dominicano, pero su trayectoria y legado constituyen un ejemplo a seguir para las presentes y futuras generaciones, que deben rechazar visiones angostas y particularistas para comprometerse de forma decidida en la lucha nunca concluida en favor de un país más justo, humano y solidario.